Mi tocayo Miliki
Decían que el viejo Matías Prats hacía radio en color, porque tenía tal capacidad descriptiva que cuando la gente veía los goles del Real Madrid en NO-DO eran exactamente iguales a como se los había imaginado en la retransmisión radiofónica. Con los Payasos de la Tele pasaba igual, sus programas eran en blanco y negro durante su primera etapa, pero la gente los recuerda en color. Con la muerte de Miliki, mi tocayo, se liquida aquel trío mítico de hermanos que forman parte de la memoria colectiva, yo creo que sobre todo porque sus canciones (facilonas pero entrañables) se repiten una y otra vez, y de alguna forma rompieron el molde de los argumentos machistas de «las niñas bonitas no pagan dinero» o las cenicientas y bellas durmientes que esperaban el beso de un príncipe o calzarse el zapato de un gran matrimonio. Nunca he sido un entusiasta del circo; no me llaman la atención los juegos malabares ni los perros amaestrados, y me ponen muy nervioso los lanzadores de cuchillos y los que sin necesidad meten la cabeza en la boca de un león. Fui de adolescente a una función en la que la trapecista se balanceba sin red, y me marché a media función porque tengo vértigo. Los payasos no me dan miedo (la coulrofobia está definida como miedo irracional a los payasos), pero no me parecen especialmente atractivos; sin embargo, veía a los Payasos de la Tele porque eran distintos, quizás menos pintarrajeados y más musicales. Su llegada ya me pilló adulto, pero en mi familia había niños; así que con la coartada de acompañarlos pasaba muchas tardes de sábado coreando familiarmente el saludo de «Hola, don Pepito, hola don José» y respondiendo al «¿Cómo están ustedes?» Miliki se ha ido pero seguiremos cantando en los cumpleaños su tonada de felicitación. Los Payasos Aragón fueron mucho más que un programa de televisión, fueron el paso del blanco y negro al color.
Lo visité por primera vez para hacerle una entrevista. Ya estaba en sus últimos años y quería seguir sabiendo lo que ocurría, así que me emplazó para que lo visitase de nuevo. Yo procuraba distanciar las visitas, porque no quería importunarlo, y él siempre me reprendía porque siempre hacía demasiado tiempo desde la última vez. No es que tuviera especial predilección por mis visitas, es que tenía necesidad de saber de primera mano qué se escribía, qué se hablaba, y supongo que habría muchas más personas que, como yo, acudían con las novedades y a cambio conseguían sin proponérselo escuchar sentencias que más que de un hombre parecían proceder de un oráculo.
Cada visita era como asistir a una lección magistral. No es que diera conferencias, hablaba poco, pero con una precisión como he visto muy pocas veces. No necesitaba largas parrafadas para poner las cosas en su sitio. Una de las lecciones que aprendí de él es que en los artículos periodísticos lo más importante es saber pensar. Se supone que quien escribe conoce las reglas de la gramática y escribe con corrección, y que domina el asunto del que trata su artículo. Pero eso no basta, decía él, porque puedes ahogar con demasiada información al lector, que no puede seguir el hilo de lo que trata de contarle el articulista. Por eso él aconsejaba que es importantísimo saber pensar, y como ejemplo ponía a Ortega y Gasset, autor de gran influencia que escribió gran parte de su obra en los periódicos. No es que Ortega no tuviese ideas, las tenía y muy brillantes, pero esa clarividencia hay que transmitirla, y no basta una prosa fluida, es necesario acompañar el pensamiento del lector: saber pensar. Y lo mismo decía de un autor tan denso como Nietzche en sus libros. Es por eso que vemos documentados trabajos escritos por autores especialistas en la materia, que además escriben con corrección, pero se nos atragantan porque no conseguimos seguir el hilo de su pensamiento. Sobra decir que don Joaquín sabía pensar, y este consejo he procurado llevarlo a la práctica con mejor o peor fortuna, porque he visto que tenía razón. Por eso la gente compra periódicos para leer determinada firma, no porque diga cosas más importantes que otros, sino porque sabe pensar.