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El pensamiento y la LOMCE

ztv6.JPGMucha gente cree que un sistema educativo es un listado de temas y se acabó. Para que funcione ha de tener en cuenta muchos elementos, y los psicológicos no son menores. Las siete leyes educativas que hemos tenido en los últimos años se han limitado a cambiar itinerarios, materias y temporalidades siempre a partir de la enseñanza secundaria. Eso estaría bien si se hubiera atacado la base. Pero la Primaria es prácticamente la misma y a peor desde 1971. El asunto se limita a cambiar los nombres de las asignaturas, a engordar la industria editorial de libros de textos (la mayor parte inútiles y sin sentido pedagógico) y a cambiar una y otra vez los conceptos burocráticos de la programación, invirtiendo horas y horas en chorradas que luego no tienen repercusión en el aula. Diría que cada nueva ley empeora la anterior en Primaria, y la LOMCE es sencillamente un disparate. No hablo de ideologías, dejo aparte el asunto de la religión, me olvido de pública y concertada. Todo eso también, pero ahora hablo de lo estrictamente técnico. Todas estas leyes se han hecho de arriba hacia abajo, sin contar con quienes están en el tajo, y si ya con la LOE el sistema se resquebrajaba por la base, ahora será un sindiós. No hay un sistema que enseñe a pensar, a deducir, a crecer, y no va a haberlo. Si a eso añadimos los otros elementos ya mencionados, es fácil entender que quienes se plantean una educación eficaz y profesional se echen las manos a la cabeza y se opongan a la soberbia política del ministro Wert. No es posible aprender a pensar con este sistema, y para remacharlo arrasan con la Filosofía en las estapas posteriores. Ya no sé si es torpeza o maldad.

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El enemigo necesario

Los imperios necesitan siempre un enemigo. De momento y desde hace casi un siglo, mandan los norteamericanos, que necesitan satanizar a alguien para que la maquinaria siga produciendo. Y es verdad que eligen bien al demonio de turno, porque suelen ser unas bestias pardas, aunque hay otras iguales o peores que son intocables porque convienen al sistema («son unos hijos de puta, pero son nuestos hijos de puta») que le dijo un presidente a un ambajador). En 1914 satanizaron al Káiser, después del «crack» del 29 y la depresión, Hitler les vino como anillo al dedo, cuando acabaron con Hitler tuvieron que gastarse en el Plan Marshall todo el dinero que habían acumulado durante la guerra y comenzaron con la Guerra Fría, satanizando a Stalin, vía Corea y más tarde a todo el Kremlin a través de Fidel Castro y Ho-Chi-Ming. zzzzDSCN4477.JPG¿Quién dice que sus aventuras de Bahía de Cochinos y Vietnam les salieron mal? Murieron unos cientos de miles de americanos y millones de vietnamitas pero la maquinaria seguía engrasada y el dólar en la cima. Todo calculado. Luego se abrieron en guerras indirectas contra el bloque soviético, fuera en Africa, en Oriente próximo o donde cayera; por ejemplo, Granada o Panamá. La caída del Muro de Berlín y la desintegración del sistema soviético los dejó sin demonio a la vista y enseguida encontraron a Sadam Husein. Montaron la Guerra del Golfo y empezaban el milenio sin enemigo cuando Bin-Laden (que ellos ayudaron a fabricar) les cayó del cielo. Y sigue la rueda, aunque no sé por cuánto tiempo, pero cuando acaba un imperio siempre viene otro y vuelta a empezar. El mundo no tiene remedio.

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Vázquez Montalbán diez años después

La muerte de Manuel Vázquez Montalbán no provocó hace diez años el gran revuelo mediático, sentimentaloide, hiperbólico e hipócrita que se dio con ocasión del fallecimiento de escritores como Terenci Moix o Camilo José Cela. Vázquez Montalbán era un escritor distinto, que sabía separar la vida de la literatura y no iba por ahí, como otros, dando espectáculos que luego no se corresponden con el peso de la obra.
El recién fallecido escritor catalán era de la madera de Miguel Delibes, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite o Angel Mª de Lera. Estos escritores serán estudiados y leídos dentro de un siglo, porque han contado la vida a su alrededor, sin hacer un sola concesión al autopanegírico.
Murió Vázquez Montalbán en Bangkok, una ciudad lejana que fue por cierto escenario de una de sus novelas de la serie del detective Carvalho (Los pájaros de Bangkok), pues Vázquez Moltalbán se entregó en buena parte de su obra a tratar un género que nunca ha contado con prestigio literario en España, pero él ha sabido aplicar a su serie detectivesca la frescura, la ironía y el talento que en otras lenguas utilizaron Hammett, Chandler, Chesterton, Simenon o Graham Greene, aunque él parecía tomárselo más en broma, por que lo entendía como un juego.
zmanuel-vazquez-montalban[1].jpgTambién tiene una obra de otro corte, bastante copiosa, en la que ha tratado de diseccionar la historia reciente desde la ficción, y se atrevió con personajes tan peligrosos literariamente como Franco o Galíndez. También tiene el escritor una obra poética importante, y una maestría gastronómica hecha literatura, además de haber sido siempre, en dictadura y en democracia, un defensor impenitente en periódicos y revistas de valores sociales que por lo visto ya están en desuso, siempre con la pluma como arma humanista, sin alharacas de beato progre y con la solidez del que tiene las cosas muy claras.
Murió uno de los grandes escritores de nuestra lengua, y lo enterraron con sordina, porque encima era de izquierdas y nunca hizo el rendez-vous a la corriente dominante. Podríamos decir que su divisa fue siempre la ironía, arma literaria que hay que saber administrar y que él dominaba como pocos. Veía el mundo desde la distancia que da el talento y la propia experiencia bien digerida, y tal vez por ello quiso distanciarse en su propia marcha y fue a morirse a Bangkok, muy lejos, pero a la vez muy cerca, porque al final, tailandeses o españoles, es el ser humano lo que importa. Su obra crecerá, estoy seguro, porque se alimenta de su propia arquitectura, no de las payasadas del autor, que, cuando ya no está, se diluye, y con él su obra. Eso no pasará con Manuel Vázquez Montalbán. De hecho, ahora que hay un boom de la llamada novela negra, la figura del maestro se agiganta como faro de esa nueva generación de escritores que saben que la buena literatura no sabe de etiquetas ni de géneros.