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V de Vendetta

Esta tarde, repostando combustible para la moto, nuevamente fui vilmente atracado por este ridículo gobierno de sectarios carentes de experiencia y estrategia, tanto, como desbordan ciega locura ideológica. Pagar la luz, ir al super, cargar algo el depósito de combustible  sencillamente es un atraco, no se puede denominar de otra forma. Es un atraco a mano desarmada, porque no son necesarias armas, cuando estamos tan rendidos, tan pasivos, tan ridículamente sumisos. Estamos inmersos desde el 2020 en una crisis galopante, con una asfixiante inflación, con una notable pérdida de poder adquisitivo, pero continúan preocupándonos con las matemáticas de género o el color inclusivo de los semáforos. 

La culpa es de la guerra en Ucrania. Claro que sí, o de la crisis climática o los pingüinos de Alaska. El petróleo se cotiza al mismo precio que hace una década, pero pagamos el litro de gasolina al doble de su precio, porque este gobierno nunca ha recaudado tanto en abusivos impuestos. Putin es tan malo, que ya no tenemos relaciones económicas con Argelia, porque según nuestra ministra de economía, Argelia esta supeditada a Rusia. Nada tiene que ver la errática e incomprensiva deriva de nuestra política exterior, ni las bajadas de pantalones con Marruecos. A lo mejor las fotos divertidas, o no tan divertidas, de algún iluminati del Palacio de la Moncloa van a estar en la Plaza Roja de Moscú.

Calentito con el expolio constante que supone levantarse cada mañana para ir a trabajar en este país, me puse a pensar en la película V de Vendetta, que pusieron el otro día. Me cuesta comprender la pasividad de tanto súbdito, mientras nos están esquilmando, mientras nos lo arrebatan todo. Nuestro poder adquisitivo, nuestra tan cacareada calidad de vida, disminuye de forma contrastada año tras año, y seguimos dando las gracias por otro día más de vacua tranquilidad. Y, debo reconocer que la primera pasividad que me repugna es la mía.

Bueno, que me pierdo… Esta película fue dirigida por el australiano James McTeigue y producida por Joel Silver y las hermanas Wachowski, en base a la novela gráfica de Alan Moore. La película describe una Inglaterra dominada por el pensamiento único, donde la población vive una segura y superficial vida, disfruta de un ocio dosificado y dominado por la televisión, y donde la cultura, el criterio y las ideas se han extirpado en nombre de la igualdad. Si, igualdad, pero con cadenas de uniformidad.

Pretender que todos somos iguales es ser un leviatán. Para los de la agenda 2030  somos tornillos, pero hay que explicarles, que no somos fruto de un sistema de producción en cadena que fabrica idénticos objetos. Sin duda somos diferentes, mantenemos y desarrollamos capacidades diferentes, objetivos diferentes y cada uno pasa por la vida con un particular objetivo, un singular e irrepetible camino. Gracias a Dios no somos iguales. Si dejas libre al personal, no vamos a ser iguales, ¡por supuesto que no! Y entérate de una vez, si pretendes que seamos iguales, no seremos libres…

Los que nos pretenden iguales, nos quieren esclavos. No somos iguales, ni lo somos, ni lo seremos, al menos si respiramos de verdad, si pensamos. Querer igualar es querer homogeneizar, laminar cerebros, limitar la individualidad. No, no somos iguales. Los hay más inteligentes, con más tenacidad, más voluntad de sacrificio, más inspiración. Y a esos les suele ir bien. El talento no es algo que se regala. Hay personas más inhábiles, más gansas, posiblemente menos preparadas y les suele ir peor. Se trata, al igual que siempre, de aprovechar las cartas que se nos han dado. No podemos olvidar que también existen mujeres y hombres, que, con las mismas cartas de partida, con similar perfil que otras, se implican mucho más y aumentan la apuesta:  trabajar, estudiar y prepararse con tesón mientras otros lo dedicaron a estar en el sofá y disfrutar de los medios. Curiosamente a unos les suele ir mejor que a otros. Conozco muchas mujeres  que son maravillosas profesionales, empresarias, funcionarias, sin la por lo visto imprescindible ayuda de Irene Montero y su esperpéntico Ministerio de Igualdad.

