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Big tech: Tiempos convulsos

Los más recientes indicadores de la economía española nos confirman inversiones superiores a los 50.000 millones de euros, en el área tecnológica de los más diversos sectores. Los desarrollos planteados, determinan objetivos cruciales, con múltiples apuestas millonarias. La tecnología reafirma su posición como firme valor diferencial de las empresas en épocas de incertidumbre económica. Según un estudio sectorial hecho público por la consultora IDC España, las firmas de nuestra nación continúan confiando, y mucho, en la tecnología. Una contrastada inversión, que juzgan muy necesaria, que supone un incremento cercano al 5%, con relación a las cifras que barajamos del ejercicio anterior. En momentos como los actuales, de indiscutibles tensiones, estas sustanciales mejoras constituyen la principal arma con la que seguir creciendo, captar nuevos clientes y que las empresas mejoren su capacidad competitiva. 

A estas alturas no escuchar los tambores de la recesión es empecinarse en vivir en lo irreal, o directamente, ser beneficiario de la escenografía que diariamente nos montan, y venden, desde Moncloa. Esta especial tesitura sitúa a la tecnología, no como un factor determinante, sino fundamental, para el crecimiento empresarial a largo plazo y acercarnos a la “excelencia operativa”. Desde el Foro de Davos, y desde hace años, lanzan esas recetas mágicas, que son como la bitácora que hay que seguir, si quieres estar vivo empresarialmente. Se determina claramente que hay un subsector tecnológico en la que están puestas todas las miradas y que será el que más vaya a crecer: la inversión en infraestructuras digitales y dentro de ella, la inversión en pasar de la nube híbrida a la nube pública.

Pero el tablero de ajedrez que realmente tenemos delante, como impotentes espectadores, es una guerra crucial, a vida o muerte, entre el dinero viejo y el dinero nuevo. Entre las grandes familias financieras que dominan el juego desde el siglo XIX, y los oligarcas que desde los nuevos consorcios tecnológicos han irrumpido en nuestras vidas, alterando las reglas de su juego. Parte de los combates se desarrollan en entidades supranacionales, tipo ONU o UNESCO, pero sobre todo en herramientas extremadamente útiles para el poder como el Foro de Davos y su agenda 2030.

Pero al igual que siempre el Sr. Schwab no es totalmente honesto. En sus planes de actuación, donde expone un mundo extrañamente idílico, donde nos aseguran que no tendremos nada, pero seremos felices, la tecnología ocupa un importante papel. De hecho, como suele ocurrir, es todo lo contrario: insiste en presentar el amplio abanico de nuevas tecnologías y sus ventajas, pero evita señalar los efectos negativos que genera. Sobra comentar que todo esto va enmarcado en la línea ultraliberal de “más mercado, menos estado” donde las empresas deberían participar en la gestión pública, restringiendo y anulando la capacidad soberana de los gobiernos para tomar iniciativas. De hecho, las big tech, por sí mismas, de forma independiente a gobiernos y tribunales, se han instaurado como un tribunal inquisitorial del pensamiento único. Una cosa es que nos hayamos acostumbrado, y casi lo veamos normal, pero es increíble que unos todo-poderosos consorcios, propiedad de unos pocos, determinen lo que es verdad o mentira, lo que es bueno o malo…Que este totalitarismo lo impongan los gobiernos ya es descabellado, pero que lo hagan Musk, Gates o Soros resulta más indignante.

La progresiva privatización de muchos sectores y actividades estatales ha propiciado a las big-tech invertir en proyectos lucrativos, antes impensables: la red de satélites de telecomunicaciones o la conquista espacial, sin olvidarnos de la infinidad de proyectos en áreas como la seguridad o defensa. En cualquier caso, vectores estratégicos que deberían estar en manos de los gobiernos, y con control parlamentario. Se baraja que para 2026, la inteligencia artificial estará altamente extendida en las empresas. De hecho, el 40% de los patrones de inteligencia artificial llegarán a incorporar modalidades de datos con la finalidad de mejorar la eficiencia del aprendizaje y ayudar, por tanto, a resolver las actuales deficiencias de conocimiento cotidiano en las soluciones de inteligencia artificial.

