En algún lugar entre Isla Cristina e Islantilla, cinco jóvenes amarraron un par de palos a un tablero de madera, inaugurando así una especie de chabola cerca de la orilla. En ella, arrodillados sobre desgastadas tablas de surf, lanzaban plegarias a La Gran Ola de Mar Adentro al mismo tiempo que condenaban los supuestos males de la sociedad moderna: desgastadas luces de neón anunciando precios casi exactos, la vacía ironía posmodernista, la televisión, el mirar a cámara e incitar a pensar que todo es una broma, la publicidad…
Siempre entre risas, señalándose entre ellos y a cosas que no existían tanto como ellos creían. ¿La razón? Una sustancia semisintética de efectos sinestésicos denominada —diría que por ellos mismos— “Pupila de Shiva”. En una de esas noches en las que no quieres soltar palabra por razones que solamente tú comprendes, el grupo comenzó a danzar en círculos; levantando arena a patadas y abriendo latas de cerveza barata mientras cada uno canturreaba una canción distinta. Al rato, una chica que respondía al nombre de Andrea, apareció entre vítores y aplausos, dejándose caer a mi lado varios momentos después, sobre la toalla. Adoptó la posición de loto, saludó a alguien lanzando besos y, cogiendo arena con ambas manos, empezó a enterrar mis pies con ella, observando mi reacción con verdadera curiosidad. No dije nada. Colocó su mano sobre mi rodilla y susurró: “Deberíamos ser como el tiempo en sí, ¿no crees, amigo? Movernos en un solo eje, del pasado al futuro, girando hacia atrás o hacia adelante. Tornar levemente hacia cualquier dirección implicaría crear unidades independientes, denegando la creación del Círculo que hace que todo vuelva a su causa; pero haciéndonos partícipes de estos instantes”. Al terminar, como si hubiese cumplido con algún propósito vital, giró sobre sí misma y besó a la chica que meditaba detrás de nosotros, ahogando en su garganta varias carcajadas. Entonces, por alguna razón, quise ir con el resto. Quise bailar arrítmicamente, gritar cosas sin sentido y reír con apenas motivos. Quise ser, por decirlo de una forma simple, uno más. Al levantarme, sacudí la arena que había quedado adherida en las bermudas, percatándome de que la otra muchacha me observaba por encima del hombro de Andrea. Ese es el momento en el que las cosas comienzan a torcerse.
Es la segunda vez que leo su blogs y estoy deseando leer más. Fantástico!!
Bueno…
Continuando por el camino trazado minuciosamente por la inspiración.
Brillante.