Sola, perdida, abandonada
Próximos a estrenar la temporada de Opera de Las Palmas de Gran Canaria con «Manon Lescaut», de Puccini, este próximo 22 de febrero, la 55 temporada de ópera de Las Palmas de Gran Canaria-Alfredo Kraus, que regresa a su escenario habitual, el teatro Pérez Galdós.
Tengo la suerte de disfrutar de una intensa amistad con varios componentes del coro, de la orquesta y de un inmenso y silencioso equipo que trabaja sin descanso tras el escenario. Desde la respetuosa distancia, observo con sincera admiración la pasión que desprenden, la dedicación que desbordan, para una actividad tan poderosamente artística como la ópera. Ya hace falta mucha ilusión, sacrificar muchos recursos, compromisos y tiempo libre, pero en estos aciagos tiempos de restricciones sanitarias y memeces políticas, el esfuerzo se intensifica, y mérito y reconocimiento deben brillar exponencialmente.
Manon Lescaut de Puccini, posiblemente sea la adaptación más libre, y posiblemente anárquica de “Las Aventuras del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut”. Porque si algo define al autor de la inspiradora novela, el francés Antoine François Prévost, son los giros de vals, los drásticos cambios de rumbo, en una vida tan delirante como pendular. En 1728 aparecieron los dos primeros tomos de Memorias de un hombre de calidad, a los que, tras el éxito, dio una continuación de cuatro tomos más; en los dos últimos, publicados en 1731, figura la novelita del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut. El abate Lescaut, lo mismo se alistaba a un Regimiento Militar, para después retornar al recogimiento de la vida religiosa, y así, hasta finalizar sus días, de forma incierta, en medio de un bosque.
Extremadamente anárquico fue también todo lo relacionado con el libreto. Si las paginas originales del buen abate fueron consideradas aptas para alimentar el fuego redentor, la realización del libreto de la ópera fue un auténtico galimatías. Las fricciones con los libretistas provocaron múltiples dolores de cabeza y, cuando finalmente se terminó, el texto de Manon Lescaut, había pasado por no menos de siete manos: en primer lugar las del famosísimo Ruggero Leoncavallo, que en ese momento era todavía más libretista que compositor; luego por las del conocido dramaturgo Marco Praga y su poético colega Domenico Oliva; luego se traspasó al equipo de Luis Illica y Giuseppe Giacosa, quienes más tarde sufrirían sin medida en la creación y desarrollo de La Bohème, Madam Butterfly y Tosca y, quienes, al final y ocasionalmente, habían dado alguna que otra mano de ayuda en el libreto de Manon Lescaut. Tan confusa fue la autoría del libreto que a nadie se detalla como tal en la portada de la partitura original, que fue la que se usó para el estreno del 1 de febrero de 1893 en Turín.
Queda patente históricamente que Manon Lescaut, la tercera ópera de Puccini, fue la primera en obtener y mantener fama internacional. Pese a ello, a veces ha sido tratada con medido desprecio por aquellos que generalmente intentan defender los inicios del maestro italiano. La trama de Manon Lescaut acontece en la primera mitad del siglo XVIII. Manon, una bella chica de quince años, es enviada como novicia a un convento de clausura en Amiens en contra de su voluntad. Des Grieux es un joven de diecisiete años, de indiscutido linaje, que debe ingresar en la Orden de los Caballeros de Malta. Ambos jóvenes se conocen en una posada, se enamoran y huyen a París, intentando comenzar allí una nueva andadura, en la que debe imperar el amor. Desgraciadamente diferentes aventuras, y su pasión por la vida ostentosa y lujosa, llevarán a Manon a prostituirse y a ser deportada finalmente a Nueva Orleans. El enamorado Des Grieux la acompañará hasta allí, pero los amantes no van a encontrar el anhelado reposo en ningún momento. En América, Manon morirá en brazos de su amado tras una agotadora fuga. No puedo evitar el intentar irradiar el drama del desierto, en los confines del territorio de Nueva Orleans. Manon y Des Grieux, ataviados con harapos, atraviesan extenuados el extenso y árido terreno. La joven, ya carente de fuerzas, sin aliento, apenas puede sostenerse en pie. Su amado se adelanta en busca de agua y refugio para la noche. Ella, sola y consciente de que le quedan pocos minutos de vida, rememora sus días felices en París. Des Grieux regresa precipitadamente y la encuentra delirando. Sola, perdida y abandonada. La besa y trata de reconfortarla en vano. Manon fallece en sus brazos. Difícil, muy difícil, sintetizar una obra diversa y compleja, con unos protagonistas verdaderamente intensos, arrebatadores.
Dicen los que saben, que la principal diferencia con la ópera homónima de Massenet es que Puccini no pretendía enarbolar una Manon frívola y frágil: aquí nos encontramos con una mujer provocativa, plenamente arrebatada y poseída por el lujo y al amor. Manon tiene una singular personalidad, donde continuamente equilibra en su balanza, su predilección por el dinero, el lujo, la seguridad, frente al sencillo amor que todo lo puede. Cuando Lescaut, su fariseo e hipócrita hermano, le recuerda a Des Grieux, ella revive en su seno interno la felicidad que sentía junto al joven en aquella humilde morada, a diferencia del lujo que le ofrece Geronte, el viejo y rico Harpagón. Por un lado, quiere disfrutar del lujo; por otro, anhela el amor…
Generalmente pienso que todo lo relacionado con el arte y la belleza, en sus conceptos clásicos acabará por perderse, víctima de su gracia, de su perfección, de su sensibilidad, virtudes aristocráticas incompatibles con el creciente vacío dominante. ¿Cómo podrán mantenerse verdaderas maravillas artísticas como las óperas en un Occidente que proscribe el esfuerzo, la exigencia y la perfección? ¿Cómo habrá élites capaces de apreciarlo cuando el nivel de la chusma dirigente es el que es? Se nos echa encima un futuro feo y vulgar, sin Manon, sin Des Grieux, sin música tan sublime como pasional; un infierno de orcos igualitarios en el que se suprimirá todo lo hermoso y elevado. Pero debo reconocer que me equivoco, cuando tan silenciosa como complacientemente, me quedo admirado por el ilusionante esfuerzo que tantos apasionados artistas desarrollan para que una obra maravillosa vuelva a representarse exitosamente. Todo ese esfuerzo conlleva mucho desprendimiento, mucha pasión, un elevado amor. Vayan estas cándidas, pero sentidas líneas, en su honor.