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Mejor colorado que amarillo

 

Llevamos más de cuatro décadas de democracia teórica y acomplejada. Uno de nuestros miedos es el de llamar a las cosas por su nombre. Vaya por delante que uno de los pilares de una constitución democrática y la esencia del pensamiento de la gente que ama y respeta la libertad individual y colectiva es estar siempre contra la xenofobia, el machismo, la homofobia, el racismo y cualquier tipo de exclusión o discriminación religiosa o de cualquier otra índole. Ahora bien, muchas veces callamos verdades como puños porque en ello está implicada una persona de otra raza, una mujer o alguien que tiene una opción sexual distinta a la que se considera la norma.

 

 

Uno de los puntos flacos de este debate es la inmigración, sea legal, ilegal o irregular. Cuando se habla de limitar la entrada de personas en un territorio pequeño como Canarias, surgen por un lado las voces que claman por el derecho a la libre circulación de personas, consagrado en la Declaración de los Derechos Humanos, y por otro los que proclaman la continuidad de un Estado que no es continuo por razones meramente geográficas. Cuando hablamos de inmigrantes pensamos enseguida en las pateras, y como mucho en los latinoamericanos y los asiáticos. Nadie menciona a los europeos, de dentro o de fuera de la UE. Creo que los seres humanos deben tener la libertad de vivir donde les plazca. Eso sí, siempre que haya sitio. Canarias está a tope de su desarrollo demográfico, pero hablar abiertamente de este tema es tabú.

 

Canarias debe regular su demografía, más temprano que tarde, o avanzará hacia el caos, porque la gente necesita espacio, no sólo para dormir, sino que habrá que ampliar servicios, sean hospitales, escuelas o parques de bomberos. Y eso es espacio, justo lo que no tenemos. Y no es cuestión de que los que llegan sean blancos, amarillos o verdes, es que no hay espacio vital para mantener una calidad de vida social aceptable. Pero nadie quiere poner el cascabel al gato porque no suena políticamente correcto ni para progresistas ni para conservadores.

 

Mientras tanto, el Gobierno central no hace nada con respecto a Marruecos, desde donde cada día nos llegan pateras atiborradas de personas que ya han sido explotadas antes de salir, y que aquí son un problema político y económico, aparte del drama de cada uno de ellos, que debe ser aterrador. Pero Madrid y Rabat como si oyeran llover. El Gobierno no se impone, no defiende los derechos de Canarias y parece importarle un pito el destino de tantas personas que son objeto de los traficantes de la miseria. Todo se va en rimbombantes declaraciones y el problema sigue.

 

La xenofobia, que nunca había existido en Canarias, empieza a notarse. Por otra parte, los nacionalismos radicales se suben a la ola, hay incomodidad ambiental, pero el discurso de la gran patria española sigue en pie y arrincona las soluciones. Un día se harán la pregunta de quién ha creado y engordado la xenofobia, el racismo y el separatismo. No hace falta esperar, yo se lo digo ahora: Los gobiernos centrales, que tienen pánico a las urnas, lo que ocasiona lo que yo creo que es una perversión de la democracia. Con su desidia y su falta de eficacia en el planteamiento de los problemas (planteamiento es comienzo de solución), echan leña al fuego. Ha pasado y pasa con todos los gobiernos de cualquier color y ahora con la coalición gobernante. Sé que a muchos les parecerá alarmista lo que digo, pero, por si acaso, voy a imprimir esta hoja y ojalá nunca tenga que sacarla para recordar que yo lo dije. Si es así, será porque no hemos cogido el toro por los cuernos. Si no, aquí queda. El que avisa no es traidor. Para terminar, hagámonos la pregunta: ¿a qué estado le convendría sostener económicamente un movimiento radical independentista en Canarias? Mimbres hay, falta el inversor que ponga el dinero, y a todo esto estamos expuestos mientras se siga haciendo política de entretenimiento.

 

En mi pueblo dicen que vale más ponerse un día colorado que ciento amarillo. Y eso es lo que hacen los gobiernos de aquí y de allá, dejando pasar realidades que habría que regular, cuando no haciendo leyes que empeoran la situación. Como ejemplos, el libérrimo mercado inmobiliario, que hace que muchas de las viviendas vayan a parar a manos extranjeras y hacen subir los precios porque tienen un mayor poder adquisitivo; esto se une a esa modalidad nueva de turismo que reduce la disponibilidad de alquileres para vivienda, porque los pisos se usan como mina de oro en el mercado turístico. Conseguir viviendas en alquiler en Canarias está resultando, aparte de difícil por la escasez, imposible porque los precios se han disparado, no solo por la inflación, sino porque la oferta es pequeña. Y este, más que un toro, es un bisonte gigantesco, que sigue creciendo, y nadie toma medidas serias y efectivas ante un problema que nos ahoga y que, al aumentar la población, hace más grande nuestra dependencia del exterior. Una vez más, me remito al ejemplo de Holanda.

