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Luis Roca, Galdós y Buñuel

 

Hace unos meses, con la producción de Marta de Santa Ana, se estrenó el documental de Luis Roca Arencibia Benito Pérez Buñuel, en el que establece un diálogo entre dos figuras fundamentales de nuestra cultura, Galdós y Buñuel. La cinta está respaldada por la participación de figuran tan importantes como Jerónimo Saavedra, que da voz a Galdós en el documental, y Yolanda Arencibia, eminente profesora gracias a la cual sabemos mucho más de don Benito, autora de la biografía más completa que existe del novelista y conocedora como pocos de su obra. Yolanda Arencibia aparece también en la pantalla por lo que, además de profundizar en la obra galdosiana, es también un homenaje inesperado a ella y a Jerónimo Saavedra, pues ambos han fallecido recientemente. La cinta recorre las islas y, precisamente ese jueves, puede ser vista en la Casa de la Cultura de la ciudad de Telde.

 

 

A primera vista, conociendo el recorrido literario de Galdós y la carrera cinematográfica de Buñuel, no parecería que fuesen dos creadores que tuvieran algo en común. Tampoco pudiera pensarse que un realista/naturalista como Galdós pudiera ser de interés para un creador como Buñuel, que es pura vanguardia de su adolescencia. Sin embargo, aparte de su intensa proyección con aires surrealistas, Galdós es uno de los pilares de la obra cinematográfica de Buñuel. Han sido muchas las adaptaciones cinematográficas de la obra galdosiana, ya desde la época del cine mudo, aunque ninguna en vida del novelista. Siempre han sido cineastas realistas, siguiendo la línea del propio Galdós, de las que son historia importante del cine español Fortunata y Jacinta, de la mano de Mario Camus, tanto en cine como en televisión, El abuelo, de José Luis Garci o Tormento, con Pedro Olea al timón. Y tenemos imagen de personajes galdosianos en los rostros de Ana Belén, Emma Penella, Concha Velasco, Fernando Rey, Paco Rabal o Fernando Fernán Gómez.

 

Buñuel, con su mirada de vanguardia irreverente, tendría que estar en las antípodas de Galdós, pero a veces se da la magia, el milagro, porque el de Calanda fue un intelectual polifacético que, aunque proyectó su talento sobre todo en las películas, su capacidad era davinciana, y todo ese conocimiento, desde su pasión por los insectos a su carácter de lo que llamaríamos un espectador profesional, fuese en música, pintura o literatura, lo llevaron a convertirse en uno de los más grandes y respetados directores de la historia del cine. Por lo tanto, desde que se tropezó con la obra de Galdós, durante la dictadura de Primo de Rivera o cuando, en plena efervescencia republicana de la Generación del 27, cuando Galdós era incluso denostado por los que pensaban que eran ellos los que traían la modernidad, Buñuel quedó atrapado en la obra de Galdós y, en ese asunto, se convirtió en un disidente de esa magnífica generación a la que pertenece con todo mérito. Hay que decir, para ser justos, que el poeta Luis Cernuda también quedó atrapado en la obra de Galdós, sobre todo cuando tuvo que exiliarse después de la guerra civil y encontró en la obra galdosiana las claves para tratar de entender en laberinto español. Ambos, Cernuda y Buñuel, fueron galdosianos para los restos.

 

En Luis Buñuel había, además un factor común con Galdós; ambos criticaron el fariseísmo de la clase social a la que pertenecían por nacimiento. Ninguno de los dos habría podido lanzarse sin el paracaídas familiar para abrazar el Madrid que era capital de un imperio moribundo o el París de las Vanguardias que era entonces la capital artística del planeta. Galdós provenía de una familia acomodada y pudo escapar de la mediocridad de una sociedad paralizada por las apariencias, Buñuel era hijo de un hombre de enorme fortuna, porque de otra forma no habría podido estar siete años en la Residencia de Estudiantes, que era todo lo avanzada y krausista que se quiera, pero tenía un alto coste. De hecho, los componentes de aquellas generaciones tan brillantes eran de familias adineradas, como Dalí, hijo de un prestigioso notario de Figueras, o Lorca, un señorito andaluz con todas las de la ley. Y así, la mayoría.

 

Galdós, como Buñuel, cometieron el pecado de airear la hipocresía de su clase, la alta burguesía, pusieron a la vista las grandes mentiras sociales y eso los llevó a ambos a establecen amistades con personalidades que, cada cual en su momento, trataron de cambiar esa enorme desigualdad que, por lo visto, es una enfermedad social incurable. Ese pecado nunca le fue perdonado por su propia clase, de alguna manera fueron considerados traidores, por mucha gloria literaria o cinematográfica que tuvieran. Y ambos pagaron el alto precio que eso supone, y en el caso de Buñuel agravado por el franquismo, al que ni Galdós ni Buñuel le gustaba. El cineasta fue en la práctica un exiliado voluntario, como Fernando Arrabal o Juan Goytisolo. Sus refugios fueron París y México, con alguna temporada en Hollywood, donde tampoco era bienvenido en tiempos de macartismo.

