Publicado el

Agustín Millares Sall: un poetas con alas

Celebramos a Agustín dicen que porque el Gobierno de Canarias le dedica este año el Día de las Letra Canarias. Otros dicen que hay que celebrarlo porque el próximo 6 de marzo se cumplen 25 años de su muerte. Los hay incluso que proponen celebrarlo porque su palabra recia suena hoy más certera que nunca, como si muchos de sus poemas hubieran sido escritos para despertarnos ante las mil convulsiones programadas que hoy asolan al planeta. Pues yo no lo celebro por ninguna de esos motivos, porque lo celebro siempre por una sola razón: era -es- un gran poeta, y a los grandes poetas hay que celebrarlos cada día porque son «la primera montaña de divisa la aurora».
Tengo, además, otro motivo para celebrar cada día a Agustín Millares Sall: era mi amigo, palabra grande donde las haya, aunque la amistad es asunto privado, pero cuando por nuestra vida pasa en paralelo un hombre de su transparencia moral, hay que gritarlo. Porque era un poeta grande. Y sí, poetas grandes por fortuna hemos tenido y tenemos muchos en esta tierra, pero con la proyección humana que tiene Agustín muy pocos, casi diría que sobran muchos dedos en una mano para contarlos. Y es que él, sin perder un ápice el rigor literario y la luz poética, logró meterse en la memoria de un pueblo, como José Martí en Cuba, como Pablo Neruda en Chile, como Miguel Hernández en España.
zzzcondor.JPGAgustín Millares Sall es como la música, sus versos van directos al corazón, a la mente y a los oídos de la gente. Escuchar sus poemas -sobre todo cuando él lo recitaba- es como pulsar el arranque del motor de un pueblo. Su voz no se apagó hace veinticinco años, sigue palpitante como en sus versos de Habla viva, y la suya es una Poesía unánime que reivindica al ser humano libre y a una sociedad justa. Sus versos nacían con la música incorporada, pero aún así nuestros músicos han trasladado al pentagrama sus palabras. Muchas canciones que forman parte de la memoria de Canarias son poemas de Agustín Millares Sall.
Y ahora celebran a Agustín con bombo, platillo y redoble de tambores porque creen que le hacen el honor de dedicarle una fecha del almanaque. ¿Qué le dedican este año el Día de las Letras Canarias? Pues vale, pero que sepan que Agustín es Letras Canarias a todas horas, no hace falta que gobiernos, parlamentos y otras instituciones que destacan por su insensibilidad y desconocimiento de nuestra cultura le pongan una peana a un santo que no la necesita, porque Agustín vuela solo con las alas de la memoria del pueblo. Siempre.
***
(Este artículo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 el viernes 21 de febrero de 2014)

