1×04 Lo que Fargas sintió en El Hierro (2022 revisited)

SonabaMy Reveriede Larry Clinton. Para entonces la cabeza de Fargas era una jaula de grillos. Cayó en el sofá soltando un suspiro larguísimo al mismo tiempo que encendía un cigarrillo mal liado. Cuando sus dedos rozaron el teléfono, en el bolsillo del pantalón, empezó a soltar todo tipo de maldiciones. Nervioso, le dio tiempo a proferir mil lamentos antes de llegar a la ventana.

Largó un poco de ceniza al patio interior, aplastó con la mano izquierda su melena y nos lanzó una mirada desesperada, negando con la cabeza. “¿Os dais cuenta? Decidme, ¿es o no es? Esto es justamente lo que quería evitar hoy. Esta… estúpida sensación de obligación con algo que no importa. Hizo una pausa para chupar intensamente el cigarro, como si la tranquilidad estuviese entre sus labios. “Si hoy no hubiese invitado a alguno de vosotres a venir, ¿qué hubiese ocurrido? Ha ocurrido otras veces y nadie se ha molestado ni nada para parecido. ¡Él sí! El señorito sí. Está la hostia de molesto porque no entiende que hoy… Mira, en serio. Da igual». Aquella tarde no me estaba enterando muy bien. De nada, quiero decir. Estaba lejos, en realidad. Movidas. Uno o dos instantes después, Fargas lanzó la colilla por el tragaluz y nos preguntó qué haríamos en su lugar; pero, antes de recibir respuesta, agarró una de las botellas de vino que aguardaban al sol, sobre una mesa inundada en envoltorios y platos apilados, y soltó: “Pegarme un tiro. Eso es lo que voy a hacer, ¿eh? Y no como en las películas sino bien. Como Dios manda”. Tras un cruce de miradas cómplices nos tiramos encima de él, haciéndole cosquillas y riendo como condenados. Soltó carcajadas como un demonio, rojo perdido; implorando que parasemos. Dios. Es escribirlo y sonreír como un tonto, de verdad. Al rato, nos vimos a nosotros mismos tumbamos en el suelo, hechizados por aquellas canciones que seguían sucediéndose detrás de las paredes y con la ropa apestando a vino barato. En una larga pausa entre una canción y la siguiente, Fargas dijo: “A veces me vuelvo loco con las cosas, aunque sean lo que se supone que tienen ser, ¿sabéis? El año en el que me piré a El Hierro sentí que estar lejos de todo el mundo era un lugar bonito. No sé, lejos de ciertas obligaciones, compromisos estúpidos, conversaciones que no llevan a ninguna parte, constantes interrupciones…” Se puso de pie de un salto, colocó el dedo índice sobre sus labios y, con los ojos muy abiertos y una sonrisa exagerada, susurró: “Larguémonos a El Hierro”.

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