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Parece que se ha quedado buena tarde

 

El mundo está tan complicado, las pieles están tan finas y a la vez los cuchillos tan afilados, que casi mejor callarse porque, aunque opines lo mismo que alguien sobre un asunto, te pueden crucificar porque una de las palabras de tu discurso le ha parecido a alguien que es homófoba, sexista, xenófoba o simplemente al nombrar dos ejemplos de algo has colocado uno antes que el otro y ahí se choca con la diversidad de criterios, porque se puede pensar que el más importante debe ser el primero, o, por el contrario, que debe ser el último y el otro va antes, de telonero. Por lo tanto, aunque uno vea disparates gigantescos o dé datos comprobados sobre algo, que no convengan al otro, lo mejor es hablar del tiempo, y eso con cuidado, porque nunca se sabe si los calores de este otoño alguien los achaca al cambio climático o a ciclos, porque en no sé qué año por lo visto también hizo calor.

 

 

Uno opina sobre lo que cree conocer, pero nunca acabamos de saberlo todo sobre nada. Diciendo o rebatiendo se van formando opiniones que pueden desembocar en ideas provechosas. Así fue siempre (salvo en sociedades tiránicas), pero, por lo visto, hasta aquí hemos llegado. De modo que, hoy, pensando que estamos a un mes del sorteo de lotería de Navidad, tampoco hablaré de él porque, aunque no es debatible que sea el 22 de diciembre (es un dato), tienes muchas posibilidades de que te corran a gorrazos, bajo la argumentación de que es una incautación del fisco en los bolsillos de la ciudadanía, porque jugar con el azar es de supersticiosos, pues lo que vale es el fruto del trabajo de cada persona, o yo qué sé con qué pueden salir. Atrincherado en que no quiero entrar en ese juego, he decidido que voy a tomarme una cerveza, yo solo, en una terraza, mientras veo pasar a la gente.

 

Pido una cerveza fresquita para contrarrestar el sofoco del camino, y “algo para acompañar”; dejo la elección en manos de la camarera, porque no sé si es defensora de los anacardos, opositora acérrima de las papas fritas de bolsa, teórica de las propiedades de las nueces, y a saber qué relación apacible o tormentosa habrá tenido con los pistachos, las aceitunas o las almendras. Pues que escoja ella y así no hay posibilidad de encontronazo. Se va la camarera a buscar la comanda y yo me relajo viendo pasar a parejas de compras, otras con bebé en un carrito, caballeros hablando a gritos por el móvil, señora paseando un perro de pedigrí rarísimo, y mujeres solas, pero sin fijar la vista para que no haya malentendidos.

 

Llega la camarera con la cerveza, tomo un sorbo y detecto que está tan fría y apetecible como esperaba. Se ha olvidado del acompañamiento y vuelve a buscarlo. Aparecen en ese intervalo dos conocidos, que se dan por invitados a la mesa y se sientan. Mi gozo en un pozo. Vuelve la camarera con una bolsa de papas fritas (yo me lo busqué), y mis conocidos piden sendas cervezas y aplauden mi elección de la marca que yo tenía casi intacta. Piden frutos secos variados para picar, mientras estrenan sin compasión mi paquete de papas. Cuando, unos minutos más tarde llega su pedido, entiendo que mi propósito se ha truncado; uno de ellos se muestra muy molesto porque por lo visto las nueces le producen no sé que malestar, y menos mal que en el popurrí no hay pipas de girasol, lo que sin duda desataría una oda a la valentía ucraniana, una crítica severa a Putin, un cabreo por el papel de Europa, lo bien que le está viniendo a Biden en su reflotamiento de la OTAN o un mitin poniendo a caldo a Zelenski, que todo puede ser.

 

Aunque no soy aficionado a la tauromaquia, tengo que hacer uso una y otra vez del capote para desviar conversaciones que llevan directamente al barrizal: que mira tú qué ley hizo la ministra esa (se expresa como si la ministra de Igualdad se hubiera levantado un fin de semana aburrida, y se puso a redactar una ley en una libreta, se la llevó el lunes al ministerio y ya está hecha la ley, ella solita).  El otro no lo desmiente, pero alega que la ley es buena pero que, según su cuñado que es un lince, los jueces están haciendo lawfare (¡toma ya!). Y capotear tanto agota.

 

El momento crítico llega cuando me aconsejan que el artículo que yo debería escribir tendría ser sobre lo que hablaban (dos artículos claro, y contradictorios), y es cuando digo que mejor hablábamos de fútbol, y ahí arruino definitivamente la tarde, porque sale lo del Mundial de Catar, los cantantes que iban a cantar, pero no fueron, los estadios llenos a la fuerza, como una representación teatral retransmitida al mundo. No opino sobre nada, y cuando digo aquello de “pues parece que se ha quedado buena tarde”, se quejan de que hace viento y se van sin pagar. Pido la cuenta y me voy a casa. Me encierro en la cocina, desconecto el móvil y me sirvo una cerveza helada, porque la de la terraza perdió el frío, ocupado en hablar sin decir. Se me ha despertado el reptil individualista, pero les juro que en legítima defensa. Ha costado, pero al final sí que ha quedado buena tarde. Solo.

