Carrillo y la Historia
Se ha muerto usted, don Santiago, algo que ya ni considerábamos posible, y de veras que lo siento, aunque sé que la otra España machadiana estará dando botes de alegría. Eso tiene la ultraderecha montaraz y vengativa de este país, que celebra los muertos, es su vieja costumbre. La gente que mira al futuro no celebra la muerte de nadie, aunque sea un adversario ideológico y haya estado enfrentado en una guerra. Su vida ha sido muy larga, pero siempre duele la partida. En este momento en el que sé que con su desaparición física se cierra un capítulo de la Historia de España, debo recordar sus desvelos por hacer cicatrizar las heridas. Siento que en estos momentos tanto esfuerzo no ha sido suficiente, pero no es culpa suya, es el alma envenenada de este país que tiene la maldita costumbre de liarse consigo mismo al menos un par de veces cada siglo, y como hace más de 70 años que acabó el último aquelarre tiene mono guerracivilista. En realidad hace menos, si consideramos la represión franquista y los 50 años de ETA. Ya sabe, España siempre igual, Luis Candelas y Esquilache, aunque ahora los bandoleros no usan trabuco sino ordenadores, no actúan por los caminos de Sierra Morena sino en los consejos de administración, y a las cargas indiscriminadas de los alabarderos las llaman orden público. Qué le voy a contar, don Santiago, que tenga usted un buen viaje. Ya se le echa de menos.
Tengo que decir que Esperanza Aguirre me cae muy bien, y supongo que ese empuje populista que la lleva con frecuencia a meter la pata también es una de su potencias a la hora de arrastrar votos. Le falta la gorra de franela de pata de gallo para imaginarla cantando el Pichi de Las Leandras, como una Celia Gámez en todo su esplendor (también María José Cantudo en el teatro y Rocío Dúrcal en el cine). O sea, que más chulapona madrileña no es posible, espejo de la rubia (había también una morena) de don Hilarión en La Verbena de La Paloma. Por asuntos de trabajo hablé con ella varias veces, y una de ellas, cuando visitaba nuestra ciudad como ministra de Educación, le hice de cicerone para visitar la ciudad y hacer algunas compras. Chistosa, simpática y echada «pa’alante», es una persona muy pizpireta, con un desparpajo admirable, que es capaz de aparecer cuando no toca con calcetines blancos sin sonrojarse. Desconozco las razones reales de su dimisión, pero en cualquier caso le deseo lo mejor en su vida personal, y espero sinceramente que en la trastienda no haya causas médicas.