Alan Moore, autor de “V for Vendetta”, dijo: “Los artistas mienten para decir la verdad mientras los políticos mienten para ocultarla” y lo clavó. A ningún gobierno le interesa la verdad, a ninguna entidad supranacional rebosante de poder le preocupa la verdad, por eso nos quieren iguales en obediencia y sumisión. Seguro que estás pensando que igualdad se refiere a igualdad de oportunidades, y tampoco es así. Hay que garantizar a todos una educación, por supuesto, estamos de acuerdo. Pero eso no implica que haya que garantizar una igualdad de oportunidades, sería tan injusto como irreal. No puede ser que se utilice el mismo calibre para una familia que estudia, trabaja, ahorra y se sacrifica que para otra familia idéntica cuya apuesta, voluntad y sacrificio hayan sido diferentes. ¿Por qué deben ser igualadas? ¿Estamos negando el derecho a los padres a dar un mejor futuro a sus hijos en aras de una supuesta igualdad? Estos son los del equipo de Procusto, que salvajemente amputan y extirpan todo aquello que sobresale de la media.

Creo que el pensamiento central de V, creación cinematográfica con sus luces y con sus sombras, es la definición grafica del miedo. Por eso, cuando en esta película de referencia nos hablan de control de las corrientes de pensamiento, generación de pandemias por los gobiernos, desastres y conflictos artificialmente instrumentalizados para generar tensión… ¿no les suena de algo?  ¿no lo vemos?.  El miedo a disentir, el terror a no ser parte de la mayoría es lo que atenaza tu cuello y te impide pensar libremente. Cuando la protagonista supera el lance del encierro y la tortura a la que es sometida, es cuando obtiene su libertad. No su libertad, sino la libertad, porque ya no tiene miedo, porque ya es completamente libre.

Ya han probado con todo tipo de generadores de miedo. Los que peinamos canas crecimos con el permanente recelo a la debacle nuclear, después al terrorismo de origen desconocido que nos permite todo tipo de guerras de “liberación”, tras ello hemos conocido dos o tres experimentos pandémicos, hasta que con tanta experimentación dieron con la fórmula idónea. Son minorías cada día más conscientes, las que se están percatando como quieren utilizar el cambio climático, y la nueva religión de la sostenibilidad. Siempre crearan desequilibrios y crisis de todo tipo para que estemos permanentemente amedrentados, y sumisamente agradecidos porque un estado omnipresente pretende regular nuestro día a día. V no es una novela distópica, es auténtica y genuina agenda 2030.

Luis Nantón Díaz

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Hambre

Knut Hamsun (1859-1952) recibía el premio Nobel de Literatura, hace aproximadamente un siglo. El autor de impresionantes y clarividentes novelas como “Pan” y “Hambre” se hallaba en la cúspide de su merecida fama. Los críticos alababan la frescura de su lenguaje poético y sensible y su conspicua mirada al mundo. Autoridades literarias, tan distantes como Thomas Mann y Maximo Gorki, respectivamente, no dejaban de rendirle homenaje, presentándole como un nuevo Ibsen.

Este genio noruego nacido en el medio rural ejerció diversos oficios durante su vida, errante y aventurera. Estudió en la Universidad de Oslo y en 1882 emigró a los Estados Unidos, donde resistiría en duras condiciones hasta 1888. Fruto de su  intensa experiencia como emigrante, en 1889 escribió “La vida espiritual de la América moderna”, donde realiza una crítica dura,  irónica y amarga de la vida en el extranjero.

