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Lengua, precisión y despiste

 

De toda la vida, hemos escuchado en Canarias que, cuando algo, especialmente un tejido, está despercudido (participio del verbo despercudir, usado también como adjetivo), es que lleva la ropa higiénica, pulcra e inmaculada. Este es territorio comanche, porque el verbo empercudir significa ensuciar, y en nuestra tierra solemos usar más la versión contraria, la de la limpieza, o sea, despercudir (cambio de prefijo), de manera que he podido ver algunas veces calificar como empercudido a alguien que va resplandeciente, porque tal vez quien escribe cree, por ignorancia o dejadez, que despercudir es la versión canaria de empercudir, y le parece que la primera es vulgar y la segunda es la académica. Pero no, es que una es ensuciar y la otra quitar la suciedad.

 

 

Esto nos lleva a advertir a quienes usan la lengua como instrumento de comunicación y expresión que a las palabras cogidas a voleo las carga el diablo. Nos pasa mucho con el desprecio a los canarismos, cuando en realidad, a menudo, suelen ser palabras del castellano de siglos pasados que ya no se usan en La Península y que perviven, como si, en este aspecto, Canarias fuese un espacio en el que siguen respirando términos que en otros lugares ya están en desuso o claramente descatalogados. Es lo que reconocemos como tesoro lexicográfico (mejor les derivo a las profesoras Corbella y Álvarez y al profesor Corrales). Como es obvio, cada vez se unifica más el lenguaje por la incidencia de los medios y las redes sociales, lo triste es que parece que se unifica por debajo. Pero ese es otro tema.

 

Otro asunto es la gramática, que está pensada precisamente para que los mensajes que expresa el emisor sean entendidos por el receptor con total exactitud. Es el propósito, pero no siempre es posible porque la lengua es muy flexible y tiene muchas variables dependiendo de diversos parámetros, sea el territorio general, el ámbito de los participantes o el léxico que emplean unos y otros. Si un canario dice cartucho, liña, traba o tina para los mismos objetos, un madrileño dirá bolsa, tendedero, pinza o bañera, aunque con la comunicación actual es posible que uno entienda al otro, pero puede ser que el otro no entienda al uno. Luego hay debates gramaticales que se instauraron para mejorar la comprensión. Eso sí, si lo que se pretende es convertirse en una estrella de las “nuevas tendencias” musicales, la gramática está contraindicada, porque una morfosintaxis y una ortología correctas incapacitan para el reguetón.

 

Dice la gramática que, cuando un complemento directo se refiere a personas debe llevar la preposición “a” (abrazó a Pedro), pero si no es así, no debe llevarla (abrazó un árbol). También entiende que, cuando se refiere a animales con nombre propio o una relación cercana, estos se personifican y hay que añadir la preposición (acarició a Pluto), que no es un perro indeterminado, que no lleva preposición (acarició un perro). Y ahí se arma la confusión, que lleva produciéndose desde siempre, porque ese animal sin nombre puede ser una metáfora de una persona o bien que así lo entiendan unos sí y otros no. Desde que tengo memoria, sucede con la traducción al español del título de la novela de Harper Lee Matar un ruiseñor; hay docenas de ediciones en nuestro idioma, y aparece indistintamente el título sin la preposición “a” o con ella, incluso las que llevan prólogos de reputados especialistas en incluso académicos. Da igual, unos entienden que se trata de un ruiseñor cualquiera y omiten la preposición; otros asimilan el ruiseñor al adolescente afroamericano de la novela, que es claramente un discapacitado intelectual, un inocente, al que se acusa falsamente de un asesinato y puede ser condenado a muerte, lo cual, en boca de Aticus, el abogado defensor (Gregory Peck en la versión cinematográfica), sería como matar a un inocente, un ruiseñor. ¿Lleva o no lleva la preposición? Depende de cómo se entienda.

 

Lo que ya no admite gateras por las que pasar es que alguien emita una noticia en la que dice algo muy diferente a lo que sucede. Hace unos días, se presentó en Las Palmas de Gran Canaria el libro Madres, publicado por Ediciones La Palma, una iniciativa que surgió del dolor de la poeta y editora Elsa López en el velatorio del llorado escritor Alexis Ravelo. Elsa tenía una estrecha relación con Alexis, y sintió un desgarro parecido al que produce la muerte de un hijo. Y se preguntó qué sentiría un varón en su relación con su madre, teniendo en cuenta que tal vez tuviera una perspectiva diferente que una mujer. Así que encargó al escritor Juan Carlos de Sancho que hiciera esa propuesta a doce escritores canarios, en cuyo listado figura mi nombre, de manera que los doce hicimos lo que pudimos sin saber qué harían los demás; ni siquiera sabíamos con quién compartíamos ese libro imaginado por Elsa. Madres salió por fin y, afortunadamente, está teniendo muy buena acogida.

 

El viernes pasado se dio la noticia en un informativo de televisión macaronésica. Aparece la presentadora y dice textualmente que el libro ha sido escrito por doce autoras que hablan de su relación con sus hijos. Luego, el clavo se remacha con unas breves declaraciones del coordinador del libro en las que cuenta exactamente lo contrario a lo que había dicho la presentadora. Es decir, al Betis gana por 1-0 al Celta y lo siguiente es poner imágenes del gol del Celta. Un disparate. Creo que un informativo tendría que ser un poco más riguroso, aunque se trate de una intranscendente noticia cultural (la cultura es una intranscendencia en Canarias). Me pregunto si el error surge en las prisas, en la redacción, en un telepronter juguetón o en un pinganillo dislocado. No creo que la locutora cometiera un error leyendo, porque lo que dijo tenía que estar escrito, si no, es imposible que dijera todo lo contrario a la realidad, con unas frases perfectamente construidas, salvo que tuviera la memoria que dicen que tenía John Kennedy. Tampoco creo en que haya sido adrede, pero no es bueno que no se preste atención, sobre todo porque se pone en riesgo la credibilidad.

 

Estas cosas no debieran ocurrir. Puedes tener los elementos técnicos más avanzados; si no se usan con rigor, salta el diablo. Tomado muy en serio, el lenguaje impreciso puede transmitir lo contrario de lo que se desea porque inciden muchos factores; si nos lo tomamos a la charamandusca, conducirá con seguridad a la ambigüedad, el desconcierto, la desconfianza y la desinformación.

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