Al parecer, y también para el ejercicio 2026, hasta el 30% de las grandes organizaciones empresariales migrarán a centros de operaciones de seguridad autónomos a los que podrán acceder equipos distribuidos con el objetivo de agilizar la gestión de incidentes, subsanaciones y respuesta a amenazas cibernéticas. También un tercio de las entidades mercantiles destinará más recursos a la tan necesaria formación de sus empleados, sobre todo en materia de blockchain y metaverso.

Pero la tecnología inteligente es tecnología de vigilancia. No es más inteligente por sus cualidades inherentes, sino porque envía y recibe datos que le permiten ser «más inteligente» en la manipulación de los usuarios. La parte inteligente de la tecnología inteligente proviene de los seres humanos. Lo mismo ocurre con la parte estúpida, cuando las personas sacrifican su privacidad e independencia por los beneficios de la tecnología que se les está dando forma. Y lo vemos diariamente, cada día nos aprietan más el cinturón, nos restringen más, y damos las gracias.

En un contexto como el actual, no es de extrañar, que el 50% de las empresas en España ya generan hasta el 40% de sus ingresos a través de actividades estrechamente ligadas a la digitalización. Una opción que no deja de crecer y cuya velocidad de crucero no se prevé que frene en los próximos años. Cada vez son más las organizaciones que adoptan transformaciones puntuales de sus estrategias a un modelo de negocio puramente digital. Y es ahí donde debemos tener una visión global, dado que toda la transformación tecnológica, soporta una velada guerra entre el capital de siempre, los linajes económicos que llevan las riendas desde hace un siglo, y los nuevos próceres del poder, que aterrizaron desde Silicon Valley.

Esto da una perspectiva más amplia del problema y de la evolución del capitalismo y sitúa perfectamente la crisis actual de las big-tech dentro del contexto de una lucha sin piedad por quién dirigirá el mundo del futuro: si seguirá en manos de las “viejas dinastías” o caerá en manos de “Silicon Valley”. Si permanecemos atentos y vigilantes, percibimos múltiples muestras de esta contienda, de esta guerra entre dos facciones  del capitalismo más desbocado.

Los dados están en juego y, como bien apunta el politólogo Ernesto Milá, el “dinero viejo” tiene la batalla perdida a medio plazo. Pero cualquier combate desgasta a todas las partes, y esto está generando espacios de libertad, que eran implanteables hace unos años. Es tal el dominio de las big tech, y sus algoritmos de control, que sus grandes mandatarios nos narran, extasiados, sus mesiánicos planes de futuro. Ya es difícil que le acusen a uno de conspiranoico, cuando son los grandes dirigentes de las compañías tecnológicas, con beneficios económicos difíciles de cuantificar en su auténtica magnitud, los que te cuentan lo felices que vamos a ser todos…

No percibo mucha felicidad, cuando se desintegran las fronteras entre lo humano y lo artificial, aumentando las divisiones sociales, los niveles de desempleo se incrementan exponencialmente a causa de la automatización, simultaneando un control abrumador sobre cualquier disidencia “fuera de programa”. Del transhumanismo, y su cacareada posverdad, a convertirte en parte de una triste ecuación inanimada no hay gran recorrido.

Luis Nantón Díaz

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Laminación cultural


De tanto disfrutar de una sociedad del bienestar que está palideciendo desde hace años, ni valoramos las comodidades que disfrutamos. Si hacemos referencia a los grandes pilares que fraguaron estas benévolas circunstancias, nos sale de entrada la libertad. Pero la libertad no se regala, generalmente se conquista. Eso es lo que hicieron, y muy brillantemente, las anteriores generaciones de españoles. 

Pero esto de la libertad es mucho más amplio. La libertad e independencia económica te lo aportan el trabajo y el esfuerzo…al menos generalmente. Si hablamos de libertad de pensamiento, del de verdad, no el de programa político, debemos poder comparar, tener criterio. Y eso te lo aporta la cultura y la educación. Y eso te lo dan la familia, las escuelas y los libros. A partir de ahí sabes que no es lo mismo información que cultura, que no es lo mismo datos, que una versión veraz y contrastada.

