¿El martillo del cristal del extintor?
Borges dijo que sería imposible en el futuro escribir la historia del siglo XX por exceso de información y sobre todo por el tratamiento que suelen dar los medios a determinadas noticias. Un periódico de información general puede sacar a toda página en portada la hazaña puntual de un deportista o el accidente que ha sufrido una estrella de cine, y en páginas interiores puede aparecer en una esquina -si es que aparece- el logro de un gran avance médico o la construcción de un puente que va incidir en la mejoría de la vida de miles de personas. Cuando, cien años después, alguien vaya a las hemerotecas, tendrá muchos problemas para separar la paja del grano. Sin embargo, yo me temo que siempre ha sido así, y sabemos de las extravagancias y las locuras de Calígula, pero en general se desconoce la grandeza del gobierno del emperador Adriano, del que suponemos muchas cosas solo después de haber leído a Marguerite Yourcenar.
Me quedo perplejo porque Jean-Paul Jouary, un filósofo francés actual, mantiene que la cocina de Ferrán Adriá es la cima del arte, y la compara a Mozart y Picasso. Adriá es sin duda un cocinero extraordinario, pero por la misma razón podríamos pensar que la desaparecida Mariquita Hierro, la de El Cotillo (siempre en la memoria agradecida), está a la altura del sumerio que inventó la rueda, porque su gofio escaldado era de otra dimensión. Estos excesos verbales no ayudan ni a los que supuestamente elogian. No sé qué diría Borges a todo esto, y eso que falleció cuando ni siquiera imaginaba el pollo que iba a ser Internet y las redes sociales. Si levantara la cabeza…
Si hablamos de excesos, el poder siempre ha sido excesivo por naturaleza, pero hoy conocemos sus flaquezas porque los medios de comunicación ponen el ojo en lo público y lo privado. Porque el poder fue el centro de mil disparates que se hacían a espaldas del pueblo, que nunca se enteraba, y adoraba a sus líderes como si fueran dioses. Desde las orgías imperiales romanas a los fines de semana en la villa de Berlusconi, la historia está llena de dislates pagados con el sudor de los pueblos. A veces, el poder llega a tal estado de locura que degenera en sadismo inhumano, como muy bien queda reflejado en el film Saló, de Passolini, que cuenta los últimos estertores del fascismo italiano. El poder exagerado e incontrolado tiende al exceso, y así lo hemos visto en los 21 amantes fijos que tenía Catalina de Rusia (un empleo como otro cualquiera) o las burradas protagonizadas por los dictadores latinoamericanos para su placer enfermizo y el de su cohorte (Trujillo, Somoza, Ortega…), y en dimensiones más imperiales, la doble vida del mitificado John Kennedy, en la indebida utilización del despacho oval por Clinton o en la trastienda de Dominique Strauss-Kahn, que iba como un tiro hacia la presidencia de Francia. ¿Por qué será que no me sorprende que hubiera un rey que fuese a África a cazar elefantes?
Crisis económicas, pandemias, guerras y otras lindezas en las que los políticos parecen encontrarse muy cómodos hacen que la salud mental de la población esté muy afectada, tanto, que es hoy un problema prioritario, pero que, como a tantos otros, nadie le busca solución. Pasará, si es que ya no pasa, con en la Gran Depresión norteamericana. Cuentan que la gente hablaba sola por las calles, los mansos tenían reacciones violentas y decían y hacían disparates muchas personas que siempre habían sido lúcidas y equilibradas. Si hablamos de lugares con hambrunas interminables o guerras infinitas, las personas acaban convirtiéndose en autómatas, porque no tienen horizonte ni esperanza. La crisis está golpeando fuerte a muchas personas, y empezamos a ver episodios de este tipo, gente que oye voces interiores que le ordenan acciones terribles, y otras que bajan los brazos porque hasta para tener esperanza hay que reunir fuerzas. A estas alturas, tienen mucha audiencia esas voces de película de terror que empiezan a sonar en las cabezas agotadas por la desesperanza. El paso siguiente es la desesperación, y eso sí que es peligroso. Y siempre hay un Trump para un descosido.
Como dijo Rhett Butler a Escarlata O’Hara, «Francamente, querida, me importa un bledo». Y creo que el apuesto caballero sureño se refería al bochinche que tienen montado partidos políticos, poderes económicos, jueces y todo el que pueda acreditar un galón más que el otro. Una corrupción por aquí, una locura independentista por allá, que mira tú por donde vale por el momento quince mil millones, una oposición errática y no sé si descabezada o bicéfala o policéfala (habrá que preguntar). La Casa de Tócame Roque, porque hasta Meloni y Milei vienen a enredar. Y Rhett Butler sabe que estamos en la permanente reproducción del caciquismo -o de los caciquismos, para ser exactos-, que siguen con su pulso secular tratando de llevarse al agua el gato del poder, que es uno de los lados del triángulo que se completa con dinero y corrupción.
A Canarias se la nombra porque pudiera tener alguna vez un voto decisivo, y los distintos caciquismos se comportan como las matrioskas, muñecas rusas que juntas forman un todo pero que tienen su espacio tolerado en cuanto se va abriendo el mecanismo. El turismo es una locura y corre el euro, pero ya aparecen los signos de bloqueo, que tampoco nadie que mande ve y que mueve voluntades poderosas, es la lucha por el dominio de la matrioska local, que es tributaria de otra estatal y esta de una multinacional de lo que sea. Ya nos irán diciendo en Bruselas, en Berlín o en Wall Street cuándo y cómo alguien dirá algo. Por eso, a la Escarlata de la política al dictado del dinero no le preocupa el tiempo, ya saben, «Mañana será otro día». Y es que nadie sabe dónde está el martillo para romper el cristal del extintor.