Pinito del Oro, eterno resplandor, áurea levedad
La he visto de cerca, y es la sobriedad, con una parsimoniosa cadencia de ballet en sus manos; viste con la sencillez de la elegancia innata, y mira con distancia, como solo saben hacerlo las damas del éter. Es hermosa, atemporal, con apariencia de pantera negra que se sabe dominadora de su territorio aunque no mueva un solo centímetro de su piel. Posee lo que los ingleses llaman un toque de distinción, pero se percibe que es humana, que hay cosas que pueden agredirla, que es tan vulnerable como cualquier otro animal de tierra. Siente, ama, ríe, llora, duda y teme como cualquier mujer, y se llama Cristina María del Pino Segura. La veo salir a la pista entre las lonas de la carpa. Oigo a un maestro de ceremonias que dice palabras que la enaltecen mientras redoblan los timbales del ¡más difícil todavía! Me cruzo con ella, todavía es humana, veo la duda en su rostro y el miedo en sus ojos. Es elegante, distinguida, pero sigo percibiendo un halo de vulnerabilidad, una prevención gatuna que la pone a la defensiva porque sigue siendo una mujer.
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