Publicado el

A Fetasa por Isaac de Vega

Isaac de Vega era el decano de la narrativa en Canarias, y nos ha dejado después de una larga vida reconocido, cosa que ha ocurrido con autores que, apenas pasada la cuarentena, se convierten por no se sabe qué mecanismo en clásicos vivos, en una edad en la que generalmente los escritores, especialmente los novelistas, están consolidando su camino.
vega.JPGNo voy a recorrer por conocida la trayectoria del autor fallecido, pero sí a desgranar algunas impresiones. En los primeros años setenta del siglo pasado, creo que fue Ediciones JB de Manuel Padorno quien publicó en una colección de narrativa con vocación de exhaustividad las novelas Mararía de Rafael Arozarena y Fetasa de Isaac de Vega, y a resultas de estas publicaciones se hablaba de los fetasianos. Por entonces, Víctor Ramírez y Rafael Franquelo andaban también metidos a editores, confeccionando antologías y tratando de dar a conocer lo que se escribía en Canarias, y en cierta ocasión Víctor volvía a Las Palmas desde Tenerife con algunos textos inéditos de autores tinerfeños. Con la expresión de quien ha hablado con Padre-Dios nos comunicó que había estado con «El Viejito». El tal Viejito era ni más ni menos que Isaac de Vega, que entonces apenas había sobrepasado el medio siglo, pero huérfano de datos yo me imaginé a un anciano venerable, cuando todavía el novelista estaba en plena madurez biológica y ni siquiera a la mitad del listado de sus publicaciones. Es evidente que entonces al «Viejito» le quedaba mucha vida y literatura en la mochila.
Isaac de Vega era un hombre peculiar, siempre reconcentrado en su laberinto y casi ajeno al mundo que le rodeaba. Vivía en los suyo, y una muestra de su curiosa manera de ser era su relación con gente con la que tenía poco trato. A mediados de los ochenta coincidimos en una mesa redonda de autores consagrados y novatos. Aquel día, como ningún otro en mi vida, tuve la sensación casi física de ser invisible e inaudible, porque no conseguí que armara diálogo conmigo en toda la sesión, y eso que habló mucho. Cuando nos despedimos los contertulios en la escalinata del edificio central de la Universidad de La Laguna, donde se había celebrado la mesa redonda, le extendí la mano, le dije que había sido un honor compartir aquel acto con él y me quedé con la mano en el aire mientras él perdía su mirada hacia el Este, quien sabe si hacia El Roque, Anaga o su adorado Igueste de San Andrés. Por supuesto que tampoco pareció haber escuchado mis palabras de despedida.
Dicen los panegiristas del llamado movimiento fetasiano que su influencia alcanza a las generaciones siguientes de narradores canarios. Puede ser, doctores tienen las universidades. Este movimiento, que toma el nombre de la novela Fetasa de Isaac de Vega, es casi indefinible en su conjunto porque sus principales componentes pocas características literarias tienen en común, aparte de la calidad de sus obras. En palabras de Rafael Arozarena, otro de los del grupo «Fetasa no es nada y sigue siendo Fetasa, no se puede definir», y más adelante afirma que «en Fetasa cabe todo; el que va a la contra y entra en el debate, ya es fetasiano». Por lo tanto, no hay pistas sobre el movimiento fetasiano, pero lo curioso es que desde hace unos años se habla de los neofetasianos. Le pregunté por esto a Arozarena y fue tajante: «Si no hay Fetasa menos puede haber neofetasianismo, Fetasa es Fetasa». Pues Isaac de Vega, el creador de Fetasa, autenticidad y honestidad literaria, se nos ha ido. Ojalá haya encontrado por fin lo que tanto buscó en Fetasa.
***
(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del martes 4 de febrero).