 

De manera que, finalmente, si hurgamos, no es tan raro que la sombra de Galdós sobrevolara a Buñuel, tanto como las Paul Éluard o Gertrude Stein. Tal vez esa mezcla es la que hizo distinto al cineasta aragonés. La primera adaptación que hizo de don Benito fue Nazarín (1959), en México, aunque con un nutrido grupo de actores y actrices españoles, además de los mexicanos. Pocos años después, en 1961, Buñuel rodó en España Viridiana, e incorporó un nuevo rostro a la memoria de Galdós, el de la actriz Silvia Pinal; esta película es un claro trasvase de la novela galdosiana Halma. Toca decir que, cuando la cinta ganó grandes premios internacionales, en España trataron de destruirla porque la Iglesia la tildó de blasfema, y se salvó porque su protagonista, la mencionada Silvia Pinal, logró sacar una copia del país y llevarla a México. En España no se pudo ver hasta después de la muerte de Franco.

 

Y a los rostros galdosianos de Buñuel, hemos de añadir el de otra gran actriz, la francesa Catherine Deneuve, protagonista de la adaptación de Tristana. Y aquí toca decir que, en estas adaptaciones de Buñuel, no hay que buscar al pie de la letra el texto de Galdós, porque Buñuel se tomaba grandes licencias, sin faltar al respeto a don Benito, pero con la cometa surrealista siempre tirando del hilo. Por eso, en estos tiempos tan turbulentos, también hemos de mirar hacia los maestros que nos enseñan a ver la vida, y el documental que nos ocupa es siempre una opción segura.

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Octubre, el amor y la muerte

 

Ya es tierra batida que los dos argumentos fundamentales del arte, especialmente de la literatura, son Eros y Tánatos, es decir, el amor y la muerte. Del amor sabemos poco, cada vez menos, a juzgar por lo que vemos a nuestro alrededor y sobre todo por lo que nos llega por los noticiarios, los viajeros y los medios. Es un tema que a menudo se confunde con el erotismo, aunque son cosas distintas, porque puede haber atracción en lo que odiamos. El amor es otra cosa, que se esconde bajo las alfombras, como el camaleón del título de una novela de J.J. Armas Marcelo, pero de esto no voy a tratar, porque parece más urgente tratar de la muerte.

 

 

“Lo que está sucediendo” en Gaza es casi innombrable. Los humanos nos creemos por encima de los animales, y uso las comillas para recordar que algunos dirigentes escurren el bulto de la precisión y usan esa expresión, así como masacre, y también podrían usar exterminio, entre ellos el Jefe del Estado español en la ONU, a pesar de que el comité de ese organismo encargado de evaluar estas situaciones, aplicando determinados criterios, ya ha dicho que es un genocidio. Y la RAE española lo define como exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad. Lo más triste es que sucede a los ojos de todo el mundo y la comunidad internacional sigue de brazos caídos, cuando no apoyando claramente la locura que capitanea Netanyahu. Europa, la vieja Europa, ha quedado retratada, aunque si raspamos un poco la pintura nunca ha estado legitimada como ejemplo de nada.

 

Con esa definición académica cohabitan otras terribles situaciones en el planeta, las haya declarado o no la ONU, como la que lleva años ocurriendo en Sudán, donde distintas etnias se eliminan unas a otras con las armas que les suministran las naciones industriales, o en el silencioso centro de África alrededor de las minas de coltán, o en el norte de Nigeria, o en los crímenes colectivos originados por los diamantes en Liberia, o en las comunidades indígenas de América, sea en Centroamérica o en la Amazonia brasileña. Asia en casi un secreto, pero sabemos del reciente genocidio perpetrado contra los musulmanes rohinyá en Myanmar (Birmania), con más de 25.000 muertos y 700.000 desplazados, dejados de la mano de Dios en tierra de nadie.

