Publicado el

Universos paralelos y me llevo una

Confieso que, desde niño, miraba al cielo nocturno y sentía vértigo. Entonces no había contaminación lumínica, y en las noches de luna nueva despejadas, desde un lugar de las medianías de la isla se miraba a un infinito en el que los contrastes eran nítidos, porque la farola más cercana estaba a muchos kilómetros y la pobre intensidad de su luz apenas rompía la oscuridad en un radio de muy pocos metros. El cielo, lleno de puntos luminosos, unos parpadeantes, otros agresivos por su brillo permanente, eran una compañía bellísima y al mismo tiempo inquietante, porque, a los pocos minutos de estar tumbado mirando el cielo, esas luces adquirían una especie de tridimensionalidad. Cuando en la escuela, el maestro dijo que había estrellas tan lejanas que veíamos pero que ya no existían, y nos seguía llegando su luz, me pareció que el maestro deliraba, pero, con mi incredulidad, aumentó mi desasosiego, aunque, con lo de años-luz, las velocidades a las que se mueven los astros o la propia existencia del universo, entonces no entendía nada. Ahora tampoco.

 

3.110.600+ Universo Fotografías de stock, fotos e imágenes ...

 

Viajamos en una bola que gira sobre sí misma a una velocidad de más de mil kilómetros por hora (varía del Ecuador a los polos) y sigue una órbita elíptica alrededor del Sol a una velocidad media de unos 30 kilómetros por segundo. Es como si estuviésemos girando como un trompo y al mismo tiempo lanzados a toda leche, y con la sensación de estar quietos. Si eso se nos hace difícil de asimilar, todo lo que se especula sobre estas dimensiones casi del género fantástico es para echarse a temblar, porque, aunque procede del racional mundo de la ciencia, viene a funcionar en los humanos como las religiones que ha habido y hay en este tramo de civilización de unos pocos miles de años, porque también se especula sobre posibles civilizaciones pasadas y desaparecidas, de las que no hay siquiera un leve resto arqueológico. Es cuestión de fe.

 

Por eso, mirar el cielo estrellado, aunque ahora se vea más difuso por la luz propia de este mundo urbano, sigue inquietándome. Porque cuando leí Historia del Tiempo (1988), pensé, con esa petulancia propia de la juventud, que Stephen Hawking había resuelto todas mis dudas, y con una irresponsable soberbia acepté que el tiempo había empezado hace 15 mil millones de años, y unas cuantas “certezas” más. Pero resulta que ese libro es muy importante y su autor una lumbrera, pero, en el territorio del que estamos hablando, no deja de ser una especie de catón iniciático, una guía para entrar en asuntos mucho más complejos que, a la postre, vuelven a funcionar como religiones, aunque sé que a mi gran amigo Adrián seguramente esto le parecerá una blasfemia científica. Siempre he sido más terrestre que terrícola, porque la segunda acepción me obliga a circular por dimensiones para las que no tengo carnet de conducir. De manera que, vuelvo a sentir la fascinación, el vértigo y a menudo el terror porque no alcanzo a integrar todo esto en el pensamiento racional (es que algunos vamos todavía por Descartes).

 

Ya es normal que en las conversaciones salgan temas como la teoría de cuerdas y los universos paralelos. Ahí el río se mueve por complejos meandros o se lanza por veloces descensos que no hay piragua que navegue. He seguido esas pistas con gran curiosidad, y lo mismo que hace años llegué a creer que entendí las conexiones de la Ley de la Relatividad, que luego Hawking dinamitó y dicen que el experimento sobre el bosón de Hibss restauró (a mí que me registren), cuando leí lo de la Teoría de cuerdas  también creí comprender, pero empiezas a hurgar y el asunto este del multiverso viene de muy lejos, dicen que de Einstein, aunque otros  creer que entre las líneas de las formulaciones de Newton y Kepler ya se intuía, pero sin duda desde el siglo XX es un festival, en la ciencia, en la filosofía de la ciencia, en precursores como Popper, divulgadores de la talla de Asimov o Carl Sagan o creadoras como las hermanas Wachowski, que escribieron y dirigieron las películas de la tetralogía Matrix. Nuestro cineasta (también autor de ciencia ficción) Elio Quiroga, flamante Can de Plata de las artes 2024 del Cabildo de Gran Canaria, realizó un cortometraje basado en un cuento del gran autor polaco Stanislaw Lem, que se mueve en esa órbita.

