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¿La novela de un loco?


Como hoy es 9 de julio, me acuerdo de Argentina (hoy es su fiesta nacional), y el hilo neuronal me lleva a Facundo Cabral, que usaba el humor para decir verdades como puños, y lo hacía en sus monólogos y en sus canciones. En un momento de su recitado dice: «la vida es una novela escrita por un loco». Pero eso no justifica la locura del mundo, porque popularmente se califica de loco a quien padece alguna enfermedad mental, de etiología psíquica, química o incluso fisiológica. Es decir, padeciendo depresión o esquizofrenia, pasando por la bipolaridad y otras tantas afecciones, locos ha habido siempre en el campo de la narrativa: Dostoievski, Virginia Wolf, Malcom Lowrry, Edgar Allan Poe, Mary Shelley, Marcel Proust y muchos más. Padecían tremendas enfermedades mentales, que en algunos casos los llevaron al suicidio. Hubo otros novelistas que quisieron pasar por locos, porque la locura resulta muy literaria, y así, Umbral paseaba con bufanda por la Gran Vía en verano, Azorín salía con un paraguas rojo aunque no hubiese lluvia y Valle-Inclán iba a la plaza de Oriente y se ponía a gritar frente al palacio real para despertar a Alfonso XIII.
zGoya_witches[1].jpgLos locos de verdad y los que fingían locura escribieron grandes novelas, que funcionan de manera muy lógica, muy cuerda, incluso cuando entran en el territorio de la fantasía más exagerada, porque una novela, si se desmanda, ya empieza a ser mala. Por eso este mundo tan cruel, hipócrita y sádico no responde a la estructura de una novela seria, es tan disparatado que si se contuviese en un libro nadie lo entendería. Por eso creo que esta locura de mundo es una novela escrita por gente muy cuerda (eso sí, muy malvada).
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(El cuadro es El Aquelarre de Goya)

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Feminicidio

El feminicido (dicen femicidio quienes lo traducen directamente del inglés) es el asesinato de mujeres, y aunque se suele decir que es por razones de género también hay motivaciones políticas, ideológicas y prehistóricas (seguramente será lo mismo). El caso es que, en México, especialmente en la zona norteña de Ciudad Juárez, matar mujeres es casi un deporte, y en Centroamérica pasa lo mismo. La mujer es una propiedad del hombre y matarlas es la máxima ofensa que se puede inferir a un padre, a un marido o a un hermano al que quieran castigar. En los años noventa esto sucedía en la guerra civil de Guatemala, y en un país tan pequeño murieron 200.000 mujeres y otras cien mil fueron violadas. Allí donde llegan los uniformados, zzmujerecruz.JPGsean soldados, policías o paramilitares, la vida de una mujer es una moneda de cambio. Ahora, la guerra tiene que ver con los cárteles de la droga, y también usan este tipo de crímenes para dejar bien claro al rival (generalmente otro machote) quien manda, y por eso les matan a «sus» mujeres. Esto, que parece sacado de la novela más enloquecida de Roberto Bolaño (2666), es la normalidad desde Río Grande hasta el Canal de Panamá. He rebuscado en el diccionario para encontrar un término que aplicar a esta situación y no lo he encontrado. La palabra horror parece un eufemismo ante tanta animalada. Al mundo parece darle igual, y esa es la razón por la que creo que la lucha por la igualdad de la mujer no ha hecho más que empezar, y no me olvido de las lapidaciones y crímenes de honor que son habituales en otras culturas del planeta. Si en alguna zona del mundo hubiera una matanza sistemática de rubios, bajitos, bebedores de cerveza o aficionados al surfing, seguro que ya se habrían tomado medidas eficaces. Pero las víctimas de los crímenes programados que se cometen en México, Guatemala, El Salvador, Irán, La India o Nigeria son simplemente pobres mujeres del Tercer Mundo. ¡Ah! Y en Turquía y China, que no sé ya a qué mundo pertenecen.

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De milagro

zzzdedoo.JPGHablando con la gente joven que tiene niños recién nacidos, me entero de que todo lo que hacíamos cuando hace años estábamos en su situación no era lo correcto. Los procesos alimenticios de los bebés son ahora distintos, y cuando le dices a los padres jóvenes lo que nosotros hacíamos se echan manos a la cabeza. Por lo visto, lo hacíamos todo mal, porque la nueva pediatría marca ahora unas pautas completamente distintas. Escuchándolos, se podría pensar que nuestros bebés sobrevivieron de milagro. Tanto ha cambiado, que sé de parejas jóvenes que tienen sus reservas al dejar a sus hijos en casa de sus padres. Y como la vida es un círculo, resulta que se repite la historia, porque nuestras madres no entendían cómo alimentábamos a nuestros bebés; el caso es que entonces también había pediatras, y seguíamos al pie de la letras sus indicaciones, que contradecían la forma en que nos cuidaron a nosotros, que también debimos sobrevivir por chiripa, si comparábamos lo que decía el pediatra de nuestro hijo con la doctrina de toda la vida. Esa preocupación de los padres jóvenes nos mueve a una mezcla de risa y ternura; al final los niños crecen de cualquier modo, porque es esa atención las que les crea un ambiente de seguridad. Pero si miramos hacia atrás nos damos cuenta de que la vida se va haciendo cada vez más estricta, y nos asombramos de cómo superamos nuestra infancia casi sin pediatras, sin revistas especializadas en cuidado de niños, sin sillitas en los coches y dejando muchas cosas al azar. Claro, tampoco entiende hoy un adolescente cómo se podía vivir sin móvil, redes sociales y videoconsolas. Todo cambia.