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Biderman

La sociedad se ha degradado. Casi todos lo pensamos, pero pocos lo decimos. Esto no nos ha hecho mejores, para nada. Ha sacado lo peor de nuestra esencia, y debemos aceptar esa cruda realidad. El virus chino ha abierto una época de inseguridad y desconfianza, de vulnerabilidad, en el que comprobamos a diario cómo nadie puede protegernos frente a cambios tan drásticos a los que no estamos acostumbrados.

La enfermedad nos sorprendió, y con ello la certidumbre de la muerte. Si la muerte es un misterio, la muerte por decisión propia lo es aún más. Resulta verdaderamente escalofriante, y hay que pensar mucho al respecto, que fueron más de 4000 los conciudadanos que decidieron terminar con su vida el año pasado en España. Me es imposible comprender qué pasa por la cabeza de alguien para preferir el frío eterno a prolongar un día más su vida, por muy difícil que esta sea. Intento imaginar, y comprender lo que abruma a un joven, ante una situación de desamparo, o el suicidio reflexionado y melancólico de un anciano, o de un individuo con una enfermedad psiquiátrica.

Evitar la enfermedad y la inseguridad se convierte en el objetivo básico de un cuerpo desprotegido, que trata de mantener en el mejor estado posible aquello en lo que se fundamenta su existencia objetiva, que determina su ser. Lo cual le convierte en un enfermo imaginario crónico y en un cliente perpetuo de las farmacias y de “papá estado”. Este incomprensible fenómeno de los suicidios es para reflexionar sobre nuestro presente. No quiero contemplarlo como una referencia estadística, como un dato censal más. Son maridos, hermanas, compañeros, vecinas, son nuestra gente. Tenemos que afrontar el problema de un mundo sin esperanza. Un mundo en el que hemos cambiado la trascendencia, lo sagrado y lo espiritual por atronadores televisores que vierten amenazas y miedos de manera constante, unos basados en realidades, otros directamente falsos. De ahí la hostilidad de la modernidad por la iniciativa personal, por la aventura, por el pensamiento independiente, por el valor, por la curiosidad intelectual y por todo lo que tenga un referente de auténtica personalidad y carácter.

Es indudable que existe una relación directa entre el aumento del número de suicidios y el abandono de la trascendencia y espiritualidad. En los momentos difíciles, si no tienes una referencia interior, una base, y de repente faltan el dinero, las comodidades, el coche o el teléfono móvil último modelo, muchas personas se quedan sin un soporte vital. Llega la angustia, después la desesperación y finalmente el abismo.

Esto lo sabe el sistema, esto lo conocen y lo fomentan muchos gobiernos. Alberto Biderman fue un psicólogo que en 1956 estudió los métodos de tortura de chinos y coreanos en los conflictos asiáticos de la época. Sobre todo, los encaminó a las maniobras de lavado de cerebro del enemigo para obtener confesiones falsas, aplicados a personas, pero también a grandes masas. En un célebre diagrama recogió todas estas técnicas que pueden resumirse en siete grandes puntos a aplicar a las potenciales víctimas. Sean prisioneros o colectivos. Colectivos como nuestras modernas sociedades, tan distantes, solitarias y atomizadas. 

El diagrama de Biderman consta de siete métodos a aplicar, con sus consiguientes efectos:

El primero, se refiere al AISLAMIENTO de las personas sobre las que se quiere actuar, siendo su principal efecto el de privar a la víctima de todos los apoyos sociales y de minar su resistencia. En 2020 todos sufrimos las inconstitucionales acciones de confinamiento colectivo durante un prolongado espacio. Sin duda, entregamos nuestra libertad.

El segundo, es lograr el MONOPOLIO DE LA PERCERCIÓN, promoviendo la introspección y evitando todos los estímulos exteriores que no sean los encaminados a minar la voluntad, y la sumisión a los dictados del manipulador. Es evidente que la censura ejercida por los principales medios de comunicación, plataformas tecnológicas, agencias “verificadoras”, desarrollaron esta focalización del entendimiento. Y lo que nos queda.

El DEBILITAMIENTO tanto físico como mental de la población con confinamientos, miedo permanente a posibles encierros, el uso de las mascarillas en espacios abiertos, variopintos semáforos, limitaciones de horarios, crean terror y pánico. Este es el estado de buena parte de la población española y la causa del crecimiento de los trastornos mentales. Es contrastado que el consumo de medicamentos frente a la depresión se ha multiplicado exponencialmente. Y por esto, entre muchas causas más, es por los que debemos afrontar el impresionante problema de los suicidios.

El cuarto, las AMENAZAS respecto del incumplimiento de las normas dictadas, creando tensión, ansiedad y desesperanza. Nunca los ciudadanos responsables, han visto a los cuerpos de seguridad del estado como una amenaza. En estos dos años sí. Miedo a las multas, a detenciones, a que le den una patada a la puerta por seguir los injustos dictámenes de una clase política desnortada. A ello responden las multas, las sanciones, las etiquetas como negacionistas a cualquier pensamiento divergente o independiente.

Palo y zanahoria, o como apuntaba Biderman el sistema de INDULGENCIAS OCASIONALES. Tu torturador te quiere y te protege. El gobierno te ama, y para ello vamos a relajar las medidas de presión, puedes ir al restaurante de tal a cuál hora, puedes ir al supermercado por la tarde, a la farmacia por la mañana y a correr a la playa los martes y los jueves.

La sexta herramienta es la HUMILLACIÓN Y DEGRADACIÓN donde pretendemos reducir al prisionero, en esta caso a la sociedad a que tenga aspiraciones cada vez más básicas hasta niveles de pura y mera subsistencia, minando la más mínima autoestima. Qué mejor ejemplo que la inconstitucional declaración del estado de alarma, y la absolutamente ilegal actuación del gobierno sin el necesario control parlamentario. Qué es la libertad, frente a la “cómoda” seguridad.

Para finalizar, la fase de DEPENDENCIA ABSOLUTA DEL MANIPULADOR. Pudiera tratarse de las medidas económicas destinadas deliberadamente a minar nuestra economía y la sociedad, a provocar estacionalmente oleadas de positivos, muchísimos plenamente asintomáticos, a fin de perpetuar una situación sanitaria adversa. En definitiva, moldear una sociedad adoctrinada, pobre, depauperada y dependiente.

Me temo que los suicidios, independientemente de ser un tema extremadamente complejo, son una pérdida más, una baja más, provocada por esta alienante estrategia que nos imponen. Ahí reside el posible origen de tragedias, soledad y dolor. Hasta que no afrontemos con rigor, con dotaciones y con perspectiva, el suicidio y la culpa seguirán siendo daños colaterales cuya incidencia preferimos no reconocer. Ni un minuto más de ceguera, ni un minuto más de paciencia para los que utilizan la nefasta agenda de Biderman.

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