Tenemos una vida tan estabulada que, a lo mejor, la única manera de ser libres es romper las cadenas que nos atan a lo rutinario, a lo aceptado, a lo establecido. Es más, no nos engañemos, en estos tiempos de lo políticamente correcto la libertad pasa, necesariamente, por hacerse insoportable a los ojos asustados de los que te rodean. Todos nos sentimos mejor siendo partícipes del cómodo sentir de la mayoría. El personal tiene miedo a disentir, y en muchas ocasiones calla sus reflexiones, si ve que en la mesa no tiene suficientes apoyos. No creo que eso sea ser honestos, por muy cómodo que sea. A lo mejor hay que sacrificar todo intento de uniformidad, prescindir del dogmatismo de los medios, la posición estricta y la aterciopelada textura del pensamiento único. 

La concentración mundial de plataformas de comunicación ha sido propiciada por la globalización y su agenda 2030. Una sola tierra, un solo Rey, un único mensaje. Para la laminación cultural del personal, que requiere su ingeniería social, poderosísimas cadenas como HBO, NETFLIX y más recientemente DISNEY, generan día tras día, multitud de series para consumo televisivo. No es sólo entretenimiento, es adoctrinamiento, porque sutilmente te van inoculando su particular visión del mundo, de la historia, de las relaciones humanas, de lo trascendente…de todo.

Pero al parecer, han pisado demasiado el acelerador, con creaciones donde todo el infumable abanico WOKE, esta terminando por aburrir, por saturar a las audiencias. Por ello las acciones de Netflix perdieron recientemente casi un 40% de su valor tras la apertura de Wall Street, después de que la plataforma de ocio en streaming confirmase la pérdida de 200.000 usuarios de pago durante el primer trimestre de 2022 y anticipase un descenso de otros 2 millones de abonados en el segundo trimestre.

En concreto, antes de cumplirse la primera hora de negociación en el parqué, las acciones de Netflix cotizaban a 217,52 dólares, frente a los 348,61 dólares del cierre de la jornada, lo que supone una bajada aproximada del 37,60% y eleva al 64% la depreciación de sus títulos en lo que va de año, tras abandonar el ejercicio 2021 en 602,44 dólares.

Netflix obtuvo un beneficio neto de 1.597 millones de dólares (1.480 millones de euros) en los tres primeros meses de 2022, lo que representa una caída del 6,4% respecto del resultado contabilizado hace un año. Algo muy parecido esta sufriendo DISNEY, que también sucumbió, a golpe de dólares, a la búsqueda de ese nuevo ciudadano/espectador, sin identidad, ni horizontes propios.

El que la mayor parte de las series sean de una calidad más que discutible, técnica y artísticamente, es algo lógico: se produce demasiado y esa cantidad impide una calidad mínima aceptable. Pero lo que intento transmitir, es que también son productos de sutil adoctrinamiento, en línea con la laminación cultural del pensamiento único. Últimamente las productoras siquiera se toman la molestia de ocultar el mensaje que desean inculcar. Esa singular perspectiva, siempre está en relación directa con algunos de los objetivos propuestos en la Agenda 2030. Es el omnipresente encorsetamiento ideológico: las series ya no pueden solamente entretener, siendo su objetivo prioritario transformar la opinión del espectador, arrancarle de sus concepciones culturales. El pensamiento heredado de nuestra familia, los vectores más tradicionales, deben ser sustituidos por ese anárquico engrudo compuesto por glosa LGBTIQ+, supuesto empoderamiento femenino, rechazo de lo popular, lo negro no sólo importa, sino que va primero, el cambio climático es la nueva religión, no hay más problemas que la transición energética y la resiliencia. 