Nació en uno de los rincones más fríos, pobres y remotos, de uno de los países más fríos, pobres y remotos de la Europa de finales del XIX. Nada que ver con la Noruega rica y prospera del petróleo del mar del norte. Sufrió implacablemente la miseria y la servidumbre en su infancia y juventud, lo que forjo una prosa impecable, exenta de adornos, pero llena de una fuerza y una autenticidad que no rehúyen afrontar el patetismo de la existencia en situaciones desgarradoras, según queda de manifiesto en su novela de 1888 y que encabezan estas líneas en su honor: HAMBRE. Lectura de mi juventud, es una narración con rasgos autobiográficos que trata la historia de penurias, pobreza y camino a la locura de un autor atormentado por los importantes desajustes físicos y mentales ocasionados por la miseria y la soledad. En varios aspectos, esta novela es un antecedente de los escritos de otros novelistas del siglo pasado que exploraron la locura y el desequilibrio de la moderna condición humana. 

Knut Hamsum aprendió a escribir a una edad en que nuestros niños hoy saben incluso más de lo que debieran saber, pero carentes del ansia de aprender, de experimentar, de descubrir. Pero este joven tenía un sueño. Este hombre quería y ansiaba escribir. No sólo escribir, ansiaba escribir como nadie había escrito. Quería volar sobre los genios y fundar una nueva forma de expresión, un estilo único y autentico. Un muchacho de la clase más baja, que no contaba con más medios que su ferrea tenacidad y que no poseía más que hambre para alimentar su gran empresa. Dentro de su magna obra, también necesitamos destacar su espléndida trilogía compuesta por “A las puertas del reino” (1895), “El juego de la vida” (1897) y “Los fuegos del atardecer” (1898).

De su obra llaman la atención dos factores principales: el imprevisible carácter de la narración y la sublime belleza  de su prosa, que rebosa frescura y poesía. El retornar a la tierra, a las raíces, a las costumbres, a las rutinas; liberar la mente de vanas necesidades, compromisos y deberes; ser uno bajo el firmamento y sorprenderse cada día como rúbrica existencial. El paradigma de esta concepción asceta se desvela en la vida religiosa, en la letanía y en los reiterados y vivificantes mantras, en la exigencia estoica, en la liberación de toda forma accesoria, de tal manera que la mente quede plenamente liberada y pueda acceder al todo. Una vida plena donde la libertad se entiende como obligación y el derecho claudica ante la exigencia. El hombre vive sin asperezas, luchando por un sutil equilibrio. Vivió más de 92 años y sintió desde muy joven ese impulso irrefrenable que focaliza todos los esfuerzos vitales hacia un fin tan errático como aristocrático: quería ser un creador. Su sensibilidad natural le hacía quedarse maravillado con la simple elocuencia de una palabra con la que expresar una idea bella, o con la naturaleza de un paisaje. Cuando has percibido lo que es la grandeza de alma, aunque sea temporal y brevemente, se abren de par en par las ventanas de la mente y el corazón, dejando que penetren libremente en ella los vientos más frescos y limpios.

Su evolución literaria en el siglo XX abandona el individuo y lanza sus redes a la sociedad. El claroscuro romántico es una constante, especialmente en las primeras novelas. Personales tan apasionados como asociales que son presa de un aceptado pesar por su voluntaria inadaptación. En un artículo que publicó cuando tenía 29 años, manifestó que los escritores «vivimos porque nos expresamos». Y así había de transcurrir su vida: escribiendo. Escribiendo hasta que finalizo la segunda guerra mundial. Knut Hamsum había apostado con firmeza. Y con trágica firmeza perdió. Al finalizar la contienda el mundo le dio la espalda al hombre, pero también, en gran medida, a su obra. Sufrió la misma fatalidad que grandes autores como Drieu de la Rochelle, o Ezra Pound que perdieron, lo perdieron todo. 

