La antropología contemporánea ha demostrado que no existen diferencias genéticas entre las razas. Desde los años 40 se han venido estudiando proteínas y ahora con el ADN ya no hay vuelta de hoja. Solo hay una raza, la raza humana, a la que pertenecemos todos los habitantes del planeta, pero ya dijo Albert Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. La raza humana forma parte de los primates, y se ha clasificado a los humanos como homínidos, es decir, primates bípedos, aunque ahora también entran en esa clasificación los grandes simios: gorilas, chimpancés, orangutanes… Viene toda esta aclaración porque es necesario comparar el desarrollo de una línea de primates -los ahora humanos- con la de los demás. Durante la última glaciación, casi desaparecieron los primates sobre el planeta, y vieron reducido su hábitat a las zonas más cálidas de Africa. Fue allí donde comenzó la prodigiosa transformación hasta llegar a los que somos.
Los seres humanos actualmente forman una sola especie, Homo Sapiens, que apareció hace aproximadamente 250.000 años, según estableció el sueco Carolus Linnaeus en 1758. La glaciación de Würm comenzó hace unos cien mil años, duró en su plenitud hasta hace quince mil y casi acabó con la vida en La Tierra, pero sobrevivieron ejemplares de muchas especies, entre ellas los primates en todas sus versiones. Asombra la capacidad de desarrollo humano a partir de entonces, sobre todo desde que desaparecieron los neandertales hace treinta mil años. Parece ser que todas las distintas clases de homínidos tenían un similar número de individuos, pero los humanos se reprodujeron de una forma inusitada.
En la actualidad, si sumamos todos los grandes simios (gorilas, orangutanes…) que hay en el planeta, alcanzamos una cifra aproximada a los cien mil ejemplares, y el número de seres humanos pasa de los ¡8.200 millones! Eso da una idea de la eficacia de la raza humana para sobrevivir en La Tierra, algo que no se da en ninguna otra especie, pues el equilibrio entre mamíferos, aves peces e insectos se ha mantenido de manera similar durante milenios. Solo el hombre ha dado ese salto gigantesco y matemáticamente deslumbrante. Calculan los especialistas de la UNESCO que se llegará a los 10.300 millones en los próximos sesenta años, y luego descenderá. Se han tenido en cuenta diversos parámetros, entre ellos la disminución de la fertilidad.
Por eso es el ser humano el elemento que rompe el ecosistema general, pues el planeta puede aguantar ese crecimiento exagerado, pero no la capacidad de transformación del entorno que ha desarrollado. Es casi una alucinación ver el recorrido de los humanos desde que se pusieron de pie hasta la potencia tecnológica que hoy dominan. Y todo sale de La Tierra, el hombre ha aprendido todos los pasos de su desarrollo, que es tal que ha llegado el momento en que lo ha sobrepasado y puede conducirlo a la destrucción. Tampoco sería la primera vez, y de eso los arqueólogos podrían ilustrarnos largamente. Por eso la desaparición de una civilización no significa la de los humanos, puesto que por pocos que sobrevivan pueden volver a repoblar el planeta y a desarrollar otras civilizaciones tan poderosas o más que la nuestra. Es la metáfora de Adán y Eva repetida hasta que el Sol nos absorba, pero para eso todavía faltan unos cuantos millones de años, y no sé cuántas veces puede el hombre levantar y destruir civilizaciones en ese tiempo.
Y todo eso comenzó en Africa, ese continente que sigue tendido al sol, resecándose como clama su nombre, mientras los continentes que repobló siguen mirando hacia otro lado. Solo van allí a buscar diamantes, petróleo, fosfatos, coltán… Esas poblaciones impresionantes que están en el origen del hombre son nuestros predecesores, y han evolucionado como humanos, por eso el racismo es una contradicción en sí mismo, puesto que todos los seres humanos forman parte de una sola especie. En todo caso, hay que hablar de etnias, que tienen que ver con procesos culturales o adaptativos, pero genéticamente no hay diferencia entre un mongol, un vikingo y un bosquimano. El racismo es un artefacto que se sostiene en argumentos inexistentes desde el punto de vista biológico. Es, además de un signo de grave intolerancia, la demostración de una ignorancia supina sobre el origen de nuestra propia especie. Nosotros somos ellos, los procesos de la melanina son mecanismos biológicos que ha desarrollado el ser humano para adaptarse a las circunstancias vitales de las distintas zonas del planeta.
El nombre de Africa procede del latín -otros dicen que se remonta al griego- y significa «expuesta al sol», o bien «dejada al sol». En Africa está el origen de la Humanidad (mientras Atapuerca no demuestre lo contrario), ha poblado todo el planeta y sigue dejada al sol, expuesta a la intemperie del hambre y el abandono porque sus descendientes europeos, americanos y asiáticos la han condenado al olvido, como quien abandona a sus padres en el desierto. Ahora, sin el menor respeto, se mira hacia Africa como un problema, como si los africanos se hubieran empobrecido por voluntad propia. Han sido las grandes potencias las que durante siglos han saqueado el continente, y siguen haciéndolo, como sucede ahora mismo en la República del Congo con la guerra del Coltán (columbio y tantalio), un mineral que es fundamental para los aparatos de las nuevas tecnologías de la comunicación.
Canarias mira hacia Africa, y debe hacerlo porque su geografía indica que debe ser uno de los puentes para el desarrollo africano. Pero no hay que ser ingenuos, si es verdad que muchos pensamos que si en Africa hay menos pobreza disminuirá la presión de la inmigración irregular que viene por nuestras fronteras marítimas, también es cierto que mucho ven en ello un negocio. Y el negocio no es malo siempre que sea justo, y lo triste es que los propios poderes locales africanos llevan décadas sumidos en la corrupción, manipulando ayudas y aprovechándose de ellas.
Africa es por lo tanto el gran desafío del siglo XXI, porque tiene derecho a sus propios recursos y porque de no hacerlo también Europa sufrirá las consecuencias. Seguiremos clamando en el desierto, para que ese continente dejado bajo el sol de la miseria empiece a remontar y encuentre el espacio planetario que le corresponde incluso por escalafón, puesto que es el más antiguo. Por soñar que no quede, pero también cabría aplicar aquello de «a Dios rogando y con el mazo dando».
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