Pinito del Oro, eterno resplandor, áurea levedad
La he visto de cerca, y es la sobriedad, con una parsimoniosa cadencia de ballet en sus manos; viste con la sencillez de la elegancia innata, y mira con distancia, como solo saben hacerlo las damas del éter. Es hermosa, atemporal, con apariencia de pantera negra que se sabe dominadora de su territorio aunque no mueva un solo centímetro de su piel. Posee lo que los ingleses llaman un toque de distinción, pero se percibe que es humana, que hay cosas que pueden agredirla, que es tan vulnerable como cualquier otro animal de tierra. Siente, ama, ríe, llora, duda y teme como cualquier mujer, y se llama Cristina María del Pino Segura. La veo salir a la pista entre las lonas de la carpa. Oigo a un maestro de ceremonias que dice palabras que la enaltecen mientras redoblan los timbales del ¡más difícil todavía! Me cruzo con ella, todavía es humana, veo la duda en su rostro y el miedo en sus ojos. Es elegante, distinguida, pero sigo percibiendo un halo de vulnerabilidad, una prevención gatuna que la pone a la defensiva porque sigue siendo una mujer.
Continuar leyendo «Pinito del Oro, eterno resplandor, áurea levedad»
Como diría el poeta Miguel Hernández, en Gran Canaria, su isla y la mía, se me ha muerto como del rayo mi amiga la gran artista Sira Ascanio. Fue siempre una mujer singular, que vibraba escuchando Piensa en mí cantada por Luz Casal, metiéndose en las abstracciones de Kandinsky, que coleccionaba copas de cristal y amigos, que sufría por este país machadiano de charanga y pandereta, que en otra vida de ficción fue Ginebra en Camelot o decía que tal vez un pez o un delfín (yo creo que una sirena), esa mujer se ha ido dejando un rastro de luz que se le escapaba en todo lo que hacía. Por cronología, por postulados estéticos y por contenidos vitales, debiera figurar en la generación del setenta, pero entonces la vida personal la absorbía, asunto crónico por desgracia en las mujeres.