Dispares indigestiones y una incómoda sensación de apocamiento más tarde, decidió apostarlo todo al trabajo. Tener el control de esa parcela significaría equilibrio, ¿no? Con esa idea por bandera, adoptó un comportamiento elaborado a medida con el único objetivo de sobrevivir mejor que la semana anterior. Sin embargo, y por insoportable que resultó esta mezcla de sinceridad y ficción a sus círculos más personales —y a pesar de ser una certeza susurrada en discretas tonalidades desde el Lago Nyos hasta el norte de la Gran Duna de Pilat— gracias a esta obra de teatro personal logró percatarse de que, al menos con esa actitud, jamás alcanzaría aquello que no aparece por perseguirlo.
La bomba terminó por detonar y entonces comenzaron las disputas en coches mal aparcados, malentendidos en los descansos y frías discusiones en casa. La falta de una guía de comportamiento desembocó en una migración hacia la última fortificación: La Relatividad. ¿Crees que la hierba del Parque del Milenio apostaría a que se balancea en Calanque d’En-Vau? ¿Rezan los hotentotes a un Boing CIM-10 Bomarc? ¿Juegan los dioses con las leyes de la termodinámica? ¿Brindan los universitarios en honor a las víctimas de Nagasaki? ¿Cuál fue el último sueño de Jacob? “Avanzar entre incógnitas es una danza que nos toca bailotear hasta caer rendidos; pero, a pesar de lo que podamos pensar o lo que Todo pueda parecer, obtener una respuesta no es siempre una victoria”. Ya, bueno; que le den a las frases prefabricadas. Es joven, puede quemar el tiempo que necesite para hallar lo que cree necesitar. Un día despertará y dirá: “Oh, ¿diez años?” y se pondrá a ello inmediatamente. Ya.
Ocurrió a finales de un verano de esos que ahora existen para quienes no saben valorarlos. V se acercó a la mejilla de Marta al señalar la cima de un edificio. Propuso encaramarse a la azotea y aguardar la llegada de 2941, un rayo globular natural de Canadá que, en ciertas tormentas, hacía escala en la ciudad en su camino hacia el interior de La Tierra. Subieron y esperaron al fenómeno natural –o preternatural– mientras diseñaban planes de futuro que aún no sabían que jamás ocurrirían. ¿Cómo iban a saberlo? A la hora, una mirada malinterpretada llevó a una acción precipitada y claro… terminaron discutiendo por esto, por aquello y por lo otro. Marta desapareció escaleras abajo, disparando comentarios desafortunados que hirieron a V; quien, con la cara repleta de lágrimas de rabia hacia Todos Nosotros, juró que nada volvería a torcerse tanto en su interior. Lidió con sus borrascas a través de labores que podían enmendarse hostigando botones. Ignoró los miedos e inseguridades que otros habían regado por ella y salió por la puerta, partiendo hacia un puerto alejado de cuestiones que, por el momento, no quería responder. Envío escuetos correos electrónicos en los que afirmaba estar bien e insistía en que nadie se preocupara por ella. Apareció por sorpresa meses después, en el cumpleaños de uno de sus tíos, sorprendiendo a todos e incluso a sí misma. Repartió abrazos como hacía años que no hacía, con una sonrisa nunca vista y un misterio que jamás abandonaría. V volvió a tomar decisiones. Decisiones que, como suele ocurrir al diseñar el paso que impulsa un gran salto, debutan con una templada exposición de los errores que conducen al aprendizaje.
Si apartamos del texto con una uña ese redundante «escribí estos escritos», lo que nos queda es una crónica actual y ágil muy en la línea de su autor.
Nos deja,como siempre,la extraña sensación de estar leyendo continuamente el primer capítulo de una buena historia en cada uno de sus articuentos. Y eso,créanme, genera una estimulante adicción.