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Las modas y el talento


zzpppFoto0589.JPGHoy, en literatura, vivimos en el eclecticismo más variopinto y parece que todo vale. Pero aún así hay modas, y ahora se lleva la novela histórica, pero no como Salambó, Las memorias de Adriano, o Yo, Claudio, sino supuestas investigaciones con raíz histórica en las que lo religioso (o lo demoníaco), lo esotérico, lo oculto y lo morboso apenas si dejan sitio a la historia. El asunto se ha disparatado de tal manera que hoy el mercado dicta la norma de los bet-sellers poniendo como patrones La Sábana Santa, el Código Da Vinci, las imaginarias trapìsondas de los Templarios, los Iluminatti, los Cátaros, los Masones, los Rosacruces o los adoradores de La Luz (Lucifer). Es una moda, pero aún así puede que, entre tanta basura sobrenatural en tiempos de turbulencias, alguien tenga el talento suficiente para escribir una novela que aguante el paso del tiempo. De hecho ya podemos decir que El nombre de la Rosa tiene madera de perdurabilidad, pues al fin y al cabo es el origen ya lejano de esta moda. Al final, lo que proyecta hacia el futuro una obra es el talento de su autor, y ni siquiera hace falta que haga futurismo como Verne o Asimov. Shakespeare hablaba de Julio César y Camus de Calígula, argumentos conocidos desde siempre. Lo que convierte en clásico un texto a veces no lo sabe ni su autor, porque uno se pregunta si no fue don Quijote quien escribió a Cervantes, cuando ve la enorme distancia que hay con el resto de la obra del escritor. Ese es el verdadero esoterismo, la magia de la literatura.

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Libros como goles de la UD Las Palmas

