Charles Aznavour ha muerto a los 94 años. Todos los noticiarios repiten lo que siempre hemos sabido: que fue un prolífico compositor de 1.200 canciones, muchas de ellas con la grandeza de las tonadas inolvidables, que fue un cantante con una voz singular e inconfundible, que lo sitúa en el Parnaso popular de Gardel, Sinatra y Aretha Franklin, que hasta hace una semana subía a un escenario de Tokio para seguir cosechando aplausos. Un gran artista, sin duda, porque durante siete décadas todos lo recordamos como actor de mucha intensidad en películas como Disparen al pianista, El tambor de hojalata, Papá Goriot y cincuenta más; fue la banda sonora de millones de personas, que ya saben, gracias a él, lo que se siente en Venecia sin ti, en qué consiste La Bohème y lo que realmente significa el nombre de Isabel. Todo eso forma parte de nuestras historias, aunque generalmente no lo tuviéramos presente, porque lo que nos hace vivir es tan evanescente como el aire. De todo eso se habla hoy, día de su muerte, y se quedan cortos ante uno de los grandes artistas de nuestro tiempo.
De lo que se habla menos es de su dimensión humana. Cantaba Atahualpa Yupanki que lo primero es ser hombre y lo segundo poeta. Con la inabarcable dimensión poética de su arte, Aznavour siempre tuvo claro que era poeta, músico, actor y cantante en segundo lugar. Primero fue hombre, un hombre pequeñito físicamente, un metro sesenta de humanidad con sangre armenia, que nació en París al final de la escapada de sus padres, cuando tuvieron que huir de su pequeño país a causa de la intolerancia. Eso lo marcó y lo hizo grande. Cuando era un adolescente, junto a sus padres y su hermana, dieron refugio y libraron de una muerte segura a centenares de judíos que eran buscados por la Gestapo en la Francia ocupada para llevarlos a los campos de exterminio. Se jugó la vida sin complejos, y cuando acabó la guerra siguió siempre alistado en el lado de los débiles, los perseguidos, los pobres. Cuesta creer que en un cuerpo tan delgado y diminuto hubiera sitio para tanto arte, para una voz tan hermosa, para un corazón tan grande. Nunca hizo alarde de nada, su condición de hombre, la primera, la vivió discretamente. Por eso hoy Francia está triste, Armenia llora, la Humanidad está de luto por un artista gigantesco, pero antes que nada, por un hombre justo.
Shahnourh Varinag Aznavourián Baghdassarian:
CHARLES AZNAVOUR.
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