Publicado el

El Anticristo

 

Como es obvio, la economía y el comercio no fueron inventados ayer por la tarde. Desde que el mundo es mundo, las cosas tuvieron un valor, a veces arbitrario, y el cambio de manos ha originado y empujado los grandes avances de la humanidad, desde que las poblaciones se hicieron sedentarias y surgieron distintos tipos de trueque hasta que aparecieron las primeras monedas. Sin el comercio, no se entiende la historia humana desde que tenemos noticias escritas, fuese interior en las distintas sociedades, o exterior, con intercambios con gentes y tierras a veces muy lejanos. Si se paraliza el comercio, se detiene la economía, suena como una ley física.

 

 

Es tan viejo el comercio que ha habido pueblos como el fenicio que han pasado a la historia por su movilidad en el Mediterráneo, y que son en cierto modo culpables del devenir histórico, porque movían mercancías, pero también costumbres, descubrimientos y conocimientos que de ese modo se fueron generalizando. La grandeza y el poderío de ciudades e imperios se ha basado en el comercio, y cuando esta actividad incidía por sobreabundancia o escasez de un producto, se liaba porque cada cual quería defender lo suyo. Como ya en la Edad Media se pagaban aranceles por cruzar determinados territorios (entonces las fronteras eran muy difusas), a las ciudades del norte de Alemania se les ocurrió crear una red de ciudades portuarias (por mar o en los ríos) en las que las mercancías no pagaran esas tasas, con el compromiso de que unos se correspondían con otros, y con esta practica nació la Liga Hanseática, que fundó ciudades en el Báltico y extendió ese mercado libre hasta Países Bajos, Bélgica y finalmente a algunos puertos importantes de Inglaterra. Fue una época muy próspera para ellos, y esa prosperidad se basaba en la libre circulación de personas y mercancías.

 

La historia del juego de los aranceles ha sido constante desde entonces, y así, tras el Descubrimiento de América las cosas se volvieron más complejas, la Liga Hanseática se vino abajo y brillaron por su gran poder económico y comercial algunos puertos del Sur de Inglaterra, Sevilla y toda la desembocadura del Guadalquivir o la muy sonora Sociedad de las Indias Occidentales. No podemos olvidar el papel que enclaves como Trieste, Venecia o Génova tuvieron en el Mediterráneo.

 

Y así, hemos llegado a hoy. Una y otra vez, la anulación de aranceles fronterizos proteccionistas entre estados han dado lugar a entidades como El Mercado Común Europeo (hoy la cosa ha ido más lejos, hasta con moneda unitaria, con excepciones), el COMECON o MERCOSUR. En Asia ha ido sucediendo lo mismo y en Norteamérica fue creada una alianza comercial entre Canadá, USA y México.  Estados Unidos, que ahora se queja, por boca de Trump, de la globalización de la economía y de la deslocalización de la producción, fue quien puso a funcionar el mecanismo, con la política del ping-pong y la ya mítica visita del presidente Nixon en 1972 a la “China Roja” de Mao, aunque con quien más trató era con el primero ministro Chu-en-lai, mano derecha de Mao y mucho más moderado, que preparó el gran cambio económico y comercial para que la nueva generación, la de Deng-Ziao-Ping, se abriera al mundo occidental. Y así ocurrió, pero esa semana de visita en 1972 cambió el paradigma y sirvió para enfriar la llamada Guerra Fría con los soviéticos de Brézhnev.

 

Lo demás, es bien conocido. Acercamientos y negociaciones en Europa, en América Latina, en el Pacífico, y la idea era la misma, abrirse unos a otro, y gracias a eso los aranceles fueron haciéndose más ligeros para facilitar el comercio y generar economía. Hemos visto que no todo ha sido positivo, porque la deslocalización ha generado paro y pobreza en el Primer Mundo. Era un equilibrio imperfecto, y sin duda necesitaba un gran cambio, pero eso no puede hacerse de la noche a la mañana, se necesita tiempo, como el medio siglo que tardaron en cambiar las relaciones desde aquel 1972, con China convertida en la tercera pata de la mesa y la UE mirando hacia la luna de Valencia, tal vez porque creyó que medio milenio de imperialismo la vacunaba contra el desastre.

