Publicado el

DOMINGOS IM-POSIBLES (IV)

El Salto Ángel
Hay cascadas hermosísimas e impresionantes, tan conocidas como las cataratas del Niágara o las de Iguazú, o tan poco nombradas -y no por ello menos impresionantes- como las del río Zambeze en África. Todas son espectaculares, caudalosas y una muestra ensordecedora de la fuerza de la naturaleza, que es un espectáculo por el solo hecho de ser.
salto de angel 3.jpgSin embargo, la cascada de agua mayor del planeta se encuentra en Venezuela, en la zona de Canaima, en el estado de Bolívar. Cae sobre el río Caroní, un afluente del Orinoco, desde una meseta de 2.600 metro sobre el nivel del mar. Es la zona de los tepuis, que son como mojones basálticos que han resistido la erosión y se elevan sobre la sabana y la selva que empieza al sur, ya muy cerca de la Amazonia.
Uno de ellos es el Auyantepui, una especie de torre de piedra que podría haber sido imaginada por el autor de «El Señor de los anillos». Pero es real, y desde aquella altura cae una cascada de agua de más de 900 metros, que tiene 807 metros en caída libre. No hay nada comparable en todo el planeta, es el vértigo hecho agua, es la constatación de que la naturaleza es el mayor espectáculo del mundo.
Salto de angel 1.jpgMuchos llaman a esta cascada el Saldo del Ángel. Pero no es «del» Ángel, sino «de» Ángel, o sin preposición, simplemente Salto Ángel. Y se llama así en memoria de su descubridor, el pionero de la aviación Jimmy Ángel, en torno al cual hay una historia tan extraordinaria que parece sacada de una novela del género fantástico.
Se cuenta que, en los años veinte del siglo pasado, Jimmy Ángel operaba con su avioneta de alas de tela desde Panamá, haciendo viajes por encargo. salto de angel 2.jpgUna noche fue contratado por un norteamericano desconocido para que lo llevase al Auyantepui, un lugar en el que se suponía que era imposible un aterrizaje. Dicen que hizo ese viaje, esperó al viajero, que se internó entre unos árboles, y al cabo regresó al avión con un maletín lleno de lingotes de oro, aunque otros dicen que eran pepitas, lo que dio lugar al renacimiento de la leyenda de El Dorado. Seguramente era un tesoro que habían escondido previamente.
Jimmy Ángel regresó a Panamá con el viajero y luego se empeñó en volver al Auyantepui, tal vez a buscar más oro. En sus merodeos por la gran roca, descubrió en octubre de 1937 la cascada, que por eso lleva su nombre, Salto Ángel, y estrelló su avioneta en la cima del cerro. Se suele decir que murió en el intento, pero no es verdad, salió vivo, y murió en la cama veinte años después y dejó dispuesto que esparcieran sus cenizas sobre el Auyantepui.
Nunca se supo si encontró el oro que buscaba, aunque parece que no porque ni él ni sus herederos llevaron una vida opulenta. Su avioneta quedó enterrada en el fango del tepui hasta que fue rescatada y hoy se puede ver, cubierta de barro seco, en un museo de Caracas.
***
(En mi novela «El llano amarillo», los personajes invocaban el espíritu de Jimmy Ángel cuando hablaban de la legítima ambición, la valentía y la constancia, pues todas estas virtudes fueron las que hicieron posible la gran aventura de este pionero de la aviación).

Publicado el

DOMINGOS IM-POSIBLES (III)

