Cancelación de la cultura
En las últimas jornadas del año pasado superamos el Día de los Inocentes y ello nos sirve para percatarnos de lo difícil que resulta diferenciar una broma, una inocentada, de cualquier perogrullada que vociferen desde el Gobierno. La alocada carrera hacia el esperpento, el más atolondrado buenismo y la bobería generalizada se acelera precipitadamente con el paso de los años. En este burdo sendero de lo absurdo y lo sectario, pero en nombre de la libertad y el progresismo, reviven los ideales de la revolución francesa, donde jamás se guillotinaron tantas cabezas en nombre de la fraternidad universal.
La Universidad de Stanford, prestigiosa institución educativa de Estados Unidos propone una sustitución masiva de palabras y expresiones “anómalas”, desarrollando un nuevo lenguaje con el absurdo sustrato de la subcultura woke y de la estrategia de la cancelación. Una dinámica lingüística que va mucho más allá del lenguaje, proponiendo la reeducación sistemática de los pecadores, como si se tratara de obligados residentes en un gulag soviético. Consideran lenguaje nocivo términos como “convicto”, que es necesario sustituir por “persona que está encarcelada”. No se debe usar “senil”, pero sí “persona que sufre de senilidad”. En otro ámbito también se censura «Islas Filipinas» en favor de «Filipinas» o «República de Filipinas», por evocar ambos términos a la triste época colonial. No es desdeñable, la reforma del término “prostituta” por “persona que se dedica al trabajo sexual”. Muy curioso, la recomendación de utilizar “negro” frente a “afroamericano” pero creo que estos toletes de Stanford ya lo hacen únicamente para despistar.
Estos efluvios me hacen recordar a los fanáticos tarados de un centro “educativo” de Massachusetts que prohibieron la enseñanza de la Odisea de Homero. La prohibición obedecía al carácter machista, violento, heteropatriarcal, y racista de la obra… No es para reír, es para llorar. Por primera vez en nuestra historia cultural se ha prohibido la Odisea de Homero, la obra que, junto a la Ilíada, la Eneida de Virgilio y los relatos de Hesíodo, constituían la inequívoca base sobre la que se cimentaba toda nuestro acervo cultural. Una herencia que ha influenciado el saber y el sentir de los hombres durante siglos; siquiera los bárbaros pretendieron destruirla.
Porque de esto precisamente se trata: de acabar con nuestras raíces, con nuestras tradiciones. Se multiplican los escritos de protesta, de multitud de colectivos, exigiendo la retirada de obras pictóricas, por adolecer de maneras excesivamente heteropatriarcales y sobre todo por “fomentar” la violencia de género. Pretenden que nos pasemos la vida pidiendo disculpas, por hechos históricos, por muestras culturales, que con sus luces y sombras son motivo de orgullo. Cada día aprietan más las tuercas de la intolerancia progre. Son individuos obsesionados con recortarnos las libertades más esenciales, porque sólo ellos saben lo que nos conviene y merecemos.
Una tal Susan McClary, que además de feminista radical es “musicóloga”, determinó hace décadas que la Novena Sinfonía de Beethoven inspiraba “la rabia de un violador impotente”. Pero es con la aparición del movimiento racista anti-blanco denominado Black Lives Matter cuando hemos sufrido una auténtica manía persecutoria contra todo tipo de monumentos, estatuas, composiciones y lienzos, que, sin perspectiva histórica, son considerados como “negativos” por estos inquisidores de la nueva moral. De la moral de los esclavos.
Parece ser que, en el ámbito musical, quien junto con Wagner asume el mayor número de controversias y persecuciones es nuevamente Beethoven. Según el musicólogo Nate Sloam y el compositor Charlie Harding, protagonistas del podcast Switched on Pop, la Quinta Sinfonía de Beethoven constituye un exponente de todo lo que, para ellos, es más detestable de la música clásica y de la cultura occidental. Por ahora solo los fanáticos de la ideología de género más excluyente aprobarán los anatemas lanzados contra Homero, Wagner o la pintura “machista”. Las personas normales, que al parecer tienen otras prioridades y problemas, simplemente se sorprenden. Pero no lo olviden, esto va en aumento y cuando nos queramos dar cuenta, estaremos de rodillas pidiendo perdón por la Guerra de Troya. Todos lo reprobamos, algunos incluso se ríen, pero un día, a lo mejor, es demasiado tarde.
Esto no son excentricidades aisladas, como lo de las gallinas violadas o el pintar los semáforos de forma resiliente, es algo que se va apoderando de toda una sociedad. La cultura y el arte constituyen uno de nuestros supremos bienes, y tenemos que defenderlos y preservarlos, como legado del futuro, con sincero afecto. Cuanto menos, de forma tan contundente, con la misma vehemencia, como los que exigen represaliar a Virgilio, a Homero o a Beethoven por sus creaciones. La nave de nuestro acervo cultural se hunde y veremos cómo los que hoy callan hablarán. Veremos cómo los que hoy guardan silencio gritarán que ya decían ellos que todo esto era una locura y que nunca estuvieron de acuerdo. Dirán que se vieron obligados y será tarde.
El control del relato es el arma más poderosa del globalismo. Te pueden inyectar tóxicos genéticos que, si la TV dice que es bueno, no pasa nada, luego vienen los efectos adversos, pero la culpa será del cambio climático. La censura de la cancelación es la gran herramienta del sistema. Sencillamente dejas de existir, si eres una voz realmente disonante. Deberíamos darnos cuenta, tomar conciencia de que al arte te aproximas para buscar, no para encontrar. Se trata de intentar aprender de los que son mejores que tú, más sabios, más inteligentes, más sensibles, han visto más, han pensado más, han viajado más y han trabajado más que tú. Y esto es maravilloso. Siempre dispuestos a sumar.
Posiblemente sea necesario vivificar el arte desde el respeto, desde la libertad que nos aporta cierto distanciamiento. El arte no es es frivolidad, sino exquisitez en todos los sentidos. Es un compromiso con el individuo, una apuesta por la independencia, una defensa que no ha de verse como algo estético sino, sobre todo, como algo ético, si es que ambas cosas no constituyen una única y firme realidad.
No me gusta hablar en términos morales, porque es algo extremadamente personal y poco extrapolable. Miedo me dan los garantes de la moral y los que juzgan al resto con su particular cuadrícula. No pretendo evangelizar, ni propiciar mis convicciones, solo intento que no nos arrebaten, tan gratuitamente, tantos bienes, tanta belleza, tanta grandiosidad. Estas son humildes líneas defensivas, frente a los pálidos enemigos de la vida, frente a los nuevos esquemas puritanos de la vacía modernidad. Bueno, me retiro a escuchar El Mesías de Händel, antes de que algún mamarracho exija su prohibición.
Luis Nantón Díaz