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¡Viva Cartagena! (*)

Los que mantienen a marchamartillo el discurso de la unidad y uniformidad de España debieran darse una vuelta por la historia. Así se percatarán de que España es un estado muy centrífugo, con una permanente tendencia a la desunión. En realidad, cuando acuñaron el término «balcanización» para procesos de fragmentación de un estado, en realidad debieron llamarlo «españolización». De manera que, aunque no sea deseable ni práctico, no es tan raro lo que ocurre actualmente, y cuando se redactó el Título VIII de la Constitución de 1978 que trata de las autonomías, los diputados no lo hicieron porque sí, sino porque conocían la historia, y pensaron que dejando abiertas juntas de dilatación entre los territorios sería menos probable que el edificio español se partiese. Cuando España estuvo por primera vez bajo un mismo mandato fue en la corona de Carlos I, puesto que los Reyes Católicos dejaron que Castilla y Aragón fuesen entes distintos. Antes hubo muchos reinos, condados, señoríos y marcas, y en tiempos de Felipe II había gobernadores y fueros en cada zona. Así se mantuvo a duras penas la unidad bajo una corona. En el años confusos entre 1868 y 1874 (había tres guerras civiles simultáneas) hasta nació una república, pero incluso entonces surgieron diferencias entre unitarios y federalistas. Tanta era la potencia descentralizadora, que no sólo Andalucía o Cataluña querían ser un estado (los vascos y los navarros ya lo intentaban con las guerras Carlistas), sino que muchas ciudades se constituyeron en estados por su cuenta: Sevilla, Valencia, Alcoy, Salamanca, Tarifa y muchas más, hasta pueblecitos como Jumilla o Camuñas. Donde hubo mayor resistencia fue en Cartagena, pues los sublevados tenían las armas del arsenal militar, que requirió la presencia del ejército central para rendir la ciudad. La tercera guerra fue la llamada de Los diez años con Cuba.
zzzzz10065281.JPGPor eso no es nuevo que ahora los de Bildu se monten su película, los catalanes sigan con la suya y, por la fuerza de la costumbre, un día de estos la comarca del Maestrazgo o la parroquia de Caldas proclamen su propio estado. Es lo de siempre, y por eso estados como Gran Bretaña, Francia o una república federal como Alemania nos miran con desconfianza. No hay manera de que al presidende del Barça se le haga decir España (dice estado español), los del PNV juegan con fuego apoyando a Bildu y algún editorialista canario sigue echando leña al fuego de la independencia con lenguajes y argumentos que a Secundino Delgado y Nicolás Estébanez les habrían parecido ridículos, por viejos y demagógicos. Pero esa es la España que heredamos de los Reyes Católicos, cuyos dirigentes no son capaces de hacer frente común ni cuando se quema la casa. Fue el pueblo el que se levantó contra Napoleón mientras los políticos discutían, y el desprestigio de la política acabó con la monarquía de Alfonso XIII. Durante la II República no fueron capaces de ponerse de acuerdo en lo esencial, y prefirieron una guerra civil antes que ceder un palmo. Esta España no es nueva, pero no se preocupen, las juntas de dilatación son generosas y no se romperá, pero tanta diatriba de barrio no nos deja avanzar. A veces me pregunto si Aznar, Artur Mas, Felipe González o Esperanza Aguirre se dan cuenta del daño que pueden hacer sus palabras. De Zapatero, Rajoy, Rubalcaba y Mª Dolores de Cospedal ni hablo. Cada uno a lo suyo: ¡Viva Cartagena!
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(*) Esta expresión se menciona también si alguien monta un numerito para despistar cuando mete la pata o le queda grande algo que está haciendo; y viene porque, poco después de que el cantón de Murcia y Cartagena fuese derrotado por las fuerzas del estado central (1871), un cantante de ópera que actuaba en el teatro de la ciudad estaba haciéndolo de pena, entre el descontento del público. Para que el murmullo creciente no se convirtiese en pitada y pataleo, el tenor se plantó en medio del escenario y, sin venir a cuento, gritó. «¡Viva Cartagena!» Como aún los sentimientos cantonalistas de los cartageneros estaban a flor de piel, el público estalló en vítores y una cerrada ovación. Lo hemos visto en algunos cantantes que vienen a Las Islas y empiezan a hablar en el escenario de su amor por Canarias y a veces entrando en rivalidades y pleitos locales, tratando así de ganarse al público. El truco es viejo, pero a menudo funciona.