Publicado el

Platero y yo no es la historia de un burro


Platero y yo es un libro singular, pero es apenas la cabeza del iceberg que significa la obra de Juan Jamón Jiménez en la literatura en español. Se trata de una narración elegiaca cuya primera versión fue publicada en 1914; tres años más tarde hizo una edición con más capítulos, pero el poeta no quedó conforme, pues siempre tuvo la intención de ampliarlo, y hasta escribió algunos capítulos de lo que sería una especie de segunda parte y que incluso llegó a titular como La otra vida de Platero. Nada de esto cristalizó y el libro que hoy conocemos como definitivo es la versión de 1917.
zzz Platero 1.JPGCuando mencionaba la importancia de JRJ en nuestra literatura no hablaba por hablar. Lo mismo que, después de un barroco tremendo en el que Cervantes y El Lazarillo alargaban su sombra hasta bien entrado el siglo XIX, llegó Galdós y metió en la modernidad a la narrativa de nuestra lengua, el poeta de Moguer, casi medio siglo después, lo hizo con la poesía; es decir; JRJ fundó el siglo XX de la poesía en español.
La sombra de Góngora, Quevedo, Santa Teresa, Lope, Calderón y San Juan de la Cruz alcanzaban incluso más allá del romanticismo. Bécquer, Espronceda y Rosalía (que también fue poeta en castellano) se adscribieron a las corrientes europeas del romanticismo que eran más ideológicas que lingüísticas. Cuando ese alargamiento romántico se tiñó del Azul (1888) modernista con Rubén Darío, esas nuevas maneras prendieron en la Hispanoamérica de José Martí, Amado Nervo y Leopoldo Lugones, y pronto saltaron a España haciendo de bisagra de dos siglos. El propio JRJ veló sus primeras armas poéticas abducido por la música del modernismo.
zzz Platero 2.JPGPero el modernismo, que en las mayoría de las bellas artes y la arquitectura marcó un antes y un después, en literatura fue flor de un día que sentó pocas bases para las siguientes generaciones. Mientras Villaespesa, Machado (Manuel), Rueda y nuestro Tomás Morales se entregaban al ruidoso festín de sonidos que se poblaba de faunos, princesas deslumbrantes, gigantes mitológicos, quioscos de malaquita, héroes invencibles o monstruos marinos que no casaban metafóricamente con el mundo real, JRJ quiso entrar en la poesía sin más equipaje que su propia esencia. Y entró.
Un renombrado y docto profesor isleño (omito el nombre porque él nunca se atrevió a escribirlo y solo lo comentaba de viva voz en privado) comparaba a los rimbombantes poetas modernistas con viajantes que llevaban un saco que sonaba mucho pero que solo contenía chatarra. Luego aparecieron viajantes silenciosos que traían el saco lleno de poesía, y ahí entraban JRJ en el ámbito del español y Alonso Quesada en Canarias. En la segunda década del siglo XX, cuando JRJ tenía apenas treinta años y ya en su haber poemarios tan importantes como Arias tristes o La Soledad Sonora, cada vez más simbolistas y menos modernistas (al final casi ni eso), surge el nuevo Juan Ramón, el que escribiría el epitafio del modernismo literario y abriría para la poesía española e hispanoamericana las puestas del siglo XX. Paradójicamente, como en un sutil juego de palabras, sepulta el modernismo y alumbra la modernidad.
Y el acta de nacimiento de esa nueva manera de abordar el mundo no es un poemario, sino un libro en prosa, una narración: Platero y yo. Con un lenguaje tan sencillo que muchos creyeron que escribía intencionadamente para niños (no era así), JRJ se enfrentó a lo efímero de la vida, representada por Platero, un asno. Era casi una provocación; veníamos de una poesía modernista en la que abundaban los caballos alados, las mariposas multicolores, los unicornios y los pavos reales, y JRJ nos presenta un humilde pollino. Pero no es un libro sobre un asno, es una memoria aparentemente infantil de las peripecias de ese Platero vivo por las callejas de Moguer hasta que el narrador lo supone «feliz en tu prado de rosas eternas».
zzz Platero 3.JPGA partir de ahí la obra de JRJ creció más y más, lejos ya de los corsé modernistas, y es ahora el poeta fundador del que son herederos todos los que desde hace cien años escriben poesía en nuestra lengua. Es la fuente, y la primera gota del manantial poético es precisamente un libro en prosa, Platero y yo. Incluso los poetas que nunca lo han leído (que los hay) escriben en su tiempo porque él desoyó la fanfarria modernista y desató el nudo gordiano que tan magistralmente ataron los grandes poetas del Siglo de Oro. Ese «Yo» que está en el título del libro es el que compromete al poeta con voz esencial de la conciencia propia y de la colectividad.
La vida y la personalidad de JRJ son azarosas y muy interesantes, pero no son el objeto de este trabajo. Mucho se ha dicho y escrito sobre su difícil carácter, y poco de su generosidad y su compromiso personal en la vida cívica. Se cuenta que, cuando le concedieron el Premio Nobel en 1956, año y medio antes de morir, un periodista de Puerto Rico, donde entonces vivía exiliado el poeta, le preguntó por qué había escrito un libro sobre un burro. Parece ser que reportero y cámara salieron a gorrazos de la vivienda que el poeta tenía en la zona universitaria de Río Piedras. Si esta anécdota no es verdad, debiera serlo, porque Platero y yo no es la historia de un burro. Es un faro que a veces olvidamos pero que sigue alumbrando.
***
(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 el miércoles 28 de enero).