 

Y ahora viene Donald Trump, y con los argumentos que imponen las reglas del juego porque es el dueño de la pelota, hace saltar por los aires décadas de negociaciones, de aprendizajes con el método acierto-error, y lanza al precipicio a todo el planeta, porque la ruptura de ese equilibrio precario se consigue muy fácilmente, pero restablecerlo puede costar al menos otros 50 años, porque cuando pegamos la vasija rota nunca queda tan sólida como estaba. Las consecuencias de esta semana de locura de Trump y su cohorte de arcángeles del dinero serán incalculables e incontrolables si no se logra reconducir la situación. Porque pensamos en la tecnología, pero buena parte de ella está controlada por Estados Unidos (satélites, plataformas digitales, redes sociales, comunicaciones), solo tiene que teclear media docena de impulsos, darle al enter y gran parte del planeta se apagará. En eso también se ha dormido la UE.

 

Queda la esperanza de que ese juego de parvulario que se trae Trump sea una broma de mal gusto, y que ese listado delirante de aranceles que se ha sacado de la manga, bajo la consigna de que “el mundo nos roba” (¿de qué me suena esto?), sea una especie de envite y que ahora toca negociar, aunque es obvio que parte desde una teórica posición de fuerza, amenazada solamente por las protestas internas, que cada vez son mayores, porque dicen que a Musk no le gusta esta guerra arancelaria y a la banca Morgan tampoco, y esos pesan bastante más que las declaraciones de Georges Clooney o los gestos de Meryl Streep. Si no es así, y esto sigue adelante, vienen muchas curvas, porque el entramado es tan complejo que nadie es capaz de predecir cómo será esa reacción en cadena, aunque sí sabemos que generará miseria para todos, también para los norteamericanos. A ver si va a ser verdad lo del Anticristo.

Publicado el

Es una perspectiva, no la verdad

 

La guerra no solo es inútil; además, es dañina, desata odios fanáticos y, con el tiempo, genera nuevas guerras. Sigo en mis trece: no a una carrera armamentística, y a las arengas sobre la patria, el honor y no sé cuántos palabros más, que solo devienen en propaganda. Así que ya pueden desempolvar palabras descalificatorias como naíf, perroflauta, ingenuo, buenista y cantamañanas, hippie trasnochado que predica el amor y no la guerra, pero me siguen sonando bien conceptos como tolerancia, justicia, equidad, no discriminación, empatía, no violencia, compasión, solidaridad, y todo eso que, día tras día, es atropellado en púlpitos, tarimas, despachos, tribunas, micrófonos, imprentas y platós.

 

 

Alguien ha dado la orden, y no se buscan soluciones para la paz, el único discurso es la guerra, primero económica, sangrando los estados en la compra y construcción de máquinas de matar. No nos metan el dedo en la boca con eufemismos como defensa o seguridad. Encima nos mienten, porque, aunque Europa gastase ese dineral en rearmarse, sería como si esas armas fueran de corcho, porque el más mínimo conocimiento de ese disparate que es el arte de la guerra nos dice que un ejército debe actuar como una sola entidad; es decir, en la UE no hay unidad de criterios políticos ni de intereses económicos, por lo tanto, todo ese armamento nos defendería igual que un montón de chatarra.

 

Como ya no sé ni cómo hacer entender sobre lo inútil y miserable que es la guerra (o su mera preparación amenazante), hoy me apoyaré en la inteligencia de tantos siglos, en los que, una y otra vez, las mentes más preclaras han clamado contra la guerra, porque nunca es ética, porque nunca es justa, porque nunca nadie ha ganado una sola guerra sin que los propios vencedores sufran las mayores atrocidades. Es el mayor fracaso de la inteligencia. Aparte de la cantinela latina de preparar la guerra si queremos la paz, que procede de un imperio, el romano, que se sostuvo interior y exteriormente con sangre, conspiraciones y violencia, la frase de San Agustín que reza que el propósito de toda guerra es la paz (desconozco qué desayunó esa mañana el obispo de Hipona) o las justificaciones del militar prusiano Carl von Clausewitz, que nos dice que la mejor defensa es el ataque (mentira, la mejor defensa es Casillas, Piqué, Ramos, Pujol y Busquets), o que la sangre es el precio de la victoria, no son fáciles de encontrar recomendaciones bélicas, más allá de fanáticos de la guerra y el poder como Alejandro, Julio César o Napoleón. Los tres fueron poderosos, brillantes y dueños de la guerra, crearon estructuras estatales, pero no supieron administrar la paz.