 

Los crímenes, masacres, genocidios o como se llamen mencionados en el anterior párrafo son el vomitivo argumento que usan los inmovilistas para mirar para otro lado cuando se le presentan los muertos de Gaza. O alegar la salvajada ocasionada por Hamás el 7 de octubre en el sur de Israel. Condenar a Netanyahu no equivale a apoyar a Hamás, hay que cercenar la violencia venga de donde venga. No se le ocurrió al gobierno alemán arrasar cualquier ciudad alemana en la que se escondían los componentes de la Baader-Meinhof, a España bombardear Euskadi para acabar con ETA o a Italia hacer lo propio cuando operaban las Brigadas Rojas. La persecución del terrorismo es policial, no militar, porque no se combate el terror con el terror, y es paradójico que utilice la brocha gorda el estado que tiene los mejores servicios de inteligencia del mundo, lo cual demuestra que no se trata de lucha antiterrorista sino de una especie de “solución final” decidida políticamente, en imitación a la ideada por Hermann Göring en la Alemania Nazi, que culminó con el Holocausto, posiblemente la vergüenza más miserable de la historia.

 

No me olvido de Ucrania y de las provocaciones de Putin violando el espacio aéreo europeo, con el peligro que eso supone con la OTAN en liza. Tampoco de la situación en nuestra vecina África, ahí enfrente (“De Tuineje a Berbería se va y se viene en un día”), y nosotros discutiendo carteles de carnaval. Así que, cualquier comparación es una disculpa para justificar lo injustificable. La guerra convencional es una brutalidad que se envuelve en el celofán del honor patrio, siempre es muerte y desolación. Pero hay una especie de reglas, que se incumplen a menudo, pero que al menos conservan un mínimo de equilibrio. Pero cuando no son dos ejércitos que se baten, sino que una parte fuertemente armada masacra a otra parte indefensa, no es una guerra, no hay legítima defensa, es puramente un exterminio.

 

El cantautor, poeta y Premio Nobel de Literatura Bob Dylan ha hablado y se ha preguntado por cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas. Me temo que no harán el menor caso a Dylan, y menos con el poco respeto que esta nueva barbarie multimillonaria tiene por la cultura. Ya solo falta que Trump diga que Bob Dylan carece de talento, como ya lo dijo de Meryl Streep, Bruce Springsteen, Taylor Swift y toda aquella persona que critique el disparate americano actual que está afectando a todo el planeta.

 

Como decía hace unos días el escritor Juan Gómez-Jurado, en un artículo publicado en este medio, tanta muerte nos está anegando nuestros afectos y el duelo social que merecen personas que nos han servido como referencias de muchas cosas, como el actor Robert Redford o la actriz Claudia Cardinale, dos guapos oficiales, pero grandes actores, que forman parte de nuestro imaginario colectivo, y se van casi en silencio porque el ruido de las bombas no deja siquiera hacer el duelo social a los muertos que  han puesto su grano de arena para dibujar nuestra vida.

 

También se ha ido José Caballero Millares, un poeta de la generación de Poesía Canaria Última, que se ha ido en silencio, con la misma discreción con la que vivió, agravada por el vendaval de noticias que lo envuelve todo. En este remolino, partió Dulce Xerach, casi sin tiempo, como si ya hasta morirse debiera hacerse deprisa. Volveremos sobre sus películas y sus libros, tanta amenaza mediática permanente no nos deja otra opción. Y llega octubre, que, aunque es el mes de mi cumpleaños, tiene un currículum histórico poco esperanzador. Esperemos que este año empiece a lavar su mala prensa, y así tal vez un día podamos hablar del amor. Ya hay demasiada muerte.

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Aridane 2025, el reto de la contemporaneidad

 

El Festival Hispanoamericano de Escritores que se celebra esta semana en Los Llanos de Aridane no es un encuentro más de escritores; fue más que eso desde su primera edición, y ya va por su séptimo año, superando pandemias, volcanes y cuantas dificultades se le han presentado. Hay que valorar el pulso y el trabajo de quienes llevan el timón, pero es que la existencia de esta cita anual es casi un designio cósmico. Lo raro es que no naciera antes. Cuando hablamos de literatura en Canarias, surge esa idea nebulosa y persistente que muchos entienden como una forma más de folclore. Tal vez pueda verse así, entendiendo el concepto de forma muy laxa y aceptando por ello que Tolstoi, García Márquez o Emily Brönte escriben folclore ruso, colombiano e inglés. Entonces decimos que no, que el alma canaria tiene que ver con la gente, con lo que hace y sobre todo con lo que siente, y enseguida aparecen cuadros indigenistas con mujeres lavando en la acequia, pescadores preparando las redes, campesinos arando o alfareros trabajando el barro.