En teoría, la literatura escrita en Canarias debiera estar saltando de regocijo, porque en la primera mitad de cada año hay tres celebraciones que tendrían que ponerla en el ojo del huracán y en los escaparates de las librerías. Cada 21 de febrero se celebra el Día de las Letras Canarias, un fecha que se puso ahí hace siete años porque es el aniversario de la muerte de Viera y Clavijo para hacer visible lo que se escribe en Canarias; el caso es que, siete años después, no hemos salido del propio Viera. Luego viene el 23 de abril, el Día del Libro, por aquello de aniversario de la muerte de Shakespeare y Cervantes, el día que debe relumbrar nuestra lengua y se entrega el premio máximo del español que lleva el nombre de don Miguel, y que en Canarias se limita a una firma apresurada de libros de algunos escritores.
Finalmente, casi siempre a caballo entre mayo y junio, se levanta la Feria del Libro (no sé cómo será este quinto año de la era de los recortes), y las casetas se llenan (o se llenaban) de bet-sellers, premios rimbombantes, éxitos editoriales nacionales y alguna esquinita para algún libro isleño que puede que alguien vea entre tanto título de los que anuncian en televisión. Es decir, lo que debiera ser una verbena continuada de apoyo a nuestra literatura se ha convertido en una especie de exhibición a plazos de lo que parece que sea más una agonía que una fiesta.
ssCIMG1210.JPGAsí, una fecha como el 23 de abril no sé si pasa con pena, pero sí estoy seguro de que transcurre sin gloria. En realidad no ocurre, no tiene lugar, no sucede, no se da, no acaece, no sobreviene… (no sigo porque me da pereza levantarme a mirar del diccionario de sinónimos). El Día del Libro, como el anterior de Las Letras Canarias y los que siguen de la Feria del Libro pasan sin existir, atravesando un bosque de indiferencia general de los responsables públicos (hay muchas clases de responsabilidad cultural), libreros empeñados en colocar torres de historias de vampiros o de conspiraciones masónicas y un sentir colectivo de mirar a quien escribe como un caradura mendicante que molesta.
Es lógico, ninguna de las personas que escriben en esta tierra ha marcado goles en el Mundial o en la Eurocopa, no canta en un grupo musical eurovisivo ni presenta un espantoso programa de telebasura. Es que la gente que escribe en Canarias ni siquiera se toma la molestia de apuntarse al casting de Gran Hermano, y así no hay manera.
Tal es la atonía y el desinterés, que en una pasada edición de la Feria del Libro este periódico pidió a siete libreros que exponían en el parque de San Telmo que recomendasen siete libros cada uno. Es evidente que hubo coincidencias en algunos títulos de moda, pero de las cuarenta y nueve posibles respuestas hubo ¡solo una! que recomendaba un libro escrito en Canarias, y era Faycán, de Víctor Doreste, un clásico, nada de un escritor vivo. A la conclusión que se puede llegar inmediatamente es que en Canarias no hay escritores vivos, que el último poeta que respiraba del que se tiene noticia es Andrés Sánchez Robayna, y que después de los narradores de los años setenta hay 33 años de silencio narrativo absoluto.
ssCIMG1214.JPGPor fortuna no es así. Después de que en los años 80 se condenara al silencio -así llamé a mi generación- a casi toda la literatura post-boom, del que casi por complicidad nos salvamos remando a cuatro manos la inolvidable Dolores Campos-Herrero y quien esto escribe, se destapó la hoya a presión de los que sí creaban pero no había forma de que publicaran. Esto sucedió al final de la década gracias a iniciativas como Nuevas Escritura Canarias y a algunos premios literarios que, a salto de mata, daban a conocer nuevos nombres. Y la cosecha siguió en los años noventa y ya en este siglo, por lo que podemos decir que la creación literaria en Canarias está probablemente en el mejor momento de su historia, aunque no se refleje así en la sociedad por razones que en cualquier otro lugar no se entenderían.
zzzmjut.JPGPor ceñirnos solo a la narrativa (la poesía siempre ha estado y sigue ahí como un tren imparable) y a los últimos meses, puedo hablar de una recolección magnífica de narrativa. Hay que hablar de las recientes publicaciones de María Jesús Alvarado (Sorimba), Santiago Gil (Yo debería estar muerto) o Elio Quiroga (El despertar), que son géneros distintos pero novelas con la garantía de la solvencia demostrada por sus autores. No hay que dejar atrás la incursión histórica de Carlos Álvarez en su magnífica visión de la figura y la época de doña Beatriz de Bobadilla, condesa-viuda de La Gomera, de autores de gran valor literario como Antolín Dávila, Eduardo González Ascanio, Angeles Jurado, Eduvigis Hernández o Berbel, poeta contrastada que hace su primera expedición a lo grande en la narrativa con un bello libro de relatos.
Anoche se presentó la última novela de Juan R. Tramunt, Piel de lefaa, una novela muy curiosa en la que lo detectivesco, lo político, lo humano y lo etnográfico se entremezclan en una narración que no se deja soltar una vez se entra en ella, en un recorrido que nace en Canarias y se mueve por Europa y el Magreb tan querido por el autor. Y luego José Luis Correa, que nos hace su sexta entrega del entrañable y a veces irritante detective Ricardo Blanco; me refiero a Blue Christmas, una novela que comparte título con una memorable canción de Elvis Presley, pero que respira en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, con un desparpajo encomiable y sin complejos universalistas (lo que la universaliza). O Alexis Ravelo -otro amigo, como los otros, qué quieren, soy de muy malas compañías-, que nos dio la última entrega de su detective Eladio Monroy en Morir despacio, y casi sin dejarnos respirar, La estrategia del pequinés, una novela negra-negrísima con la tinta aun fresca; en ella da descanso a su hasta ahora detective-bandera y nos lanza por un tobogán trepidante que ha recibido elogios hasta de Andreu Martín uno de los santones del género en España.
ssCIMG1226.JPGRavelo y Correa se suman así al tren de la novela negra en el que viaja hace tiempo Antonio Lozano. Este género está ahora en un gran momento editorial, y se habla mucho de ello, aunque también es verdad que hace un cuarto de siglo ya se publicaron algunas novelas de este género, como Los días del paraíso, que su autor, León Barreto, ambientó en las corrupciones mafiosa del sur grancanario. Pero entonces no soplaba ese viento a favor del género. En cuanto es este asunto, siempre he repetido lo que un día dijo el inefable José Manuel Lara: «no conozco sino dos clases de novelas, las buenas y las malas». Y esto, que suena a boutade, no lo es, y en nuestros narradores se da la circunstancia de tienen la manía de escribir bien. Cuando se habla de géneros de novela, se pretende muchas veces aminorar la importancia de estos libros frente a las llamadas «novelas literarias», aunque yo no conozco ninguna novela que se precie que no lo sea. Y con esa estúpida vara de medir convertiríamos en autores de segunda fila a Ray Bradbury, Dassiel Hammet, George Orwell, G.H. Wells, Huxley, Chandler… Un disparate.
Por lo tanto, he descubierto que en Canarias hay narradores vivos y buenos, y si queremos crecer colectivamente todos debemos apostar por nuestra literatura, la clásica y la actual, porque es fundamental para el avance de Canarias como sociedad. Feliz semana cervantina y ojalá nos veamos en la Feria del Libro apoyando a nuestros autores con el mismo entusiasmo que se vitorea un gol de la UD Las Palmas. Como actúan en los países punteros de Europa, y así les va.
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(Este trabajo se publicó en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el miércoles 24 de abril de 2013). Las fotos proceden de un acto que se realizó hace dos años en la feria del Libro de Las Palmas, y si Antolín Dávila y Carlos Álvarez no aparecen es porque aquel día no estaban.

