Novelas para la supervivencia

No es una novedad que en estas primeras décadas del siglo XXI la narrativa se ha hecho presente cotidiano en la literatura que se hace en Canarias, pero ahora mismo parece que está tratando de buscar nuevos caminos, hasta ahora no muy transitados en la narrativa en general y en la canaria en particular. Por desgracia, poco se ha escrito de los estilos, las técnicas y los propósitos de la novela en Canarias desde que empezó a normalizarse hace 45 años. Se habla de generaciones que van desde aquel mítico boom de los años setenta hasta la más reciente llamada Generación 21, con otras que han ido surgiendo en todos estos años. Pero no ha habido generaciones más allá de la coincidencia temporal, que no en la edad de los componentes. Ha sido una manera de medir el tiempo, no la literatura.
Por aquí, como diría Serrat, cada quien es cada cual, y raramente puede adscribirse a varios autores a un movimiento, una idea y objetivo. Pero sí que ha habido una norma común: las novelas se han escrito primando lo narrativo, retratando la realidad o rebuscando en la historia, cuando no se han hecho ejercicios literarios sobre las relaciones humanas o incluso los avatares políticos. Cuando se ha querido romper la norma, se ha entrado en el género adecuado para cada historia, fuera el histórico, el fantástico o, como ha ocurrido con profusión en la última década, la novela etiquetada como género negro. Es decir, se han escrito novelas históricas, fantásticas, políticas, negras, eróticas o de cualquier otra etiqueta, y cuando no había que entrar en los géneros, simplemente se escribía una novela al uso, con la narración como bandera y una historia como columna vertebral.
supervivencia33.JPG¿Qué ocurre ahora mismo? Pues que parece haberse roto la norma. Aunque la palabra novela procede del italiano novella, y esta del mismo término en latín, desde los primeros atisbos del género, ya en el esplendor del Imperio Romano con El Satiricón de Petronio o El asno de oro de Apuleyo, las novelas se han caracterizado por ser una ficción en prosa, y los franceses, que son muy suyos en lo de la semántica, llaman nouvelle a la noticia. Es decir, la mayor parte de las novelas en todas las épocas y en todos los géneros han sido y son artefactos que «dan noticia», cuentan una historia. Las consideraciones de cualquier tipo que se deduzcan de esos relatos vienen por añadidura, pero la esencia de las novelas radicaba en la peripecia de sus personajes y surgían a posteriori porque la historia y el lenguaje eran lo fundamental.
Aunque antes hubo algunos amagos, este fenómeno empiezo a hacerse visible años atrás y ahora es una evidencia. Lo curioso es que se rompe una regla pero permanece la disparidad de objetivos, cada quien sigue siendo cada cual, nada que ver un autor con otro. Empezó a notarse el año pasado, cuando aparecieron dos novelas muy distintas pero tributarias de la misma idea, que no es otra que la de pasar la narración a segundo término, convertirla en un instrumento para expresar una idea previa a toda la escritura. Esas novelas son Anturios en el salón de Juan Ramón Tramunt y Entrelazamientos, de Luis Junco. La primera plantea la posibilidad de un futuro postapocalíptico en la isla de Gran canaria después de un desastre nuclear, la segunda profundiza en el mundo de los universos paralelos. Se cuenta una historia, pero la especulación es el objetivo, no la peripecia, que viene a ser una especie de ejemplificación metafórica de la idea sobre la que el autor reflexiona. Son novelas que formulan una tesis sin que se enuncie explícitamente, un juego literario que tiene antecedentes muy egregios en Wells, Orwell, Huxley, Lem, Kafka o Camus. Todo lo que conforma la novela, sea género, estilo, lenguaje, personajes e historia son piezas de un mecanismo que sostiene una idea.
Llamo la atención sobre el fenómeno porque recientemente han aparecido varias novelas que entran en ese campo. Cuatro son los ejemplos que propongo: Mares, de Silvia R. Court, que establece un juego de realidades superpuestas que sirven a una idea que va más allá de la narración; El conocimiento de Jonathan Allen, que usa el relato para preguntarse sobre la conveniencia de conocer verdades sobre nosotros mismos que tal vez no nos gusten; por su parte, Santiago Gil reflexiona en la novela 2 sobre la dualidad de cada uno de nosotros, utilizando argumentos narrativos que dibujan la idea motriz de la narración; y también Manuel M. Almeida ha utilizado en Evanescencia el formato novela para plantearnos un relato, aparentemente fantástico, que es finalmente una llamada de atención sobre este mundo que se despersonaliza por momentos.
Tal vez esta eclosión de temas y de inquietudes convertidas en novelas sea una consecuencia de los momentos confusos que vive nuestra sociedad en todos sus estratos; los humanos parecen empeñados en convertir el planeta en una falla valenciana. En España y Canarias no estamos mejor, y podemos resumir el momento como el de la mayor crisis política, económica e institucional en muchos años (que genera tribulación, miedo y desesperanza), y que hace que los escritores traten de avizorar lo más esencial del ser humano, o acaso la recuperación del paraíso perdido que no lo parecía cuando era real («Cualquiera tiempo pasado fue mejor», verseaba Jorge Manrique). Puede incluso que se ponga en tela de juicio la mera posibilidad de la supervivencia física. Decía Facundo Cabral que la vida es una novela escrita por un loco; menos mal que hay otros a los que su locura los empuja pensar, no a pulsar botones letales en todo el círculo que recorre el Sol.

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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa del suplemento cultural Pleamar del periódico Canarias7 de Las Palmas de Gran Canaria del 17 de diciembre de 2017).

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