 

 

El pálpito cotidiano de una sociedad cambia con la evolución de la historia. Está el asfalto, el urbanismo y las nuevas profesiones, que se comunica por teléfono móvil e Internet, que conserva una de las señas de identidad que siempre ha caracterizado a Canarias: estar en la más contemporánea respiración del planeta. Si en el siglo XVI Bartolomé Cairasco de Figueroa fue un rompeolas del idioma con su famoso verso esdrújulo, elogiado por Góngora y Cervantes, si en el XVIII en Canarias se respiraba La Ilustración antes que en La Península, si en el XIX éramos los pioneros del agua corriente doméstica, si en los años cincuenta y sesenta del siglo XX tocábamos rock a la vez que en los países anglosajones, mientras que en La Península la mayor novedad era El último cuplé, ¿no es esa forma de estar delante la que debe ser tomada como una seña canaria de identidad?

 

Estar a la cabeza de los avances de todo tipo en la sociedad es la marca natural de Canarias. Nos define el mestizaje; todos somos descendientes de inmigrantes de una u otra parte en razón del siglo que hablemos, no es algo que acabemos de descubrir. Las nuevas generaciones actúan a veces como si hubieran inventado el mundo. Canarias es una sociedad que se ha ido sedimentando y cociendo a fuego lento, y fue asumiendo inmigraciones e incorporando estratos. A estas alturas, no sabemos muy bien si determinadas características de nuestra gente se deben a tal o cual oleada, que llegó poco a poco o de golpe. Para demostrarlo, basta abrir la guía telefónica y ver la disparidad de apellidos que delatan procedencias de los treinta y dos puntos de la Rosa de los Vientos.

 

La presencia canaria también se ha impuesto fuera muchas veces, precisamente por esa tendencia que tenemos para estar sentados sobre el mascarón de proa. Ejemplos hay muchos, pero bastaría mencionar a personajes como Agustín de Bethencourt, que exhibió su ciencia y su inventiva en la Rusia de Catalina La Grande y dejó su huella en aquel gran imperio. Los avances en el estudio de los volcanes realizados por el ilustrado José Viera y Clavijo no son cosa menor. Como tampoco lo es la huella fundamental de un personaje del calado del lanzaroteño José Clavijo y Fajardo, quien, a su vuelta de sus estudios en Inglaterra y de sus parrandas con Voltaire, fue quien introdujo la prensa periódica en España, todo un hito en la manera de comunicarse. O los logros en el conocimiento de la Naturaleza de los canarios que crearon en Madrid el Jardín Botánico. Nombrar a los Iriarte o la Tertulia de Navas es ponerse en una actualidad permanente.

 

Por eso siempre nombro a Teddy Bautista por su importancia en traer a Canarias y a España al siglo XX de la música popular, y no podemos olvidar  nombres avanzados en su tiempos como Teobaldo Power, Oscar Domínguez, Mercedes Pinto, los hermanos Josefina y Claudio de la Torre, Carmen Laforet, Manolo Millares, Pinito del Oro o la importancia fundamental que tuvo el doctor Juan Negrín en los avances de la ciencia española, a quien, por su actividad política durante aquella guerra innombrable, usan como un muñeco del pimpampúm en ese griterío delirante que ahora es España, y un listado que parecemos empeñados en olvidar. Las nuevas generaciones se equivocan si ignoran lo que heredan, porque todos estos hitos que nombro tienen dos características comunes, fueran del siglo que fueran: siempre respetaron y continuaron el legado de sus antecesores, y batallaron por estar en las avanzadillas del mundo en su actualidad.

 

Eso debe recordarnos que tenemos que ser muy rigurosos en la lectura del tiempo que nos toca vivir, lo que debemos al pasado y lo que proyectamos al futuro. Últimamente se pierde demasiado tiempo en tratar de ser el primero, el mejor o incluso el único. Eso es un disparate y, además, es la involuntaria proclamación de la ignorancia propia cuando se intenta estar por encima de los demás. Es imposible ser el primero, porque ya los sumerios inventaron la cerveza hace cinco mil años; también es imposible ser el mejor, todos bebemos de unas fuentes seculares que superan cualquier hazaña humana. Y el colmo es creerse único, porque esa es la expresión máxima del endiosamiento inútil. Simplemente hay que ser y estar, dos verbos tan esenciales como la respiración. Quien se proclame alguna de las tres cosas es un falso profeta. Siempre es así.

 

La memoria de los pueblos es importante, y en la de Canarias está la necesidad de ser contemporáneos. Esa es la otra visión que queremos dar, que es la misma mirada de siempre, el hoy de cada momento. Por ello, que el Festival Hispanoamericano de Escritores haya nacido y crecido en una isla pionera del hoy cultural del mundo no es casualidad. El mero hecho de existir nos reafirma en esa necesidad histórica de perseguir y a veces tocar la avanzadilla del mundo. La Plaza de España de Los Llanos de Aridane se convierte en el doble consulado de ida y vuelta de todas las identidades de esta lengua hispanoamericana que nos une a pesar de los dos océanos más grandes del planeta. O por eso mismo.