 

La inmensa mayoría del intelecto humanístico o científico detesta la guerra y explica por qué. Homero dice que los hombres se cansan de dormir, de amar, de cantar y bailar antes que de hacer la guerra. El médico activista británico Havelock Ellis dice que nada hay que la guerra haya conseguido que no hubiésemos podido conseguir sin ella, y Mónica Fairview sentencia que la marca de un gran gobernante no es su habilidad para hacer la guerra, sino para conseguir la paz. El ensayista Howard Zinn afirma que no hay bandera lo suficientemente larga para cubrir la vergüenza de matar a gente inocente, o que un efecto seguro de la guerra es disminuir la libertad de expresión.

 

Ya dijo Esquilo que, en la guerra, la verdad es la primera víctima, y eso lo estamos viendo en esta danza macabra que es el conflicto ruso-ucraniano; vi en la red una viñeta salida de no recuerdo dónde en la que decía que, en el genocidio de Gaza, la pistola la pone Israel, la munición Estados Unidos y el silenciador Europa. Pero siguen empeñados en contarnos otra cosa, porque alguien (o muchos) tienen el empeño de que ahora toca hacer caja con una guerra. Mandela abogaba por la educación para cambiar hacia unas sociedades más justas, Gandhi partía de que no hay camino para la paz, “la paz es el camino”, Mark Twain estaba convencido de que la guerra es lo que ocurre cuando fracasa el lenguaje, y con humor dolorido e irónico agregó que Dios creó la guerra para que los norteamericanos aprendieran Geografía.

 

Definiciones agudas y críticas sobre la guerra hay a docenas, todas muy certeras. He escogido unas cuantas, nada más: La guerra es asesinato organizado y tortura contra nuestros hermanos (Alfred Adler). Ninguna guerra de cualquier nación y tiempo ha sido declarada por su gente (Eugene Debs). Las gentes no hacen las guerras; las hacen los gobiernos (Ronald Reagan). Si todos lucharan por sus propias convicciones, no habría guerras (Liev Tolstoi). En la paz, los hijos entierran a sus padres; en la guerra los padres entierran a sus hijos (Heródoto). La guerra no es más que un asesinato en masa, y el asesinato no es progreso (Lamartine). El único medio de vencer en una guerra es evitarla (George C. Marshall). Todas las guerras son civiles, porque todos los hombres son hermanos (François Fenelon) …

 

Es decir, ni guerra, ni toque de rearme, ni falacias geopolíticas. No tenemos estadistas para que nos lleven a la guerra, sino para que dialoguen por la paz. “La humanidad debe poner un final a la guerra antes de que la guerra ponga un final a la humanidad (John F. Kennedy). Y la guinda la escribió Erich Hartman: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. Y, como dijo Marco Aurelio, todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho; todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad. Ni confusiones ni eufemismos: ¡QUE NO!

Publicado el

¿Para qué sirve un tanque?

 

Este equinoccio de primavera se ha empeñado en atacar sin tregua nuestro patrimonio más intangible, que es la vida de nuestros creadores, pensadores y maestros. La vida es un paseo por la consciencia, esto es lo único que sabemos, porque lo que viene luego es un arcano, que pudiera ser mejor o quién sabe, pero que, desde esta consciencia, solo podemos imaginarlo mediante creencias o la ausencia de ellas. De ahí la importancia del legado de los que cruzan ese umbral, es lo único que aguanta, y nos toca seguir remando porque, también está claro, es una carrera de relevos.

 

 

Los últimos años han sido duros, el listado de los que marcharon es demasiado largo, pero este último mes ha sido de una crueldad inimaginable. En la pluma de Shakespeare, un arúspice advertía en la escalinata del Senado a Julio César que se cuidara de los idus de marzo. En el mundo romano, el día que partía en dos mitades (idus) algunos meses se correspondía con el 15, y marzo era uno de ellos. Como sabemos, finalmente los senadores romanos asesinaron a Julio César; no podemos estar seguros de que esa escena sucediera realmente, aunque algunos historiadores romanos hasta le ponen nombre al adivino. Sea como fuere, marzo, el mes de Marte, sangriento dios de la guerra, quedó sellado como trágico por el gran dramaturgo inglés. Y a fe que se ha ensañado este mes de 2025. Sabemos que la muerte siempre acecha, pero no recuerdo un mes como este marzo, en el que el ángel exterminador se haya empleado tan a fondo con la cultura de esta tierra.

