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Maureen O’Hara era un gran tipo

Cuando en una de sus últimas entrevistas preguntaron a Peter O’Toole si le gustaría llegar a cumplir cien años, él vino a decir que no se lo planteaba porque sabía de antemano que era imposible, que en su profesión solo los pelirrojos tenían posibilidades de alcanzar el siglo, y él era un rubio de manual. Cuando el periodista insistió en lo de la longevidad de los pelirrojos dijo que no era una norma sino una evidencia, y mencionó a Kirk Douglas, Maureen O’Hara imagenrojjo.JPGy a las actrices Olivia de Havilland y Joan Fontaine, por cierto hermanas enemistadas hasta la muerte. Los dos primeros han sido pelirrojos muy evidentes, pero no sabía que las otras dos lo fueran, pero si Peter O’Toole lo decía sería porque lo sabía. No hay que fiarse de todo lo que vemos en el cine; Rita Hayworth fue publicitada en Gilda como la pelirroja más llamativa, y es que le tiñeron de rojo su pelo castaño y así quedó para siempre, asunto que no entiendo muy bien puesto que la película era en blanco y negro. Continuar leyendo «Maureen O’Hara era un gran tipo»

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Laura Antonelli y las etiquetas

imagen alua antonelli1.JPGHa muerto Laura Antonelli, que ha quedado en la historia como el sueño húmedo italiano de su generación, a causa de los papeles con carga erótica que interpretó, especialmente Malizia (1973), aunque yo prefiero recordarla en su corta pero deslumbrante aparición en Satyricon de Fellini y especialmente en su intervención en L’Innocente de Luchino Visconti. En los años 60 y 70 surgieron en el cine europeo algunas actrices que tenían el don del talento (una más que otras) y la maldición de la belleza. No sé si fueron ellas mismas, las circunstancias, los productores, el público, el machismo o todo a la vez, pero el caso es que fueron etiquetadas por su intervención en una película (a veces de mucha calidad) de tono subido y escándalo hipócrita inevitable, o bien porque aparecían en mucho títulos haciendo el mismo papel (tal vez no les daban otros y había que comer). Por desgracia, el futuro de la mayor parte de ellas fue casi como una condena inquisitorial, un castigo bíblico, asediadas por los malos amores, el alcohol, imagen alua antonelli.JPGlas drogas y algunas veces por la pobreza rigurosa, las enfermedades mentales (o ambas) y el abandono de una industria que llenó sus bolsillos a su costa. Fue la suerte que corrieron María Schneider (El último tango en París), Sylvia Kristel (Emmanuelle), en España la inefable Nadiuska y la propia Laura Antonelli. No tuvieron la suerte de ser respetadas como Marylin Monroe, Ava Gardner y las bellísimas italianas de las generaciones anteriores, que fueron a la vez adoradas como mitos eróticos y aplaudidas como actrices (Silvana Mangano, Sophia Loren, Claudia Cardinale). Laura Antonelli estuvo a punto de dar ese salto cuando actuó en L’Innocente (1976), basada en una novela de D’Annunzio, pero Visconti murió antes del estreno y con él desapareció su oportunidad de ser una de las grandes. Su biografía encaja de nuevo con el mito de la bella infeliz, que hoy se cierra con una nota de agencia sobre su muerte en la que se vuelve a insistir en la misma etiqueta que la destrozó. Laura ya forma parte del panteón de las bellas que perdieron el norte y la razón cuando estaban en la cima: Gene Tierney, Veronika Lake, Rita Hayworth… Ojalá ahora encuentre, por fin, la paz.

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Envidia, silencio y maledicencia

Rafael Sánchez Ferlosio siempre ha polemizado contra la idea de que la envidia es el pecado nacional de España. Fue muy sonado hace años su debate público por escrito con el político, médico, escritor, crítico y casi antropólogo Domingo García-Sabell, porque este afirmaba con argumentos de peso que el tópico es cierto, mientras que Ferlosio decía que el españolito es tan chulo y pagado de sí mismo que siempre se considera mejor que el otro, y por lo tanto no lo envidia porque se siente superior. La verdad es que no sé qué será peor. No tomo partido por ninguno de los dos, pero cuando el río suena…
imagen envidia.JPGLa envidia ha sido el motor de mucha de nuestra literatura, pues ya Tirso de Molina le dedicó su obra La lealtad contra la envidia y Cervantes hace exclamar a Don Quijote: «¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!» Ya los clásicos la comentaron, como Cicerón cuando dice que «nadie que confía en sí mismo envidia al otro», idea que podría enganchar con la argumentación de Sánchez Ferlosio sobre la prepotencia del español que se sobrevalora. Otros autores emparentan la envidia con los celos y siempre desemboca en un odio silencioso y destructivo que ha sido tratado en diversas disciplinas, pues hasta el multidifundido Daniel Goleman habla de ello en su encadenado discurso sobre la inteligencia emocional. Y sigo sin saber qué pensar pero a veces los hechos hablan más que los libros.
Hace unos días se celebró la Gala de los Goya, y en los reportajes en diversos medios sobre las celebridades asistentes escasea la foto o el instante televisivo de Penélope Cruz, hasta el punto que alguna revista, en un especial sobre la alfombra que esta vez no era roja, la hace desaparecer, no está. Independientemente de gustos cinematográficos y personales, Penélope Cruz es la actriz española con mayor proyección internacional; una forma de medir que ellos mismos han puesto son los galardones conseguidos, pues si es por eso hablamos de Oscar, Globo de Oro, Bafta, David Donatello, Goya (tres veces), Mejor Actriz Europea, Mejor Actriz en Cannes y docenas de nominaciones a esos premios, que ninguno de los presentes en esa gala ha visto ni de lejos. Ah, y la soñada estrella en el Paseo de la Fama. Para minusvalorarla le sacan siempre a Sara Montiel, y por mucho que repaso los palmarés cinematográficos no encuentro el nombre de Saritísima ni en letras pequeñitas. Solo Victoria Abril ha conseguido alguno de esos reconocimientos, y para ella también el silencio, y Antonio Banderas ha llegado a rozarlos. Para él sí que todo son aplausos y hasta un Goya de honor.
Es extraño, y enseguida pensamos en el machismo; también puede que sea porque en su vitrina Antonio Banderas (que me parece un tipo fantástico) no tiene ni uno solo de los muchísimos galardones que ha conseguido Penélope. Si los tuviera, ¿le aplaudirían tanto? Porque se da el caso de que Javier Bardem sí que ha sido profusamente premiado y reconocido internacionalmente, y es como si no existiera. A Penélope, como no pueden pasar por encima de su trayectoria artística y profesional en el cine y en el mundo de la publicidad, la castigan con el silencio, la borran, o hacen comentarios con doble fondo. No sé qué dirá Sánchez Ferlosio, pero la envidia a menudo se practica con la maledicencia o el silencio, y por aquí de eso hay por arrobas.

Y eso no solo pasa en el cine, no hay que
ir muy lejos para comprobarlo.
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(La imagen corresponde a La Envidia, pintada por Giotto di Bondone en la capilla de los Scrovegni en Padua)