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Confunde que algo queda

 

Sigo sin entender el ritmo y los argumentos de la politizada sociedad en que vivimos. Se supone que, cuando se está al frente de las administraciones de un territorio, hay que tomar decisiones y explicarlas, para que la gente sepa qué ha de hacer. Esto se puede hacer mejor o peor, depende de las circunstancias, pero es impresentable que, en lugar de ponernos la cabeza como un bombo con lugares comunes, frases hechas y promesas que casi nunca se cumplen, dijeran claramente qué van a hacer y por qué; cuando hubiera que aventurarse en grandes proyectos o cambios que afectan a todos, hay que abrir un debate, explicar al detalle y, si fuera el caso hacer un referéndum con toda la información sobre la mesa.

 

 

Pero, claro, eso sería encomendarse a movimientos como el Foro de Sao Paulo, ejercer la democracia participativa y otras menudencias de las que nunca se ha oído hablar por aquí, o se habló, pero lograron acallar el ruido desde que se dieron cuenta de que la caída del Muro de Berlín (1989) les dejaba manos libres para hacer el mundo a su medida. Democracia sí, pero de la que nosotros controlamos, que para eso somos neoliberales y hay algunas conquistas de las clases medias y del mundo obrero que nos obstaculizan ese control que necesitamos.

 

Es decir, hace más de treinta años que están dándole vueltas a esta peonza, aprovechando crisis sobrevenidas o provocándolas cuando es necesario, y en ese listado entran las dos guerras de Irak, el atentado de las Torres Gemelas, las dos guerras de Afganistán (una fortaleciendo a los talibanes contra la extinta URSS y otra contra ese monstruo que Occidente creó), las hambrunas, los tsunamis, el cuento de las energías y, ya puestos, la hipocresía, la confusión generada o el silencio impuesto que ha rodeado todo el proceso del covid-19 a nivel planetario. Ya, lo de la guerra en Ucrania es el hervor que faltaba.

 

Sé que todos estos hechos que enumero parecen muy grandes para que podamos hacer algo contra ellos con nuestras leves fuerzas. También ocurre que, como la mayor parte de ellos ocurren supuestamente muy lejos de España, y Canarias es el último confín del Estado, se puede pensar que no influyen en nuestra diaria vida en la que nos enteramos de lo que pasa en el mundo por lo que nos cuentan los gigantes mediáticos, mientras se deja que se consuman en su propia salsa los desaparecidos Derechos Humanos que tanto dicen defender. No hay que ir muy lejos para comprobar esta desidia generada por no se sabe quién, pero que está tan bien organizada que sería imposible que todo surgiera por casualidad y a la vez. Hace unos días, escuché por la calle cómo un ciudadano decía a otro que un pañuelo o un burka de más o de menos en Teherán o en Kabul no iba a afectar a su vida personal, y que si las mujeres de esos países son privadas hasta de la escuela es asunto de ellas (ya sabemos qué fácil es que miles de niñas afganas se levanten contra el fanatismo hipermachista de los varones, incluso sus propios padres o hermanos).

 

Pero sí que nos afecta, y seguimos con las políticas de la ocultación y el engaño, tratando de aparentar que todo está bien, que se avanza en esto y lo otro o que quienes no están en el poder, cuando lleguen, van a arreglarlo todo de un plumazo. ¿Qué van a arreglar, si el mundo actual lleva trabajándose desde que, hace 30 años, se decidió el cambio de dinámicas, con el cuento del desarme nuclear y la colaboración con el Tercer Mundo, que poco después empezó a llamarse Globalización?

 

Por aquí no he encontrado a dos personas que me digan exactamente qué es lo de Chira-Soria, porque el otro problema es que para apoyar u oponerse a un proyecto debiera haber información y debate, lo mismo que en el tren del sur de Gran Canaria, que es una declaración de intenciones de que aquí solo se va a trabajar en asuntos cercanos al negocio turístico. Cuando alguien dice que han cambiado el trazado en el proyecto nuevo, y ahora necesita más territorio y se harían expropiaciones, uno se pregunta qué tenía de malo el trazado anterior que aprovechaba la mediana de la autopista, o qué necesidad hay de montar un pollo urbanístico considerable para que llegue a Santa Catalina.

 

Claro, por supuesto, nosotros somos simples mortales que nada sabemos, ni lo entenderíamos si lo supiéramos, a nosotros no nos ha revelado el futuro una voz sobrenatural proveniente de una zarza ardiente. Por eso no nos dicen cómo va de verdad el asunto de la divisoria con Marruecos de las aguas territoriales, cuándo va a entrar en funcionamiento la Metroguagua, qué trapisonda entreguista se han montado para que los puestos de trabajo fijos en Educación vayan a recaer en manos de personas de otras comunidades, porque aquí algo se ha hecho mal o no se ha hecho, en qué proyecto demográfico racional para el futuro se está trabajando… Pero, tranquilos, que ya empieza el supermundial de fútbol de los Derechos Humanos.