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Sampedro o la coherencia vital (*)

He repetido estos días que da la impresión de que, además de que cada vez hay más niebla hacia el futuro, se nos está liquidando el pasado. Desde hace unos meses, se ha convertido en tristemente habitual la noticia de la desaparición de alguien que significó mucho en la conformación de la vida diaria de millones de personas, y a veces, como ahora, vienen en cascada. En el mundo de la cultura ha habido una especie de majo y limpio, coronado con la muerte el lunes de Sara Montiel, que, pese a quien le pese, ha sido un icono del cine durante más de medio siglo. Y ese mismo día, el 8 de abril, a la una de la madrugada, también fallecía el escritor José Luis Sampedro, aunque la noticia no se supo hasta un día después, una vez incinerado y por propia voluntad porque no quería un circo mediático alrededor de su cadáver.
zzjos-luedro[1].jpgJosé Luis Sampedro es un escritor muy peculiar. Tardío en la publicación, como si intuyera que tendría una lúcida vida casi centenaria, es autor de algunas de las novelas que más impactaron en nuestra sociedad: Octubre, octubre, La vieja sirena, La sonrisa etrusca, además de otras que incluso han visto su adaptación a la gran pantalla. Pero no hay que olvidar que Sampedro era economista, catedrático durante décadas y por lo tanto conocedor de los mecanismos económicos que rigen nuestro mundo, y en ese aspecto siempre se distinguió en sus ensayos y en sus actuaciones públicas por su claridad en el discurso y por su denuncia de los entresijos truculentos que ponían el trabajo al servicio del dinero, y no al revés, como debiera ser.
Si siempre estuvo alineado con las voces críticas, en sus últimos años se distinguió por sus mensajes que ponían sobre la mesa la injusticia de una sociedad pensada exclusivamente para el capital. Escribió el prólogo de la traducción al español del libro ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, y con su avanzada edad fue una de las voces más escuchadas por las generaciones más jóvenes, integradas en movimientos ciudadanos como el 15-M. Solía decir Sampedro que los intelectuales o se venden o se les silencia, y el suyo es un caso muy especial, porque se automarginaba voluntariamente de los grandes medios, aparecía lo necesario y denunciaba situaciones injustas. La paradoja es que no se le pudo silenciar a pesar de pertenecer al grupo que, según él, estaba condenado a ello porque nunca estuvo en venta.
Su trayectoria literaria ha sido bien reconocida oficialmente y por la legión de lectores que le seguían y que sin duda continuarán leyéndolo. Su ejemplo de coherencia vital es seguramente el libro que nunca pensó escribir pero que es también una de sus obras más importantes. Siempre tuvo una visión humanista de la vida, y la llevó hasta al final, haciendo de su muerte su último acto íntimo y personal. Fue un gran escritor y un buen hombre. Descanse en paz.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 el miércoles 10 de abril).