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Belén Esteban y el caballo de Calígula

Sabemos que la telebasura hace audiencias y por lo tanto genera dinero, que los realitys entre mentiras y verdades exhiben lo más grosero del género humano, pero hay cosas que no tienen soldadura. Hemos escuchado a afamados presentadores (ahora llamados monstruos ¿por qué será?) defender lo indefendible, como aquella legendaria frase de Javier Sardá «¿Telebasura? ¡Tu puta madre!», o la teoría de que Gran Hermano era un experimento sociológico salida de la boca de la inefable Mercedes Milá. zincitatus.JPGIncluso los programas supuestamente críticos con la telebasura la han utilizado de manera continua (Sé lo que hicísteis) o de forma esporádica (Buenafuente, El intermedio), y cada cual tira de la manta hacia donde le conviene, porque como me contaron que decía un profesor de Ciencias de la Información «Indentificar un programa de televisión es fácil, es lo que sale en medio de la publicidad». La televisión es un medio extraordinario que se ha degenerado para embrutecer a la gente, pero al menos los directivos guardaban las formas, haciendo de las suyas escondidos en sus despachos, pero no insultando nuestra leve inteligencia. Ha dicho Paolo Vasile, Consejero Delegado de Telecinco, que Belén Esteban es la precursora del 15-M. Claro, y el caballo de Calígula el pilar sobre el que se consolidó el Imperio Romano. No olvidemos que el caballo en cuestión era Cónsul, porque lo nombró aquel «característico» emperador, y a Belén Esteban la han nombrado precursora de no sé qué, como Voltaire lo fue de la Revolución Francesa. Pues nada, como ya tenemos pensadores de ese calibre, cerremos las universidades.
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El caballo preferido de Calígula era Incitatus, que en latín viene a traducirse por Impetuoso, que no me extrañaría que fuese lo que quiso decir Jesús Gil cuando llamó a su caballo Imperioso.

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Solo en una isla desierta: esta

zzzlogostory[1].jpgAunque no nos han explicado debidamente en qué consiste ser capital cultural europea, debo suponer que es algo bueno para la ciudad. Y desde aquí animo a que se haga el último esfuerzo mañana en Madrid, si es que hay que hacer alguno, que tampoco lo sé, porque en un proceso que lleva tanto tiempo es de suponer que el jurado tendrá a estas alturas datos suficientes, y un criterio formado después de haber visitado repetidamente las ciudades candidatas. Si Las Palmas sale elegida -que espero y deseo que sí- aplaudiré como un loco; pero lo haré en soledad, en una isla desierta para mí solo. Lo digo porque me he encontrado a muchas personas que mañana «no van a estar», porque afirman que tienen que estar en Madrid «con lo de la candidatura»; y he sabido que a amigos míos les pasa lo mismo. Así que, en consecuencia, mañana va a estar todo el mundo en Madrid, menos yo, porque por mis cuentas deben haber viajado varios centenares de personas; por supuesto, todas indispensables. Si esto es verdad, me pregunto para qué tanta gente, y si no lo es puede estar ocurriendo con la candidatura europea lo mismo que con la fiesta de la onomástica del Rey celebrada hace años en el Club Náutico, cuando eran legión las personas que aseguraban haber sido invitadas, pero que declinaron la invitación. O peor, se escondieron en su casa sin coger el teléfono para que no las vieran en otra parte a la hora de la recepción. Es más, me consta que hubo incluso quien se hizo acompañar a comprar un vestido para una fiesta a la que sabía que no iba a asistir, pero como se decía que quien no estuviese invitado «no era nadie», se guardaron las apariencias para mantener el pedigree en su círculo. Pues algo así debe estar sucediendo ahora, porque no creo que un tumulto de personas vaya a influir en el fallo del jurado.