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Es una perspectiva, no la verdad

 

La guerra no solo es inútil; además, es dañina, desata odios fanáticos y, con el tiempo, genera nuevas guerras. Sigo en mis trece: no a una carrera armamentística, y a las arengas sobre la patria, el honor y no sé cuántos palabros más, que solo devienen en propaganda. Así que ya pueden desempolvar palabras descalificatorias como naíf, perroflauta, ingenuo, buenista y cantamañanas, hippie trasnochado que predica el amor y no la guerra, pero me siguen sonando bien conceptos como tolerancia, justicia, equidad, no discriminación, empatía, no violencia, compasión, solidaridad, y todo eso que, día tras día, es atropellado en púlpitos, tarimas, despachos, tribunas, micrófonos, imprentas y platós.

 

 

Alguien ha dado la orden, y no se buscan soluciones para la paz, el único discurso es la guerra, primero económica, sangrando los estados en la compra y construcción de máquinas de matar. No nos metan el dedo en la boca con eufemismos como defensa o seguridad. Encima nos mienten, porque, aunque Europa gastase ese dineral en rearmarse, sería como si esas armas fueran de corcho, porque el más mínimo conocimiento de ese disparate que es el arte de la guerra nos dice que un ejército debe actuar como una sola entidad; es decir, en la UE no hay unidad de criterios políticos ni de intereses económicos, por lo tanto, todo ese armamento nos defendería igual que un montón de chatarra.

 

Como ya no sé ni cómo hacer entender sobre lo inútil y miserable que es la guerra (o su mera preparación amenazante), hoy me apoyaré en la inteligencia de tantos siglos, en los que, una y otra vez, las mentes más preclaras han clamado contra la guerra, porque nunca es ética, porque nunca es justa, porque nunca nadie ha ganado una sola guerra sin que los propios vencedores sufran las mayores atrocidades. Es el mayor fracaso de la inteligencia. Aparte de la cantinela latina de preparar la guerra si queremos la paz, que procede de un imperio, el romano, que se sostuvo interior y exteriormente con sangre, conspiraciones y violencia, la frase de San Agustín que reza que el propósito de toda guerra es la paz (desconozco qué desayunó esa mañana el obispo de Hipona) o las justificaciones del militar prusiano Carl von Clausewitz, que nos dice que la mejor defensa es el ataque (mentira, la mejor defensa es Casillas, Piqué, Ramos, Pujol y Busquets), o que la sangre es el precio de la victoria, no son fáciles de encontrar recomendaciones bélicas, más allá de fanáticos de la guerra y el poder como Alejandro, Julio César o Napoleón. Los tres fueron poderosos, brillantes y dueños de la guerra, crearon estructuras estatales, pero no supieron administrar la paz.

 

La inmensa mayoría del intelecto humanístico o científico detesta la guerra y explica por qué. Homero dice que los hombres se cansan de dormir, de amar, de cantar y bailar antes que de hacer la guerra. El médico activista británico Havelock Ellis dice que nada hay que la guerra haya conseguido que no hubiésemos podido conseguir sin ella, y Mónica Fairview sentencia que la marca de un gran gobernante no es su habilidad para hacer la guerra, sino para conseguir la paz. El ensayista Howard Zinn afirma que no hay bandera lo suficientemente larga para cubrir la vergüenza de matar a gente inocente, o que un efecto seguro de la guerra es disminuir la libertad de expresión.

 

Ya dijo Esquilo que, en la guerra, la verdad es la primera víctima, y eso lo estamos viendo en esta danza macabra que es el conflicto ruso-ucraniano; vi en la red una viñeta salida de no recuerdo dónde en la que decía que, en el genocidio de Gaza, la pistola la pone Israel, la munición Estados Unidos y el silenciador Europa. Pero siguen empeñados en contarnos otra cosa, porque alguien (o muchos) tienen el empeño de que ahora toca hacer caja con una guerra. Mandela abogaba por la educación para cambiar hacia unas sociedades más justas, Gandhi partía de que no hay camino para la paz, “la paz es el camino”, Mark Twain estaba convencido de que la guerra es lo que ocurre cuando fracasa el lenguaje, y con humor dolorido e irónico agregó que Dios creó la guerra para que los norteamericanos aprendieran Geografía.

 

Definiciones agudas y críticas sobre la guerra hay a docenas, todas muy certeras. He escogido unas cuantas, nada más: La guerra es asesinato organizado y tortura contra nuestros hermanos (Alfred Adler). Ninguna guerra de cualquier nación y tiempo ha sido declarada por su gente (Eugene Debs). Las gentes no hacen las guerras; las hacen los gobiernos (Ronald Reagan). Si todos lucharan por sus propias convicciones, no habría guerras (Liev Tolstoi). En la paz, los hijos entierran a sus padres; en la guerra los padres entierran a sus hijos (Heródoto). La guerra no es más que un asesinato en masa, y el asesinato no es progreso (Lamartine). El único medio de vencer en una guerra es evitarla (George C. Marshall). Todas las guerras son civiles, porque todos los hombres son hermanos (François Fenelon) …

 

Es decir, ni guerra, ni toque de rearme, ni falacias geopolíticas. No tenemos estadistas para que nos lleven a la guerra, sino para que dialoguen por la paz. “La humanidad debe poner un final a la guerra antes de que la guerra ponga un final a la humanidad (John F. Kennedy). Y la guinda la escribió Erich Hartman: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. Y, como dijo Marco Aurelio, todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho; todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad. Ni confusiones ni eufemismos: ¡QUE NO!

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