Hamsum fue ignorado por los mismos que lo habían galardonado antes, y si ya había sido hasta entonces un hombre solitario y reservado, después de la guerra se había quedado solo y los sicarios lo condenaron a pagar su supuesta traición a la patria. Fue injustamente recluido en un hospital psiquiátrico y se le desposeyó de gran parte de sus bienes, siendo ya un anciano ciego y casi sordo. Hoy día no existe en Noruega una sola calle o plaza con su nombre. Desde sus aciagos días en prisión, ya anciano, soñaba con su laguna helada y, se imaginaba divagando con el sonido de la impresionante cascada de Vassbakken de fondo. Su alma descansaba imaginándose a sí mismo con la rigurosa sencillez y estoicismo de Isak, el campesino noruego de “La bendición de la tierra”, la novela con que ganó el novel cuatro años después de la publicación del Tractatus, en 1920.

Nos hallamos en un periodo que exige cabalgar el tigre, por lo menos tener ese atrevimiento viril, el deseo de mantenerse en pie, altivo y orgulloso, en un mundo en ruinas. Es el mundo deplorable de Hambre, pero ahí reside la prueba que nos brinda la existencia. Nuestro consecuente autor murió en Grimstad en febrero de 1952, a los noventa y dos años.  Estaba inmerso en la pobreza y abandonado de casi todos.  No podemos exiliarnos de nuestro tiempo, no podemos apartarnos de su vileza: la vida apacible del hombre sano debe esperar a que arda Troya. Que mejor forma de finalizar este sentido homenaje que con sus propias palabras: “El genio es un rayo cuyo trueno se prolonga durante siglos”. Así sea

 

Luis Nantón Díaz

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A la sombra de un girasol

El pasado mes de noviembre disfrutamos de una brillante presentación, en la Casa de la Cultura Sara Bolaños, de Vecindario, un auténtico balón de oxígeno literario, con el inspirador título de “A la sombra de un girasol”. Para nada pienso fastidiarles el placer de ir descubriendo, con disruptiva lectura, las múltiples y divergentes reflexiones que brotan de sus páginas, pero como genialmente resalta el autor, Guillermo Suárez Lami: Lo que sucede siempre conviene…Dicho queda, ahora la pelota está en tu tejado.

Leer a Guillermo Suarez es conocerle, más bien es un reto constante de reconocerle, tanto a él como a su entorno, en una embriagadora distorsión de tiempos, paisajes y circunstancias. Nunca sabes donde estás, siempre liado en diferentes intuiciones, con el permanente aroma a ron y una música de trasfondo. Siempre la música. 

Los girasoles cambian su dirección a rígido criterio del Sol. Guillermo nos enseña que hay diferentes soles, múltiples circunstancias, pero lo importante son, somos, las personas. Con nuestras limitaciones, miedos y deseos, vivificamos la poesía de nuestras vidas. Guillermo es un oráculo locuaz de las imperfecciones inscritas en el código genético de los hombres desde los remotos principios. Con tanto baile de tiempos, resulta una constante su pesimismo antropológico, saludable y legítimo. Pero esto siempre esta sutilmente aderezado, al igual que muchos de los guisos caribeños que nos muestra, con su incisiva ironía y su inconfesado humor negro. Pocas son las páginas donde no exhibe una ciclópea y cínica mordacidad y su asombroso don para burlarse de todo cuanto pasa en sociedad, por grandioso o por abyecto, ya sean las ilusionantes convulsiones colectivas, los elevados ideales, las pulsiones sexuales o los melodramas de telenovela más sentimentales.

Guillermo profesa sincera admiración hacia los grandes, tanto en música, como en literatura. Eso siempre se percibe, no es necesario escarbar mucho. No sé si fue su admirado Gabriel Garcia Márquez quien nos enseñó la máxima de que perder es lo normal, que fracasar es algo inevitable ante lo cual sólo queda una salida que es, por supuesto, seguir fracasando una y otra vez. Entre tanto girasol, vemos la importancia de jugar con valor, con arrojo, las cartas que nos ha dado la vida…aunque no sean las mejores. Siempre con fidelidad a uno mismo y a tus consignas, en una búsqueda de la consecuencia, y ¿por qué no?, de la excelencia a tu manera.

