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Incertidumbre

La incertidumbre es uno de los factores que inciden claramente en el comportamiento humano. Sabemos que nada es seguro, pero, en general, tenemos una visión aproximada de cómo van a ser las cosas, porque se sopesan elementos a favor y en contra y vemos qué herramientas tenemos para actuar. Luego puede ocurrir cualquier cosa, porque siempre están el azar, el destino o el hecho inesperado que lo cambia todo. Pero esas perspectivas futuras suelen cumplirse, o al menos esperar que se cumplan en porcentajes muy altos.

Cierto es que, según la manida frase de John Lennon, la vida es lo que nos pasa mientras hacemos otros proyectos. Pero un estado general de incertidumbre como el actual no es muy frecuente. Se puede aplicar a la vida personal de alguien, pero colectivamente solo se produce en las grandes tribulaciones sociales sostenidas en un tiempo largo. Pues estamos en uno de esos momentos de la historia en los que nadie puede predecir con ciertas garantías qué va a pasar con esta sociedad en los meses y años próximos. Se habla mucho, se toman decisiones aquí y allá, pero tratando de acertar en cómo deberíamos actuar. Hay una carrera con las vacunas y un debate paralelo sobre los detalles, pero nadie está en condiciones de vislumbrar qué es lo que va a pasar a unos meses vista.

Y esto incide en el comportamiento y en el bienestar mental de la gente. En estas condiciones, es lógico que las inseguridades, los miedos y la impotencia nos exijan un esfuerzo extra, cuando no un refuerzo del que mucho podrán decir las farmacias. Luego hay un sector de personas que parecen habitar otro planeta, y viven de la misma forma que antes de la pandemia (las que pueden), y no estoy seguro de que esa manera de quitar importancia a las cosas no sea un mecanismo de huida hacia adelante. Influye también el hecho de que no nos podamos comunicar como antes, que todo sea reglado y establecido por las autoridades sanitarias, y que siga habiendo mucha gente que, si bien sale a la calle con todas las precauciones, lo hace siempre con freno y solo cuando es necesario. Con la excepción de quienes se comportan irresponsablemente, porque su inconsciente les ha dictado que son inmunes, abunda una especie de confinamiento mental, que nada tiene que ver con  las restricciones que en algún momento han sido impuestas por las autoridades.

Esto que cuento es de una evidencia palmaria para cualquiera que mire a su alrededor, y es lo que define la incertidumbre. Lo que me resulta difícil de entender es que los dirigentes, sean autónomos o estatales, de este partido o de aquel, sigan metidos en una película que nada que tiene que ver con la realidad. Crean algarabías por asuntos que seguramente serían muy importantes en la vieja normalidad, pero que ahora se nos antojan estupideces de parvulario, y se pierden horas, energía y dinero en asuntos que pueden esperar, porque cuando arde la casa no es cuestión de discutir el color de las cortinas.

Y en esas sigo, perplejo por tanta desfachatez, mientras que eso que llaman interés general queda en un segundo plano, y nunca ha estado tan claro, es la supervivencia física, la solidaridad entre humanos para salir de este laberinto y la colaboración política ante un problema común. Pero no, siguen con esos debates mil veces repetidos que solo aportan más incertidumbre. Todos tendríamos que caminar en la misma dirección, y hasta es posible que nos vayamos equivocando y corrigiendo, y así hasta llegar a la otra orilla, pero si cada cual tira hacia lo suyo (no lo nuestro) y se agotan en sandeces, no vamos a llegar a ninguna parte. Ellos, los políticos, son los causantes de una gran parte de esa incertidumbre que nos rodea.

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Apoyo material y moral al profesorado

 

La Educación ha sido durante décadas la pelota que se lanzaban los dos partidos mayoritarios, con cambios cada vez que había relevo en el poder. La democracia española surgida de la Constitución de 1978 siempre fue medrosa, y la tónica fue la de imponer criterios educativos con la obsesión de tener de su parte a las familias, de un lado o de otro, porque se suponía que la escuela era una delegación de la sociedad para educar a las nuevas generaciones. Las veces que se contó con el profesorado para cualquier cambio fue a título de curiosidad, porque las cosas venían de arriba abajo, programas, proyectos y líneas educativas diseñadas por eminentes cátedras universitarias que poco sabían del día a día de lo que es un colegio, de cómo hay que integrarse en la vida de los barrios donde se ubican y de las características sociales de cada lugar.

