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Halloveen no es una novedad

Cuando llegan estas fechas, se despierta Halloween, que luego se adormece hasta el año siguiente. Suena la palabra y empieza el mismo debate de siempre, que si estamos invadidos por la maquinaria mediática norteamericana, que si hay que recuperar las costumbres locales -en nuestro caso Los Finaos-, que se pueden hacer las dos cosas. Hay opiniones para todos los gustos, y, claro está, hay mucha gente a la que le pilla muy lejos armar festejo, celebración, tradición o lo que sea alrededor de un hecho tan fundamental en todas las culturas como es la muerte. Y aunque lo que surge a simple vista es una puesta en escena, una costumbre secular o la inercia del calendario, en el fondo estamos hablando de un hecho tremendo e inevitable.
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Hay lugares, como México, en los que el Día de Difuntos es parte vertebral de su manera de ser como sociedad, mientras que en las grandes urbes occidentalizadas se mira a la muerte por encima del hombro, como si nada tuviera que ver con nosotros. Y luego está el moderno Halloween en nuestro ámbito, muy viejo en Estados Unidos o en Irlanda, que es donde parece que tiene su origen. Continuar leyendo «Halloveen no es una novedad»

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El triste asunto del Barranco de la Mina

Cuando llega el otoño y empiezan las lluvias, o al menos se las espera, salen a la palestra todos los asuntos relacionados con el agua en la isla de Gran Canaria. Y recalco lo de Gran Canaria porque el tratamiento de la propiedad del agua en esta isla es diferente al que se le da en cualquier parte del planeta, incluso en el resto de nuestro archipiélago. A cualquiera de fuera que le digas que el agua ha sido aquí durante siglos propiedad privada, como la tierra, los objetos o las casas, no se lo cree, porque a donde quiera que vayas encuentras sistemas y acuerdos seculares que tienden todos al uso comunal del agua, porque es un bien colectivo, como el aire que respiramos, porque es obvio que sin agua no hay vida, ni economía ni supervivencia, y eso lo vemos desde siempre en la agricultura, la ganadería y, sobre todo, en el servicio del ser humano, pues, si miramos un mapa veremos que las poblaciones nacen junto a los ríos, los lagos o cualquier hilo de agua que haga posible la supervivencia.

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Elsa López y del Día de Santa Teresa

Una de mis abuelas fue una extraordinaria contadora de historias; esa facultad le venía con su gran talento natural para la narrativa, pero sin duda se le educó con la afición al romancero popular y a la lectura de lo que ella llamaba «novelas antiguas», que era su definición de las novelas del siglo XIX, o del XX que se situaran en el siglo anterior. Cuando era niño, supe de la insobornable ansia de libertad de una tal Jane Eyre, de las dudas clasistas de la señorita Elizabeth Bennet, y de la fortaleza orgullosa de un huracán llamado Scarlet O’Hara. Cuando empecé a leer aquellos libros, me di cuenta de que Jane Eyre, Orgullo y prejuicio y Lo que el viento se llevó eran novelas escritas por mujeres. Y volví a encontrar maravillas imaginadas por Virginia Wolf, Mary Shelley, Emilia Pardo Bazán y una 1111.jpglista gloriosa de mujeres que llenaron de relatos y de poesía muchas horas de mi primera juventud. Nunca encontré diferencia entre ellas y los varones consagrados en los manuales, y para mí Jane Austen, Rosalía de Castro, Charlote Brönte o Gabriela Mistral ocupaban en mi mente el mismo espacio que los grandes nombres masculinos, tenido por gigantes. Pronto me di cuenta de que algo no iba bien, porque siempre que se hablaba del canon literario moderno de Occidente se repetían Dante, Cervantes, Shakespeare y Goethe, y una pléyade de coroneles, desde Dickens a Baudelaire, todos hombres. Y no había espacio en la memoria, el reconocimiento y la influencia para Teresa de Ávila, Emily Dickinson, Sor Juana Inés de La Cruz y muchas otras, generalmente silenciadas por eso que llaman Academia, que no sé por qué es un sustantivo femenino.
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