Algunos encontrarán en las páginas de Guillermo Suarez un exceso de realismo, un canto a lo vulgar, un acerado martillazo a base de bajos instintos, pulsiones pasionales y hasta una oda a lo más feo y patético de nuestras vidas. Pero creo que de esta forma destaca más la poesía, la belleza, lo alto y lo aristocrático. Bajando a lo abisal percibimos más nítidamente la luz. Y por eso me pregunto, ¿por qué la modernidad denigra la belleza? Nuestro autor triunfa arremetiendo contra el relato lineal. La sintaxis, el vocabulario, la disposición de los acontecimientos, todos los elementos de su prosa sirven para expresar la crispación, el estado de tensión que está viviendo el escritor. Un hombre que se asentó en Gran Canaria en el año 1993 y desarrolla en sí mismo, la simbiosis de dos experiencias radicalmente distintas. Términos insurgentes,  insultos, figuras retóricas de contenido macabro o el humor negro son otros de los elementos con que maltrata al lector, zarandeándolo, y provocando en él mil reacciones que van del más tonificante de los entusiasmos al más profundo de los rechazos. Posiblemente por la sencilla razón de que, la fealdad es un proyecto político. Los totalitarios de la laminadora progresía pretenden dinamitar el último dique de la desigualdad: la belleza. Así, asistimos a la deconstrucción de la belleza, a su deslegitimación y profanación. Esta gente, en su obsesiva y guillotinadora imposición de la igualdad, entienden y perciben  la belleza como una agresión y una ofensa. Por eso, podríamos entender que la verdadera lucha de clases no es entre ricos y pobres, es entre poéticos y refinados contra groseros y ordinarios. La imposición del reino de la cantidad, la gran victoria del número.

Si perder es lo normal, aunque lo que suceda siempre conviene, no se puede esperar que la felicidad sea consecuencia del éxito. La plenitud deviene de cumplir con un propósito vital, algo íntimo y alejado de engañosos cantos de sirena. El fracaso sí que viene de fuera, pero el éxito es propio e íntimo, habitualmente solo tú te enteras de estar triunfando mientras los demás miran con estupor cómo celebras la nada y brindas con el más aromático de tus rones por tu propia existencia.

La felicidad es impermanente, la plenitud nos acerca un poco, solo un poco a la eternidad. El éxito resulta exiguo y la insatisfacción es perdurable porque siempre pretendemos más y la felicidad es la mayor fábrica de infelicidad. La insatisfacción sólo puede crecer desde la felicidad previa. Es paradójico, pero lo mismo pasa con el fracaso: allá donde veas un fracaso, encontrarás oculto un éxito. Si lo buscas, siempre acaba por aparecer. Por eso, con la madurez, si has aprendido de tus errores, aparece el carismático sentido del desprendimiento y la aceptación.

A mi entender, entre tanto ondulante girasol percibo mucho de su tensión existencial verbalizada, pero muy poco de su delicadeza sensorial, de su enorme sensibilidad para captar las impresiones, las sensaciones, los rasgos y los detalles concretos de la realidad más diversa. De este contraste te das cuenta cuando conoces personalmente a Guillermo, o empiezas a conocerlo, si es que esto fuera posible. En el fondo, en el tratamiento del lenguaje, de los diálogos, de las percepciones y sus estrambóticas situaciones, es uno de los escritores más realistas y crudos del actual panorama literario.

Creo que nos enfrentamos a disfrutar, como hace Will, con sus constantes juegos de palabras, de su maridaje de opuestos, de un renacer del realismo mágico en tierras canarias. Por eso su estilo, delirante y desmitificador, es inimitable, es personal, solo de nuestro Guillermo Suárez. La fusión total con una realidad caricaturizada hasta lo extravagante. Y, por favor, nunca lo olviden: Lo que sucede, siempre conviene.

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