El grito
Muchos son los cuadros que han dado mucho que hablar y escribir, y generalmente, sean sus autores renacentistas, barrocos, manieristas, románticos o expresionistas, nos fijamos en el propio cuadro y nos desprendemos de quien lo pintó. Cuando se mira El Guernica, no se ve a Picasso, sólo salta del cuadro el horror de la guerra, y si es La Gioconda lo que vemos, podemos hasta especular sobre las técnicas utilizadas por Leonardo, el doble nivel del horizonte o la androginia del rostro de Mona Lisa. Pocos son los cuadros donde se ve el retrato psicológico del pintor, porque en los autorretratos vemos a Van Gogh con oreja o sin ella, y por su mirada pensamos en un loco, pero es lógico que lo pensemos de quien acaba de cortarse una oreja. A Velázquez lo vemos enmarcado por una puerta detrás de Las Meninas, pero es sólo un oscuro cortesano, sin definición psicológica.
grito.JPGHay, sin embargo, algunos cuadros en los que vemos al propio pintor. Uno de ellos, tal vez el más famoso, es El grito del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944). En realidad son varios cuadros, siempre con el mismo asunto, aunque el principal fue pintado en 1893, cuando Munch estaba en plena depresión tras la muerte de su hermana preferida. Ese grito silencioso es como un agujero negro que nos habla del dolor, de la soledad, de la rabia por la pérdida de un ser querido, de lo incomprensible que es el mundo. En realidad se plantea el sentido de la vida como si estuviese escribiendo un libro. El grito es un tratado de psicología en color, algo pocas veces conseguido en la historia de la pintura, es el informe psicológico de su autor, y el miedo a que nos pase a nosotros es lo que hace que nos llegue tan hondo.
Lo curioso del cuadro es que la figura antropomórfica que lo preside ocupa apenas el 10% de la tabla, y lo que realmente impresiona es su rostro, con una boca abierta como un pozo insondable y las dos manos tapando los oídos y casi manteniendo la cabeza. El paisaje parece de relleno, pero en realidad es lo que nos retrata al autor, pues son los trazos, los colores y el dinamismo expresionista lo que nos lleva a conocer al pintor.
Podríamos establecer una secuencia en la que el arte y el intelecto se entrecruzan para alcanzar la mente del hombre, el origen de sus comportamientos, su perfil psicológico. No olvidemos el impacto que tuvo la novela psicológica en la segunda mitad del siglo XIX, y no es improbable que Munch leyera o al menos conociera alguna de las novelas más duras de Dostoievski. Luego vienen Sigmund Freud, Young, Virginia Wolf y una lista de hombres y mujeres comprometidos con el arte y con el autoconocimiento, hasta llegar incluso a autores tan raros como el libanés Khalil Gibran, a quien me temo mucha gente ha leído muy mal.
El grito de Munch es tan delator que tal vez por eso se empeñan en secuestrarlo una y otra vez.

Publicado el

Los récords, el frío y la memoria

De un tiempo a esta parte, los récords son cosa de todos, no sólo de los deportistas. Ahora vende mucho eso de «es la primera vez que…», «es el primero que se come tantos huevos en tantos minutos», o qué sé yo. Y llegan a forzarse estadísticas parecidas a esta: «todos los negros que han sido candidatos a la Casa Blanca por uno de los dos grandes partidos americanos han ganado las elecciones presidenciales». Y es verdad, pero es una perogrullada.
monet.jpgYo soy el primero que muerdo ese anzuelo, y lo digo antes de que otros me lo digan, porque desde hace unos años suele aparecer en mi currículo que publiqué la primera novela completa en internet en lengua castellana, una semana antes que Pérez-Reverte, justo el 23 de abril del año 2000 en la web de este periódico.
Y esto me viene a la memoria porque andamos en la discusión de si este es el invierno más frío desde 1973, porque, aunque oficialmente es así no todo el mundo está de acuerdo. Y es que el frío tiene un componente psicológico importante, de manera que dependiendo de en qué momento de nuestra vida estemos podemos recordar más o menos frío.
La memoria juega malas pasadas, y en la mía figura toda la época de la Transición (1975-1981) como un tiempo en que siempre hacía frío, y relaciono las manifestaciones con anoraks acolchados y días grises. No sé por qué, pues sé que durante esos seis años hubo días luminosos, manifestaciones en camiseta y hasta olas de calor. Pero a mí se me grabó el frío; por eso, si alguien afirma que el invierno del 83, el del 91 o el del 2005 fue más frío es posible que así lo haya sido para esa persona, porque ya dijo García Márquez que las cosas no son como uno las vivió sino cómo las recuerda.
***
Ah, el cuadro es de Monet.