A medida que se gritaba que las familias tenían mucho que decir, se iba quitando autoridad moral al profesorado, y de esa manera los profesionales se han visto inermes para afrontar los problemas, porque la democracia es una cosa y la democratitis otra. He visto cómo, por asuntos personales, se echaban abajo en un Consejo Escolar proyectos pedagógico muy necesarios, surgidos desde los docentes, y esos vetos se daban con votos de los representantes de las familias, que podrían ser eminencias en lo suyo pero que poco sabían de los comportamientos y las necesidades de un aula.

Hubo una época en la que en los centros educativos todas las voces tenían más peso que las de los docentes, que son la fuerza motriz de cualquier proyecto educativo, vaya en la dirección que vaya. No se trata de que el profesorado tenga siempre la última palabra, pero alguna vez tendría que haber sido escuchado. Se ha confundido autoridad con autoritarismo, y cuando a la docencia se le ha querido dotar del peso que debe tener han saltado voces hablando de escuela autoritaria. Ese ha sido el error, y ahora hasta los humoristas hacen chistes sobre la enseñanza. El resultado es que la voz docente ha dejado de ser oída y respetada. Todo el mundo cree saber sobre educación, y el liderazgo de la escuela, como en cualquier otra actividad humana, debiera estar en manos de los profesionales que la materializan cada día.

Ahora estamos en una situación muy especial. No solo hay problemas educativos sino que la asistencia presencial a las aulas es todo un desafío que el profesorado trata de sacar adelante con la mejor voluntad. Pero no olvidemos que los docentes no son epidemiólogos, y que tienen que liderar grupos con los mismos conocimientos que cualquier ciudadano, que ya verán qué pronto se vuelven críticas en cuanto aparezca algún contratiempo, cuando han tenido que ingeniárselas casi por su cuenta en un reto de esta envergadura.

En los niveles de Infantil y Primaria, el mayor aliado del profesorado es el alumnado, que suele ser muy disciplinado y es capaz de seguir las instrucciones al pie de la letra. Entiendo la preocupación de los padres, pero en todo este debate siempre se habla de contagio del alumnado, de grupos burbuja o de medidas para guardar la distancia, pero poco se dice del profesorado, que también son seres humanos que ahora mismo están sometidos a una presión añadida a la normal de sacar a delante un proyecto educativo. Lo mismo que los sanitarios son la fuerza de choque en la Sanidad, el profesorado lo es en la Educación.

Soy un optimista y tengo la convicción de que en las escuelas las cosas van a ir mejor de lo que muchos temen. Y habrá aplausos y parabienes, pero no olvidemos que el peso de este desafío está en las espaldas de profesorado, que necesita más que nunca apoyo moral de las instituciones y de la sociedad en general. También habrá quienes pongan el grito en el cielo cuando haya algunos contagios o clases en cuarentena, hecho que sin duda ocurrirá porque estadísticamente nada es el cien por cien. En todo caso, el profesorado es digno de reconocimiento y apoyo siempre, pero más en tiempos de pandemia. Y sobre todo, respeto a su complicada labor.

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LAS TRES ELES DE JUANCHO DE ARMAS

 

Hoy es un día nacido para dedicar a la memoria de los amigos escritores. El 17 de septiembre de 2020 se cumple -y se celebra- el Centenario del nacimiento de Pedro Lezcano, y coincide que en Los Llanos de Aridane, en el marco del III Festival Hispanoamericano de Escritores, se hace un homenaje al gran José Esteban y a Juancho Armas Marcelo. Todos merecen estos reconocimientos, Lezcano está siendo recordado con largueza y José Esteban es en sí mismo un homenaje a la historia de la literatura española del siglo XX y parte del XXI. Pero yo quiero centrarme más en mi amigo Juancho, que acaba de realizar una singladura -otra más- de diez años con la Cátedra Vargas Llosa, que él creó y cultivó, como en el símil evangélico, de grano de mostaza a enorme árbol de copa frondosa.

 

Juancho es uno de los grandes animadores y gestores culturales de nuestra lengua, y deja la Cátedra en alto, para dedicarse a sus novelas -porque es un gran novelista- y a sus memorias y a maquinar seguramente alguna aventura literaria colectiva; es su naturaleza. Pero para mí, lo más importante es que Juancho es mi amigo desde antes de que las cosas tuvieran nombre en Macondo, y por eso quiero unirme a este homenaje, como otros muchos a los que es acreedor desde las Academias Americanas y desde la amistad amazónica que derrama por todo el territorio de la lengua. Podría decir muchas cosas, llenar docenas de folios, pero todos sabemos quién y qué es Juancho, el inquieto instigador cultural, el gran novelista, el hacedor de amigos. Y es que Juancho de Armas es el de las tres eles, tal vez por la penúltima letra de su segundo apellido, Marcelo, que son frontis de palabras que lo definen: LENGUA, LIBERTAD y LEALTAD. ¡Felicidades, Juancho!