Sobre «Evanescencia» de Manuel M. Almeida

Que una visión aparentemente real pero imposible ante la lógica cotidiana (los burros no vuelan) se presente con normalidad no sería raro, si entramos en territorios imaginativos irracionales, que son lo suyo en novelas de género fantástico. Que estas cosas ocurran como metáfora de una realidad evanescente es menos usual en novelas no encasilladas por los críticos en un género concreto, y que suelen calificar de «literarias», como si no lo fuera cualquier novela que se precie en cualquier género.

Evanescencia1.jpgManuel M. Almeida no es nuevo en esta plaza. Aparte de su exitosa trayectoria como bloguero, es autor de novelas, poesía y una colección de relatos cortos en los que suele jugar con lo sorprendente, absurdo y a menudo irracional. Ahora publica la novela Evanescencia que podríamos entenderla como el océano en el que desembocan esos argumentos imposibles de mucha de su narrativa breve. Sin complejos literarios de ningún tipo, se interna en un argumento que contraviene las leyes de la física y la biología, tenidas por universales desde siempre, aunque ahora empiezan a plantearse otras posibilidades desde distintas vertientes de la ciencia más avanzada. Tampoco es tan nuevo, hace cien años Einstein puso contra la pared una magnitud tan aparentemente inmutable como el tiempo, y también Gregor Samsa amaneció convertido en una cucaracha desde la metafórica imaginación de Franz Kafka.
Evanescencia se mueve entre la realidad más material y esa otra realidad metafórica que acaba por imponerse en un relato que no deja hueco a la respiración. Almeida transita sin miedo por un territorio nuevo, pues se trata de una realidad paralela creada por el novelista, y consigue meter al lector en ese universo simbólico que a la postre viene a resultar rabiosamente realista como las bocas de fresa de Rubén Darío. De alguna forma, la fábrica de distintas maneras de interpretar el mundo, que tiene como operarios de lujo a Bardbury, Lem, Orwell o el mencionado Kafka, es el faro que guía esta narración de Manuel M. Almeida.
La ciencia tiene que estar dominada para saltarse sus reglas en una novela, y al fondo siempre está la filosofía, puesto que cada intento científico lleva aparejado el planteamiento de para qué y hasta dónde. Hay, además, un componente que nos plantea un sistema de creencias más allá de la religión, que hace que uno de los personajes pregunte y se responda a la vez: «¿ves cómo al final tu fantástico diseñador de universos resultará ser Dios?» Estamos, por lo tanto, ante una novela valiente y a la vez rebosante de insolencia, pues se viste con la valentía de los que siempre tienen una pregunta más allá de cualquier respuesta. Si, encima, el relato se construye con una prosa deliberadamente diseñada para crear inquietud, estamos ante una novela que viene resultar una gozosa e interesante curiosidad literaria.

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