Las modas y el talento


zzpppFoto0589.JPGHoy, en literatura, vivimos en el eclecticismo más variopinto y parece que todo vale. Pero aún así hay modas, y ahora se lleva la novela histórica, pero no como Salambó, Las memorias de Adriano, o Yo, Claudio, sino supuestas investigaciones con raíz histórica en las que lo religioso (o lo demoníaco), lo esotérico, lo oculto y lo morboso apenas si dejan sitio a la historia. El asunto se ha disparatado de tal manera que hoy el mercado dicta la norma de los bet-sellers poniendo como patrones La Sábana Santa, el Código Da Vinci, las imaginarias trapìsondas de los Templarios, los Iluminatti, los Cátaros, los Masones, los Rosacruces o los adoradores de La Luz (Lucifer). Es una moda, pero aún así puede que, entre tanta basura sobrenatural en tiempos de turbulencias, alguien tenga el talento suficiente para escribir una novela que aguante el paso del tiempo. De hecho ya podemos decir que El nombre de la Rosa tiene madera de perdurabilidad, pues al fin y al cabo es el origen ya lejano de esta moda. Al final, lo que proyecta hacia el futuro una obra es el talento de su autor, y ni siquiera hace falta que haga futurismo como Verne o Asimov. Shakespeare hablaba de Julio César y Camus de Calígula, argumentos conocidos desde siempre. Lo que convierte en clásico un texto a veces no lo sabe ni su autor, porque uno se pregunta si no fue don Quijote quien escribió a Cervantes, cuando ve la enorme distancia que hay con el resto de la obra del escritor. Ese es el verdadero esoterismo, la magia de la literatura.

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