MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL
Cada vez más, la sociedad en la que vivimos se vuelca en el beneficio personal, en la competencia entre individualidades y en obstaculizar el camino del otro. Y así la sociedad se hace insoportable. La única medicina que conozco contra eso se llama educación, y consiste en educar a los ciudadanos, desde niños, en otros parámetros, no egoístas, entre los cuales la cultura y el arte deberían jugar papeles protagonistas. No hay otro camino para quienes pretendemos que la sociedad busque el encanto del Humanismo y rechace la fórmula de la competitividad desenfrenada. Sin Arte, sin Cultura, la sociedad se convierte en una jauría de lobos aullando todos en tonalidades diferentes. Así se expresaba, sin ambages, como siempre, Jose Manuel Infiesta, recientemente fallecido y que fue un hombre del ‘renacimiento moderno’. Sirvan estas líneas como un sincero y postrero homenaje a un desconocido, pero no por ello menos querido maestro.
Cuando era un adolescente, una de mis primeras lecturas de juventud fue un texto de Infiesta: ‘Contra la Moral del esclavo’. Un libro cuyo objetivo, despertar a sus contemporáneos, combatir su cultura y enterrar sus ciudades, quedaba claro en cada una de sus páginas. Fue una maravillosa invitación para acceder a la obra de Nietzche. Al menos intentarlo…nunca lo he conseguido. Es un objetivo tan elevado como desbordante, y de tanto filosofar a martillazos, vuelvo a quedarme en el camino. Pero hay cosas que van quedando claras. La primera moral se basa en el sentimiento de haber sido bendecido por la vida. Al ver que no es el caso de todos, el maestro, el aristócrata, se llena entonces de gratitud hacia la existencia y trata de explorar todas sus posibilidades. Debe controlar sus pasiones, tenemos que atemperar el alma, siempre conscientes de que el desenfreno de las pasiones no generaría nada elevado, busca la más alta disciplina para lograr el mayor dominio de sí mismo y, al hacerlo, del mundo. El objetivo no es hallar la felicidad, el hombre elevado no busca la fortuna, sino la plenitud. Busca convertirse en lo que es, ese es su destino.
El otro día recordábamos al limitante Procusto. Cuidado con estos elementos a los que les agradaría que acabáramos aislados de una sociedad que nos cierra sus puertas, por no poder concebir, ni soportar, la libertad. Nos quieren a todos iguales, pero igual de esclavos y dependientes. Los esclavos tienen su propia moral y se fundamenta en el odio y el resentimiento. El resentimiento del desheredado hacia una existencia que no le beneficia, ya sea física, social o intelectualmente. Individuo rebosante de odio y celos hacia aquellos a los que la vida ha ofrecido los medios para su propia realización, se empecina y ofusca fanáticamente en la nivelación de toda la sociedad. A esto lo denomina lucha de clases y se siente mejor. No es él, lo hace por los demás. Pero descifrar la belleza presupone talento. No todos lo tenemos y, no pasa nada en reconocerlo, pero también es hermoso caminar por la vida enseñando los planos con los que ser descubiertos, el código con el que ser interpretados, aportando algo de la luz que genera la misma búsqueda. No puede captar la belleza quien no puede descifrarla. La belleza nunca es evidente y pocas veces viene haciendo señales. No, la belleza no viene avisando, la verdadera belleza vive oculta, provocando desde el misterio y esperando para ser descubierta. Posiblemente por eso nos estemos acercando al alma del mundo.
Muchas guerras se han larvado y sufrido a causa de la moral del esclavo. Este odia a los que poseen, a los sanos, a los audaces. Cualquier forma de jerarquía es aborrecible para él. Mientras que el aristócrata ve el sufrimiento y las vicisitudes de la vida como oportunidades de mejora, el esclavo las rehúye. Entendemos aristócrata en su concepto original griego del que busca mejorar, del que ansía ser el mejor. Más de un siglo después de las profecías del filósofo del martillo, resulta evidente que nuestra Europa se ha convertido en el recinto donde expira «el último hombre» anticipado por Nietzsche. Un ser que ha abandonado todo deseo de superarse a sí mismo. Un individuo triste, cobarde y temeroso, que rehúye del dolor habiendo huido de sus propios impulsos y sentimientos.
Inmersos en un mundo de exaltación de las minorías, donde los que nos limitamos a trabajar y vivir pacíficamente, sin abanderarnos en ningún sentimiento diferencial, cada día más radical y excluyente, estamos más solos que la una. La verdad es que cada día apetece más perder la compostura y empezar a dejar las cosas claras. No le debemos nada a nadie por el hecho de ser mujer, negro, gay o catalán. Nada de eso te pone en una situación más o menos favorable. Y ya estamos todos en una situación donde hay pocas diferencias de salida, salvo que sean generadas por ti. Eres tú, únicamente tú quien debe construir tu futuro. Sin subvenciones, sin ayudas, sin lloriquear y trabajando mucho más que los demás. No eres inferior ni tampoco eres superior a nadie por el color de tu piel, por tu sexualidad, por tu religión, tu sexo o tu origen. Esfuérzate, piensa, y sobre todo apaga la tele. Pensemos en todo lo que nos une, en todo lo que ilusionó y cohesionó a generaciones y generaciones que nos antecedieron. Con sus luces y sus sombras, pero con mucho que aportarnos.
Menos resiliencia ecosostenible y apostemos por el coraje, la resistencia y el valor. Reafirmemos una nueva sociedad que recupere el testigo de su destino, y arrebate el mando a estas elites globalistas, y sus sicarios políticos. Una comunidad forjada en el fuego de una nueva religión con valores aristocráticos y que sacraliza la propia existencia, y que ve la adversidad, la desgracia y el sufrimiento como oportunidades de grandeza y gloria. Una nación de hombres y mujeres que no dejará de distinguir entre lo que es «noble» y lo que es «despreciable», ahí donde nuestro mundo sólo es capaz de juzgar lo que considera «bueno» o «malo».
En muchos sentidos, ‘Más allá del bien y del mal’ puede entenderse como «Por una nueva aristocracia» posiblemente es lo que pretendía insuflar el filósofo germano. En mi caso, siempre tengo presente, permanentemente presente la definitiva formulación: Todo lo que se hace por amor, está más allá del bien y del mal.