 

Lo de los universos paralelos confluye con ideas como que los agujeros negros son entradas a otros universos, que existen agujeros de gusano para viajar en el tiempo o que existe una energía eterna, en contraposición “la mano inteligente”, que puede pensarse como El Gran Arquitecto, que es un concepto que la masonería maneja desde hace siglos. Cuando hablo con algún amigo masón, a veces se les destilan estas ideas, y uno se pregunta si realmente hay quien está en la sabiduría que lo conjuga todo, que a la Teoría de cuerdas otros llaman La teoría del todo. De manera, que ahora mismo estoy con la misma inquietud que cuando, de niño, me tumbaba en la hierba a mirar el firmamento en noches oscuras de luna nueva. Como se demuestre que no existe la mano inteligente, a ver cómo justifica Netanyahu las matanzas en nombre del pueblo elegido (¿elegido por quién?).

 

Pero, claro, existe lo que llamamos realidad (o no), y me lleva a pensar que tal vez Sánchez, Feijóo, Puigdemont o Pablo Iglesias pertenecen a universos distintos, que han venido a confluir en este tiempo y este espacio. Desconocemos si su lógica pertenece a uno de esos universos que los simples mortales atados a la realidad no entendemos, que andamos liados con crisis migratorias, colas del hambre, violencia de género, el precio de la cesta de la compra, hipertrofia del turismo, el disparate de comprar o alquilar una vivienda… Ellos están, bueno, no sabemos en qué están, y creo que nunca lo sabremos, porque van o vienen tres o cuatro universos por detrás o por delante del nuestro. Por lo pronto, aunque soy un enamorado de la ciencia, la filosofía y la imaginación, prefiero moverme en lo cotidiano, pero, claro, se están complicando tanto las cosas que tal vez lo más fácil sea montarnos en unos de esos universos paralelos, aunque sea pequeñito, que es lo que creo que está haciendo mucha gente, y se va a vivir en Matrix, al universo de Iker Jiménez, se apunta al club de los eurofans, o va a misa.

Publicado el

Por la boca muere el pez, Señora Oramas

Cavilaba el lunes por la noche sobre qué escribir para este martes, cuando, de repente, me llegó un wasap con un vídeo en el que aparecía, entre otras personas, la política tinerfeña Ana Oramas, ahora mismo diputada y vicepresidenta del Parlamento de Canarias, en una mesa redonda celebrada el 31 de enero, hace 6 días.  Es una prueba irrefutable de que las musas existen. El discurso de la Señora Oramas es para enmarcar. Con su breve pero contundente respuesta creyó echar balones fuera y culpar a otros y otras, pero el lenguaje es muy peligroso, sobre todo cuando se combina con hechos comprobados y fácilmente constatables durante décadas. Si no se tienen claros los conceptos, hablar sin tino es un cuchillo que corta por ambos lados. Pocas veces he visto cómo alguien se retrata de manera tan palmaria, y de paso arrastra a la formación política a la que pertenece. Vuelvo al refranero: por la boca muere el pez.

 

Por lo visto y escuchado en el vídeo y luego comprobado en los medios, alguien le preguntó cuál era la principal amenaza que pesaba sobre el nacionalismo, y como había tomado nota sobre lo dicho por un compañero de mesa, el filólogo y antropólogo José Miguel Martín (quien, por formación y labor investigadora, toca con partitura) la diputada arrastró de as de bastos y empezó a lanzar mandobles a diestro y siniestro, a lo primero que pillara, y casi siempre suele ser muy socorrido cargar contra el profesorado que ejerce en Canarias, que aunque aquí los toros están prohibidos, es culpable hasta de la muerte de Manolete. Sus palabras textuales fueron estas: “El problema no es si el PP lleva la consejería (de Educación) o no, el problema es que el profesorado no tiene ni puta idea de la identidad y de la cultura canaria. Yo lo vivo en mi casa con mi hija de 29 años. No solo no ha leído a Arturo Maccanti o a Arozarena ni a Pedro García Cabrera, es que ni siquiera ha leído El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez”.

 

Es que no sé por dónde empezar. Qué maestría en desbarrar en cada palabra. Esto debería entrar en el libro Guinness. Aceptando pulpo como animal doméstico y su dictamen sobre el profesorado canario, muy técnico, por cierto (“no tienen ni puta idea”), se me ocurre pensar que lo que desembocaría en Coalición Canaria, su partido, que se vende como nacionalista, accedió al poder el 31 de marzo de 1993, hace casi 31 años, y ha permanecido en el Gobierno hasta hoy, con el interregno de los 4 años de la anterior legislatura, que estuvo en la oposición. Es decir, un porcentaje muy alto del profesorado actual se formó en esas tres décadas, y ha sido su partido, que se dice nacionalista, el que ha atravesado ese camino descendente en la Educación, desde los cambios LOGSE hasta nuestros días.

