Si Ionesco hubiese llevado al teatro situaciones reales de nuestro siglo XXI, lo habrían tachado de exagerado incluso en el contexto del teatro del absurdo, porque lo que hoy sucede puede ser tan imposible e inverosímil (absurdo, en definitiva) que ni siquiera cabría en el formato mental de obras como El porvenir está en los huevos o La cantante calva. Da risa un mundo en el que se le pide a los Reyes Magos una república o vemos cómo en nombre de lo nuevo se repiten esquemas de tiempos pasados. Hemos visto estos días cómo más de una formación política ha relegado de cargos orgánicos o públicos a algunos de sus elementos críticos, y lo más curioso es que tampoco están en las fotos, han desaparecido del cartel, o los han «borrado» como hacían Lenin o Stalin con los que caían en desgracia.
La mentira ya no se distingue, se cumple matemáticamente uno de los principios goebbelianos, basta con repetir muchas veces una falsedad y las redes sociales y los medios fijarán eso que ahora llaman posverdad. Es decir, no importa la verdad sino lo que se establezca como cierto. Es como en los partidos de fútbol, da igual si hubo trampas, si el gol fue o no legal, lo que cuenta es el marcador final. Y ese es el mundo en que vivimos, y sucede en cualquier ámbito de esta sociedad en la que se han dislocado los valores. Que nadie se llame a engaño. Es lo que hay. Buen 2017.
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