Los ejemplos son innumerables. Quedan ridículamente patentes en las creaciones “históricas” donde nos encontramos que Ana Bolena era de raza negra, la sociedad medieval era más parecida al tema multiétnico de la guerra de las galaxias, o el renacimiento era una comuna hippy del 68. Lo peor es cuando adaptan grandes series históricas, o joyas de la literatura universal, para unas adaptaciones que son verdaderamente patéticas. El resultado final es pobre, siempre inferior a la creación originaria que se trata de readaptar. Sobra decir que todo eso me parece irrelevante, salvo que no sea ni un distante reflejo de las contrastadas realidades de la época. En centro Europa, y especialmente Francia, realizar una serie policíaca, resulta casi imposible, si no está protagonizada por una “mujer empoderada”. Y si hay alguna serie protagonizada por un varón, estará al servicio de “jefas” ,o bien será un hipocondríaco débil y rebosante de manías… Son las realidades que vende la Agenda 2030, y siempre con esta máxima: devaluar la masculinidad, exaltando una feminidad masculinizada, feminizando lo masculino. 

Me niego a que un puñado de algoritmos definan mi existencia,  que es lo normal o su contrario, renunciando a la posibilidad de saborear la vida, teniendo plena conciencia del camino. El hecho histórico ha mutado, ya no necesita de significación sino de repercusión. Los acontecimientos se han transformado en mero ruido, en vulgar trending topic, en materia de programadores y no de individuos y sus vivencias. Por ello, todos estamos al tanto del último minuto, pero se nos escapa la vida. Quizás tan sólo necesitamos desconectar un poco para pensar, contemplarse, mirar al mundo o experimentar el tiempo. Pues eso, que se vayan a laminar a otra parte….

 

Luis Nantón Díaz

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Proyecto NEREO

 

De siempre me han apasionado los relatos y vivencias de tantos que arriesgaron su vida y haciendas para descubrir parajes desconocidos, o que se enfrascaron en duras jornadas de ardua investigación, con el ánimo de desvelar avances tecnológicos, médicos y científicos, mejoras para una sociedad siempre necesitada de ellos.

Estos seres, estas mujeres y hombres que dedican su vida al estudio, a la observación, intuyo que deben de tener una madera especial, un férreo talante que les impulsa siempre a continuar frente a los fracasos, los vacíos, la ignorancia o sencillamente la mala suerte. Siempre tengo presente a mi gran amigo de Madrid Jesús Sanz Arapiles, prolífico investigador, auténtico Quijote, con una desbordante vida volcada hacia los demás, pero siempre objetivo de las frustraciones de quienes, con mucha menor capacidad, tenían mayores habilidades para deambular por los lodazales de nuestra competitiva sociedad. Tuve la fortuna de colaborar con Sanz Arapiles en su proyecto AEROBUS, donde combinando la tecnología de los ascensores, y de los teleféricos, patentó un vehículo de cercanías, sobre todo vinculado a la conexión de ciudades con sus aeropuertos. Finalmente, y pese a tener patente europea y desarrollo a escala con la Universidad de Navarra, los chinos se adelantaron. Tiene varios ejemplos, de una creatividad desbordante, que si se hubieran gestado en un país que promueva la iniciativa y cuide y desarrolle el talento nacional, hubieran sido éxitos internacionales. Todavía me acuerdo, intentando donar a la Federación Rusa, el desarrollo de un gigantesco helicóptero de cuatro rotores, especialmente capacitado para la extinción de incendios.

Años después he tenido la inmensa fortuna de tomar contacto con otro joven y brillante ingeniero, con otro ilusionante proyecto, con otra indudable apuesta de futuro, de las que vuelven a retomar la confianza en las capacidades de nuestra sociedad. Con financiación propia y propiciado por la asociación “Oceanic & Marine Engineering Student Association”, tenemos un equipo multidisciplinar de 10 personas que llevan años desarrollando un dron marino propulsado a vela. Uno de sus principales promotores, embarcado en esta iniciativa desde el diseño inicial, el ingeniero naval Boris Carballo, me explicaba el otro día que el proyecto está en fase de pruebas. El equipo ha desarrollado ya un prototipo a vela —un modelo trimarán a escala 1:2 de 2,5 metros de eslora— en el edificio de los Talleres Tecnológicos del campus de Ferrol, que en breve prevén someter a pruebas de navegación. Y actualmente trabajan en otro modelo motorizado, así como en la creación de una sociedad para captar financiación con vistas a materializar su proyecto.

