A raíz de los episodios de piratería que están teniendo lugar en el océano Índico, alguien ha dicho que estos hechos son como un bucle en el tiempo, que la piratería estaba erradicada y pertenecía a un pasado más o menos romántico.
Pues ni es pasado ni es romántico, aunque gran parte de la literatura pirática procede de la Europa del siglo XIX (Stevenson, Salgari, incluso el poema de Espronceda que mitifica la figura del pirata) y en la mente colectiva de Occidente hay tres momentos piráticos que se mueven entre la realidad y la ficción: los bucaneros del Caribe con Barbanegra como estrella, los piratas de Malasia con el Sandokán de Salgari y algunas peripecias más en los Los Mares del Sur y como mucho el Golfo de Guinea. Y ya por lo visto no hay más piratas, ni los hubo antes ni los habría después.
Pero no es así. La piratería ha existido siempre y en todas partes; no es otra cosa que el bandolerismo en el mar, pues hacen lo mismo que los salteadores de caminos en Sierra Morena o los atacantes de las diligencias de las películas de John Ford. Desde la más remota antigüedad han existido los piratas, llamados a veces de otra manera, pero asaltos en el mar los hay en los Cuentos de las mil y una noches (pregunten a Simbad), en las sagas vikingas o en las costas de Berbería, que los canarios hemos sufrido a la par que los ataques corsarios de ingleses, holandeses y hasta portugueses. Y, por supuesto, en el Mediterráneo, pues el mentado Espronceda sitúa a su pirata en la entrada del Mar Negro: «Asia a un lado, al otro Europa / y allá a su frente Estambul» (*). Por lo tanto, la piratería en el océano Índico no es una modernidad, siempre ha existido, lo que se entiende menos es que con los medios tecnológicos que hoy existen se les combata del mismo modo que a los bucaneros de Maracaibo.
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(*) Istanbul es el nombre de la ciudad en turco, pero Espronceda lo castellaniza y pone Estambul.
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