 

No voy a contar las veces que su formación ha capitaneado institucionalmente la Educación y la Cultura porque ha sido siempre (27 años, 23 de ellos ininterrumpidos), y viene a resultar que el profesorado de ahora es ese que ustedes formaron, y un remanente del tiempo anterior, ya en capilla para la jubilación y que tuvo que comulgar con piedras de molino de docenas de cambios, enfoques y un bombardeo de burocracia que parece ideada para que el profesorado no tenga tiempo de enseñar, sino de rellenar formularios y hacer memorias que supongo que nadie leerá, porque son millones de páginas, y si alguien las leyera no se haría caso a las carencias que una y otra vez ha ido señalando el profesorado. Además, curso tan curso, desde las instancias superiores de Educación, se le han ido cortando las alas de la autoridad moral al profesorado, y eso conduce siempre al fracaso.

 

Por otra parte, tendría usted que definir a qué se refiere cuando menciona la identidad canaria. Con todo mi profundo respeto al folclore, las tradiciones campesinas o marineras y unas cuantas romerías, la identidad de una comunidad es algo más que eso. Que yo sepa, poco se ha hecho, porque la identidad real de Canarias ha sido una lenta pero inexorable bajada a los infiernos de la mayor parte de la gente, mientras unos pocos han hecho fortunas impensables hace unos años, con el aplauso de las instituciones y el manejo de leyes, que ustedes han podido cambiar y no lo han hecho. Sobre el nacionalismo en general y el de Coalición Canaria en particular nada diré, porque he quedado para la cena de Nochevieja y no creo que termine antes si entro en materia.

 

Un detallito final: mete usted a su hija en el discurso, y a usted le apena que, a sus 29 años no haya leído a Maccanti, Arozarena y García Cabrera. La Consejería de Educación estaba en manos de Coalición Canaria desde dos años antes de que naciera su hija. Digo yo que algo tendrá que ver, si nada se ha hecho, porque le digo, por si no lo sabe, que hay unos currículos que el profesorado no puede saltarse y hacer la guerra por su cuenta. Ya se encarga la administración de meterlo en el carril a fuerza de papeleo y programas informáticos con la velocidad de un caracol. Y, mire, soy frontal enemigo del pleito insular, pero para usted la identidad canaria pasa por leer a escritores empadronados en Tenerife, porque hay otros que también son canarios, aunque hayan nacido 40 millas al este de la Punta de Anaga, donde por cierto somos devotos de Agustín Espinosa, Pilar Lojendio, los que usted menciona y muchos más. La segunda cosa que no entiendo es qué pinta El amor en los tiempos del cólera en asuntos de identidad canaria. Tenía entendido que García Márquez era colombiano, pero, claro, puede que me equivoque, como no soy diputado…

Publicado el

Alexis, ya tú sabes, chico

 

Los filósofos clásicos, hoy machacados y también adulterados en las redes sociales, difieren cada uno a su manera sobre la muerte y su relación con la vida. Sin embargo, hay algo en común en todos ellos, pues vienen a acordar que nuestra relación, sea la que sea, con la muerte, es solo cuestión de tiempo. Parece el gag cómico de un entrenado guionista, pero creo que en lugar de risa conduce a una elemental y a la vez profunda conclusión, porque la muerte es el umbral hacia el que se encaminan todas las religiones o incluso las creencias que se les oponen. La unanimidad proclamada por la lógica es la confluencia en la obviedad de que lo único claro que tenemos es esta vida que atravesamos cada día, pero por eso mismo, tratamos de perpetuarla en las siguientes generaciones.

 

 

Somos lo que somos como consecuencia de lo que hicieron, pensaron y escribieron los seres humanos desde hace miles de años. Los historiadores levantan acta de la vida, y los escritores la interpretan. Sabemos más del pensamiento y los sentimientos de los romanos por los poetas Catulo o Virgilio que por los historiadores Suetonio o Tito Livio. De ahí la gran importancia de la literatura, que hoy está banalizada como casi todo, pero que dejará su huella porque el tiempo es un juez implacable. En el futuro, sabremos tanto de la vida del siglo XX por Borges, Virginia Wolf, Lorca o Simone de Beauvoir como por la convulsa historia documentada. (No desprecio a las demás artes, y tampoco a la ciencia, al contrario, pues no seríamos los mismos sin Picasso, el Doctor Fleming, Marylin o Steve Jobs).

