El peligro de las palabras
A estas alturas soy incapaz de entrar con ganas en discusiones sobre el pleito insular, la existencia de Dios, y muy especialmente sobre cuestiones tostadas y molidas como la identidad canaria. Y no es falta de pasión, es puro agotamiento. Los argumentos -sean los mío o los de mis interlocutores- son como tornillos a los que se les ha desgastado la rosca de tanto uso. Ya no agarran. Por eso me asombro cuando veo a las mismas personas debatir con furor el mismo guión de hace diez, veinte, treinta años. Es que hasta Serrat se cansa de cerrar conciertos cantando Mediterráneo.