 

Aunque a menudo no nos damos cuenta, la falta de determinadas personas que han sido parte fundamental de una época hace que todo empiece a ser distinto, porque cada cual va dejando su huella, y cuando desaparece la persona se va diluyendo también su estela en lo colectivo. Es lo que hace que cambien los tiempos, que evolucionemos como sociedad. Cuando faltan quienes han sido pilares del pensamiento y la creación, hay que esforzarse en seguir en el esfuerzo, y aportar cada quien lo que sepa y pueda. Los idus de marzo este año han atacado nuestra línea de flotación cultural, hay que llorar las ausencias, pero también hay que remar.

 

Hemos visto cómo se ha homenajeado a los ausentes, homenajes que sin duda merecen, por su aportación a la sociedad y porque su ausencia ha herido profundamente a familiares y amigos. Pero es importante valorar lo que ahora nos falta, para continuar esa ruta y que nuestra cultura haga su función, enriquecer el conocimiento, la sensibilidad y el pensamiento crítico de la ciudadanía. Tenemos que aprender que la discrepancia y el debate son sanos, hemos de huir de los atrincheramientos que nos hacen despreciar a quien piense distinto. Ahí está lo que nos han enseñado quienes ahora están ausentes, los cantos de sirena excluyentes nunca ayudaron a construir sociedades justas, todo lo contrario.

 

Tanto dolor ha hecho que pasemos de puntillas sobre hechos importantes para Canarias, España y el Mundo. Estamos viviendo una época de confusión y de extremismos, que nos están llevando a descalificar a todo aquel que discrepe un tanto así de lo que pensamos. Creo que las visiones diversas de un mismo hecho deben confluir en un debate que enriquezca a todos, pero no parece que esta sea la tendencia actual. Cuando alguien saca la bandera del diálogo, surgen inmediatamente las voces que lo tachan de naíf, y así en ascenso, siguen con buenista, colaboracionista o traidor, porque alguien siente que otra persona debiera pensar otra cosa, y le adjudica una etiqueta. El colmo es cuando se acusa al otro directamente de pertenecer a uno de los extremos irracionales del pensamiento.

 

Aunque no se perciba nítidamente, es fundamental el papel de quienes piensan de manera independiente y tratan de canalizar la convivencia de manera armónica. El efecto del trabajo, el talento y la sensibilidad de estas personas va calando en la sociedad, por eso su pérdida es tan irreparable, porque son los puentes del entendimiento, y este nunca tiene lugar de espaldas a la cultura. No se trata de que firmen manifiestos o se posicionen públicamente en determinados asuntos (que no es incompatible, porque pertenecen a la ciudadanía, con todos sus derechos y deberes), la influencia de estas personas tan importantes es lenta, que va impregnando su espacio como una mancha de aceite. No solo son importantes los discursos artísticos o los contenidos que llaman la atención sobre algo, también lo son expresiones que no tienen palabras, como las artes plásticas o la música, que hablan de lo más profundo del ser humano. La formación del pensamiento colectivo viene siempre de esa confrontación dialéctica, beligerante, que no bélica. Debatir con quienes están cerca de nuestro pensamiento, no conduce a ninguna parte, es una noria que gira y gira en la contemplación que desemboca en estéril aburrimiento.

 

Así que es necesario que esta crueldad que nos ha arrasado no sea disculpa para detener la maquinaria de lo que nos hace humanos. De hacer siempre lo mismo, ya se encargan los tigres y los tiburones; los seres humanos, cuando no se esfuerzan en el entendimiento, caminan hacia la autodestrucción. Aterran los telediarios y la intransigencia, la insensibilidad y la avaricia que se está enseñoreando de nuestro tiempo, sencillamente porque estamos despreciando el pensamiento, la creación y la sensibilidad; la cultura, en una palabra, fijémonos si es importante. Así que, continuamos sin desmayo, que un poema, un cuadro, un acorde musical o simplemente dejar que vuele nuestra imaginación, puede resolver una duda, ayudar a ser más humanos. Ese es el mandato legatario que nos dejan quienes se han ido. Aparte de para generar dolor y odio, sigo preguntándome para qué sirve un tanque.