El cine es John Ford
Hablar de John Ford, del que se cumplieron 40 años de su muerte el pasado 31 de agosto, es contar la historia del cine, desde sus inicios pioneros hasta su plenitud en la segunda mitad del siglo XX. Aunque llegó a ser extra en la película El nacimiento de una nación (1915) de Griffith, Ford vio muy pronto que su lugar estaba detrás de la cámara. Su nombre de pila era Francis O’Feeney, pero muy pronto empezó a firmar como Francis Ford, y es en 1923 cuando aparece por primera vez su nombre artístico definitivo en la película Cameo Kirby, con la que fue es pionero en el uso del color.
Facturó cerca del centenar de títulos en su etapa de cine mudo, si bien la mayor parte de ellos no se conservan porque, como se sabe, el celuloide de entonces se autodestruía por combustión espontánea pasado cierto tiempo. Fue en el cine mudo en el que «inventó» el western con actores que fueron su alter ego como Tom Mix y Bronco Billy. Cuando llegó el sonoro en 1928, los directores quedaron sin trabajo porque los estudios contrataban para dirigir a directores de teatro, que, salvo excepciones, sabían mucho de vocalizaciones pero nada de cine y ante su ineficacia manifiesta volvieron a llamar a los cineastas más sólidos, entre ellos John Ford.
Se le acusó de que en su cine las mujeres siempre estaban en un segundo plano. Tal vez por eso, su última película de ficción fue Siete mujeres, con la consagrada Anne Bancroft y Sue Lyon, la fugaz actriz de Lolita. Pero es cierto, Ford hacía cine en el que el peso lo llevaban los hombres, y de alguna forma se proyectaba en ellos, especialmente en John Wayne, tal vez porque era de ascendencia irlandesa como él y compartía en imagen y en ideas la figura del americano indomable, con sangre irlandesa pero muy patriota de las barras y las estrellas.
Ford es la primera fuente del western; fue el creador del género cuando aun el cine no hablaba, y en el cine sonoro filmó unos cuantos de los mejores títulos del género, casi siempre con John Wayne como bandera: La diligencia, Dos cabalgan juntos, El hombre que mató a Liberty Valance y Centauros del desierto, esta última considerada por los especialistas como la cima del western. Dirigió, además Pasión de los fuertes, una versión muy fiel del legendario duelo en OK Corral, esta vez sin Wayne pero con un Henry Fonda durísimo, y hasta consiguió que Víctor Mature tuviese una actuación memorable, sin esa cara de angustia tipo Nicolas Cage que siempre exhibe.
Profundizar en la obra cinematográfica de John Ford daría para varios libros, y siendo su referencia más certera, apenas si llegan a 10 los westerns que filmó en cine sonoro. Es verdad que otras películas sobre la caballería norteamericana se le asimilan al género y las suman a la cuenta, pero estas en realidad no son westerns, sino un homenaje al ejército de su país. Fort Apache, La legión invencible o Río Grande son relatos militares, pues Ford fue oficial de la Marina durante la II Guerra Mundial, continuó siendo reservista toda su vida y alcanzó el grado de contraalmirante. Fue por ello fiel notario de aquella guerra y de la de Corea, filmando noticiarios y documentales sobre hechos bélicos tan renombrados como el ataque japonés a Peal Harbour, el desembarco de Normandía o la batalla naval de Midway, donde fue herido y condecorado, y hay quien dice que es allí donde perdió el ojo izquierdo. Otros dicen que fue antes, y hay confusión en la datación de las fotos, e incluso hay quien asegura que en realidad no había perdido el ojo y usaba un parche negro de seda para generar esa leyenda. El caso es que, durante casi la mitad de su vida, llevaba el parche incluso cuando se ponía gafas oscuras.
Además de su rutilante filmografía de westerns y películas de asuntos militares, también dirigió magníficas películas de temas variados, haciendo incluso concesiones al glamour con Mogambo, donde coincidieron nada menos que Clark Gable, Grace Kelly y Ava Gardner, a la comedia, con El hombre tranquilo, en la que vemos a Maureen O’Hara más bella y actriz que nunca y a un John Wayne comediante magnífico, al drama, con Las uvas de la ira y a la tragedia histórica con Katharine Hepburn encarnando a una María Estuardo insuperable. Hizo también Qué verde era mi valle, un película social que solo podía hacer él, un patriota fuera de toda sospecha de ser comunista. Hay por lo tanto muchos John Ford, dominador de todos los géneros. Y una recomendación final: siempre que vean en el videoclub una película dirigida por John Ford, cójanla, si no es una obra maestra -que suele serlo- será como mínimo muy buena, aunque esté John Wayne. No es cosa mía, lo dijo Orson Wells, otro maestro, que preguntado por una definición del cine, contestó: «John Ford, John Ford y John Ford».
***
(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa del periódico Canarias7 de las Palmas de Gran Canaria el miércoles 11 de septiembre).
Todo esto para decir que es un error muy extendido creer que Azcona fue guionista de Bienvenido Míster Marshall. No, el guion es de Juan Antonio Bardem y de Berlanga, y su tono cómico (fue aclamada como comedia en Cannes) es una pátina para expurgar el retrato del dolor de una España gris y desilusionada. Los americanos pasan de largo por el pueblo de Villar del Río, que se queda compuesto y sin visitantes, que es cuando el alcalde, un surrealista Pepe Isbert, se dirige a ellos con el discurso político más repetido de este país: «Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar». Era la metáfora de una gran decepción, porque España había sido el único país europeo que quedó fuera del European Recovery Program, un plan norteamericano impulsado por el General Marshall, a la sazón Secretario de Estado de Harry Truman, destinado a la reconstrucción de una Europa arrasada por la II Guerra Mundial (EE.UU. necesitaba levantar Europa para tener mercado), que se valora hoy en 13.500 millones de dólares, mucho dinero hace sesenta años. Funcionó durante el cuatrienio 1947-51 y se anuló cuando los enormes gastos de la guerra de Corea obligaron al tesoro norteamericano a suspender las ayudas que en principio iban a continuar y que posiblemente habrían alcanzado España. Hasta en eso hemos tenido mala suerte.
Cuando llega julio y el calor me entra una extraña zozobra, que debe ser genética porque el levantamiento militar del 18 de julio de 1936 ocurrió mucho antes de que yo naciera. Recuerdo que cuando yo era niño las personas mayores que sí lo vivieron solían decir frases alusivas al calor y a la fecha cuando esta llegaba («hoy hace tanto calor como en el 36», «este 18 de julio está más fresco que del día que estalló el Movimiento»). Sí, llamaban Movimiento (con mayúscula) al golpe de estado de Franco. Luego, siendo un adolescente, leí la novela Tres días de julio, de Luis Romero, que recreaba aquellos días aciagos en los que empezó la guerra civil, con el calor sofocante de julio siempre al fondo. Por si esto fuera poco, en 1976 vi la película de Jaime Camino Las largas vacaciones del 36, y más de lo mismo, mucho calor, gente preocupada en mitad de sus vacaciones y el comienzo de una tragedia. Por eso suelo pasar de puntillas sobre el 18 de julio, sobre todo cuando hay tensiones políticas. Nunca había escrito sobre esta sensación, pero ahora que algunos con presencia y peso empiezan a decir que la situación española se puede enrarecer, me viene esto a la memoria. Y porque es julio. Supongo (y espero) que solo sea un sensación nacida de la literatura y el cine. Ficción. Nada más.