Veo, leo y escucho lo que dilapidan algunos y siento vergüenza ajena. Las damas de este pelaje suelen gastarse tres mil euros al día en cuidado personal y acuden al rastrillo con un diamante de no sé cuántos quilates al cuello; los caballeros pagan fortunas indecentes por un yate en propiedad o miles de euros diarios por uno de alquiler, y dan fiestas que cuestan lo que un colegio. No temen al Estado ni a los jueces, el dinero les concede impunidad, sólo se temen entre ellos. Se dice que nunca van a la cárcel por falta de pruebas, y eso es falso, porque su forma de vida es la prueba de su maldad, y serían una llamada a la subversión si no fuera porque ellos fabrican la ignorancia, y encima, los hambrientos aplauden. Yo los metería en la cárcel porque tanto dinero junto nunca es legítimo. Y aunque lo fuera, son exhibicionistas, insultan a la gente y, en definitiva, son culpables porque se creen divinos; suponiendo que haya dioses, sólo puede haber uno (si es un dios no admite competencia), por lo tanto son, además, unos impostores.
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