 

Hace muchas décadas que, según dicen, soy escritor, pero yo no acabo de asumirlo del todo porque, aunque sea en mi diminuto negociado, significa una gran responsabilidad, con mis contemporáneos y con el futuro. Desde muy joven debí saberlo de forma inconsciente, pues formé parte del peregrinaje juvenil que, auspiciado por Juan Rodríguez Doreste desde el Museo Canario, visitaba al ya muy anciano Saulo Torón en su preciosa vivienda junto al Estadio Insular. Luego, la vida me ha premiado con el trato y el afecto de escritores y escritoras, de quienes aprendí mucho porque hasta sus silencios transmitían: Agustín Millares Sall, su hermano José María, María Rosa Alonso, Pino Ojeda, José Miguel Alzola, María Dolores de la Fe, Manuel Padorno, Cipriano Acosta, Joaquín Artiles, Antonio de la Nuez, Carlos Pinto Grote, Rafel Arozarena, Félix Casanova de Ayala, Antonio García Ysábal… y otras figuras que para mí fueron mojones que me marcaban el camino. Si alguna memoria tengo de tiempos y hechos no vividos, es porque todas esas personas me la trasladaron casi siempre sin darse cuenta. El tiempo del chiste filosófico se ha ido encargando de que fueran cruzando ese umbral hacia lo desconocido. Que honremos su memoria y extendamos su obra forma parte de ese cambio de testigos que la Humanidad va haciendo generación tras generación.

 

Pero llegamos a los años en que, con nuestros coetáneos, compartimos camino y la procesión de la responsabilidad. Que los de más edad partieran era aceptado como ley de la vida, o de la muerte, según se mire. Recientemente se fueron Manuel González Barrera, Justo Jorge Padrón, el sabio poeta cubano afincado en la Isleta Manuel Díaz Martínez y mi cercanísimo Juan Jiménez, y antes empezaron a irse hermanos mayores como Alfonso O’Shanahan o Natalia Sosa Ayala. Desde que el siglo XXI se ha llevado a figuras de edad similar o más jóvenes, como Marcos Martín Artiles, Juan Pedro Castañeda, Luis Natera, Juan José Delgado o José Carlos Cataño, comprobé una vez más que el tiempo juega con nosotros. Demasiado pronto cruzaron el umbral cómplice en las letras Dolores Campos-Herrero, que hizo conmigo en la canoa del silencio la travesía de los años 80, y hace menos tiempo, Antonio Lozano y Manuel Almeida. Las ausencias se siguen notando, porque fueron impulsores de nuevas vocaciones literarias y de manera irrefutable causantes de generar la fortaleza que hoy tiene nuestra literatura. Cuando se fueron yendo, el dolor fue inabarcable, pero la mayoría de las veces no nos cogió por sorpresa porque alguna enfermedad terrible andaba merodeando.

 

Todo parecía haberse calmado. Estábamos tranquilos e ilusionados con el final de la pandemia, mientras se reanudaban las relaciones con los mayores, los contemporáneos y de menor edad, pero en plenitud. Aprendo de los mayores que yo, de personas de mi quinta y de la vigorosa gente que viene después (no detrás). Trato de corresponder y en eso estábamos hasta la mañana del 30 de enero de hace un año, cuando la ciudad, la isla y buena parte del ámbito de nuestra lengua se estremeció al correr la noticia de la inesperada (por prematura) muerte de Alexis Ravelo, pletórico y en la cima del reconocimiento literario.

 

Alexis se creía uno más, pero no era uno más. Además de su incontestable talento literario y su enorme capacidad de trabajo, era una persona especial. El día de su partida, en este mismo medio, lo llamé el hombre abrazo, porque te abrazaba hasta sin manos. El inesperado zarpazo de La Parca nos dejó paralizados. Ha pasado un año y no acabamos de creer que se haya ido, pero tendremos que ir asumiéndolo, porque nos dejó un valioso legado que empujar hacia el futuro, como él impulsaba los silencios del pasado (Crimen, de Agustín Espinosa). La muerte ha vuelto a hacer su maldito chiste, y, al menos yo, no voy a reírle la gracia. Alexis seguirá siendo mi hermano pequeño (que no menor). Y a los hermanos nunca se les olvida, porque me cruzo cada día con Eladio Monroy, que en la ficción vive en mi calle. Para mí, Alexis se queda; como dicen los cubanos, ya tú sabes, chico.