Micromachismos no, machismo a secas

8marzo0065.JPGEste 8 de marzo se han mezclado demasiadas cosas en el imaginario popular, y quienes quieren retroceder se aprovechan. Aunque no debiera porque es una trayectoria que viene de lejos, una vez más los jerarcas católicos me han vuelto a decepcionar, porque no han usado su voz y el peso que tienen en esta sociedad para oponerse con la energía -que derrochan en asuntos puramente formales- a la violencia machista que está costando la vida a muchas mujeres.
Todo lo que impulse la igualdad entre todas las personas en derechos y en su plasmación cotidiana (un derecho solo es tinta en un papel mientras no se materialice con hechos) es bienvenido, pero a veces nos perdemos en asuntos que, siendo importantes, no avanzan porque falla la base de la argumentación. Últimamente se habla de micromachismos, refiriéndose a pequeños detalles que se producen por la inercia de tantos años (siglos) de desigualdad. Y hasta casi se justifican, porque «ha sido así de toda la vida».
Muy al contrario, creo que eso que llaman micromachismos conforman la columna vertebral del gran machismo, porque es esa inercia la que activa el mecanismo de la desigualdad. Bien está que tratemos de modificar un uso del lenguaje claramente machista, que impulsemos la corresponsabilidad en la tareas del hogar, que defendamos la igualdad de salarios por el mismo trabajo… y docenas de asuntos más. Es necesario seguir en la brecha, y ahí no hay que aflojar, pero no perdamos de vista que es la columna vertebral la que hay que cambiar, y una y otra vez se hacen parches pero el óxido sigue saliendo porque está muy profundo. Es la idea, el concepto, la percepción de las cosas lo que permanece inmutable, y alterarlo hacia la justicia supone una revolución, posiblemente la mayor revolución de la historia del ser humano.
8marzo1.JPGQue ese concepto anclado en la memoria del tiempo no se mueve se demuestra cada día. Ha habido y hay movimientos y dirigentes que se han dejado la piel en esto, pero siempre vuelve la noria a su punto de partida. Cuando se demandan guarderías infantiles, se habla siempre de facilitar la integración de la mujer en el mundo laboral, como si los niños solo fueran responsabilidad de las mujeres; lo mismo sucede con eso que ahora llaman conciliación familiar o con la supuesta obligación de toda mujer de tener hijos. Y esas presiones surgen en los entornos más cercanos, porque los modelos que se difunden en los medios perpetúan el sistema.
En la inmensa mayoría de los casos, son las mujeres las que asumen el cuidado de sus mayores, las que cuidan de las compras, la limpieza, la alimentación y la hora del dentista de los niños, y se da por evaporado el machismo cuando el varón echa una mano, la mayor parte de las veces como si hiciera un favor. Aunque asuma alguna vez lo del pediatra, entre en la cocina o vaya al supermercado, se considera que ya está, que él «ayuda» porque a menudo es la propia mujer la que asume como suyas esas responsabilidades; y aunque ella conduzca, el responsable último del coche es el hombre. Cuestión de roles asumidos. Esa es la generalidad, y siempre que una mujer toma las riendas de espacios ocupados habitualmente por los hombres, lo más suave que le cae es lo de «Fräulein Rottenmeier», aunque puede llegar a palabras mucho más gruesas y ofensivas.
8marzo2.JPGLuego están las relaciones entre sexos. Una mujer que toma iniciativas está mal vista; me temo que en la caja negra de esta sociedad ella debe estar quieta, esperando a que el hombre dé un paso. Las películas al uso, los programas de televisión y la sociedad en general, repiten el esquema en el que la mujer ha de estar guapa, pero hay que tener cuidado con pasarse. Da grima cómo todavía se hacen ceremonias de pedida de mano, donde vuelve el fantasma de siempre, y el control de la mujer se transmite del padre al marido. Y no olvidemos que las religiones -sin excepción- ayudan poco; al contrario, en todas se estimula la preponderancia del varón, que es aceptada muchas veces porque se mezclan creencias que confieren status divino a estas normas.
Con estas bases que siguen inalteradas desde hace siglos, apenas cambia la fachada, y como es evidente que vivimos una época de resurgimiento de los poderes y las ideas más reaccionarias, corremos el riesgo de que la violencia machista se convierta en algo que se sienta como «normal», porque hay gente con mucha influencia que trata de que se pierdan los indiscutibles avances que ha habido aunque el núcleo duro resista. Es necesario poner coto al uso hipersexualizado de la mujer, al crecimiento entre los varones más jóvenes de la idea de que son lo reyes del mambo, al compromiso efectivo de los hombres que también desean una sociedad realmente igualitaria. También hay mucho que hacer con las chicas, para que tomen conciencia de sí mismas y no actúen en función de lo que le guste a un varón. Lo que decía más arriba, hace falta una profunda revolución de los conceptos ancestrales que siguen en vigor, y remachar que los micromachismos son en realidad ladrillos del gran edificio del machismo histórico, que sigue en pie.

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