Nereo es este apasionante proyecto, de clara proyección internacional, una iniciativa emprendedora para fabricar y desarrollar drones marinos autónomos con numerosas y polivalentes aplicaciones, como el análisis «in situ» de la calidad del agua o el mapeo de los lechos submarinos. «Estos drones se podrían utilizar para llevar a cabo muchos de los trabajos que actualmente desarrollan los buques oceanográficos, pero con un coste mucho menor», destacaba Carballo hace unos días. Estos últimos cuatro años han sido decisivos y mientras no han parado de trabajar para impulsar a NEREO y sus drones marinos autónomos, en simultáneo han continuado buscando apoyos en el campo universitario, y ahora en el mundo de la empresa. Este equipo multidisciplinar de seis ingenieros navales y otros colaboradores de distintas áreas de la ingeniería, comunicación e informática continúan avanzando aceleradamente en prototipos más avanzados y autónomos.

Tuve la oportunidad de saber de nuestro paisano Boris Carballo por referencias directas, y paso a paso, él y su equipo están demostrando lo que puede generar una apuesta tan decidida. El proyecto NEREO, nuestro brillante protagonista, tiene origen en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, y debemos retroceder al ejercicio 2017, en el que tres estudiantes que estaban rematando su carrera inician esta singladura: Jaouad Ezzannouny, Jesús Artal y nuestro amigo Boris Carballo, tres estudiantes de nuestra Universidad de Las Palmas, que empezaron a trabajar en el diseño de un dron marino propulsado a vela, auspiciados por el profesor asociado Tanausú Almeida Medina. Con la carrera ya terminada, los tres ingenieros se trasladaron a Galicia para cursar el máster de Ingeniería Naval en la Politécnica Superior de Esteiro, donde el proyecto no solo siguió creciendo gracias al apoyo de varios profesores, sino que también sumó nuevas cabezas pensantes: las de Jaume Timoner, Pablo Valencia, Carlos Navarro, David Pérez y Carlos de Troya.  Un equipo ganador para un proyecto estrella.

Con NEREO promueven el diseño modular, lo que permitirá que cada uno de sus componentes sea intercambiable, pudiéndose adaptar así a las condiciones de navegación que existan en cada momento. El joven equipo ha iniciado ya el proceso de verificación del funcionamiento del sistema de navegación, que en un primer nivel incluye pruebas en el Canal de experiencia para a continuación probarlo en aguas interiores y posteriormente ya en exteriores, con navegaciones por la costa peninsular, otra hasta Canarias y finalmente una ya trasatlántica. Y es que el dron marino está pensado, explican sus creadores, para ser capaz de abordar largas navegaciones, como puede ser la vuelta al mundo. De forma paralela a la construcción del modelo a vela, el grupo se encuentra además en la fase inicial del patrón del modelo motorizado, optando en este caso por un catamarán de tres metros de eslora y dos de manga, que contará con propulsión eléctrica mediante cuatro pods que permitirán un nivel de posicionamiento dinámico suficiente para las diversas tareas a desempeñar. Seguro que pronto tendremos sus primeras materializaciones en las atlánticas aguas de nuestra comunidad.

La rivalidad sirve para mejorar, pero sobre todo sirve para forjar una identidad, un orgullo de pertenencia. Eso es lo que estructura un verdadero equipo de investigación, sea en Galicia o en Canarias. Todos los focos de investigación nos necesitamos, porque nos mejoramos. Que un proyecto como NEREO tome forma es la mayor motivación para que otros germinen y se desarrollen. Esto es lo que significa generar talento y apoyar la investigación, sobre todo si evitamos que a nuestros más prometedores creadores no les quede otra que irse al extranjero.

Luis Nantón Díaz