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Ecologismo de salón

El sábado hubo un apagón en el que cada uno hizo lo que pudo, porque ha habido quien llevado por el entusiasmo ecológico ha bajado la palanca para que quedasen fuera de servicio la nevera, el termo y todos los pilotitos rojos que ponen debajo stand by. La cuestión es que el asunto ha coincidido con el día en que se cambia la hora, y entre una cosa y otra se ha pasado el domingo poniendo en hora los relojes, actualizando los ajustes del sintonizador del vídeo (que se quedaron en el 1 de enero de 2000 cuando bajó la palanca) y reactivando un ordenador, que, no se sabe por qué, no arranca desde que también dejó de funcionar el pilotito de la regleta.
kl.JPGY es que para ser ecologista hay que ser un entendido en electrónica, mecánica, física y no sé cuántas cosas más, porque ya no sabe uno si apagando esto se ahorra, o si dejando encendido lo otro se ahorra más energía porque volver a arrancarlo desde cero es más costoso. Lo que sí queda claro es que nos hemos hecho dependientes de la energía, porque el sábado, durante el apagón voluntario, no pude escribir porque el ordenador estaba dormido, me quedé sin música por lo mismo, no podía ver una película y tampoco leer porque necesitaba luz. Decidí hacerme un café, pero tampoco pude porque mi cocina va con electricidad. Y la verdad, creo que puedo seguir siendo ecologista mientras me sirvan café caliente en el bar de la esquina y siga abierto el ciber de debajo de casa, que son unos tíos terribles que nunca cierran y van a acabar con este planeta.

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El peligroso uso de la ironía

A la hora de escribir un artículo o un post para el blog, empleo distintos tonos. Generalmente hablo en tono medio, con granitos de esto y lo otro. A veces escribo desde la indignación y uso un tono muy duro, pero estas son las menos, porque creo que se pueden decir las cosas sin llegar a un lenguaje excesivamente agresivo.
cumbres].JPGY luego está la ironía, que desde el punto de vista literario es una atalaya que ayuda a guardar las distancias. En los artículos se refiere al lenguaje puro y duro, y es desde luego mi territorio preferido en estos espacios cortos, incluso llevada a extremos que rozan el sarcasmo. Y se me dirá que no la uso demasiado o que escasas veces piso a fondo el acelerador.
Es cierto, y esto sucede porque es un terreno muy peligroso. Si académicamente se entiende por ironía dar a entender lo contrario de lo que se dice, ocurre que a veces puede que se entienda literalmente. Puede ser porque el lector esté espeso ese día y no capte el matiz, o bien por un defecto en la construcción del discurso, porque al tener que funcionar como una máquina sincronizada, cualquier omisión, error o incorporación no deseada puede llevar al lector a confundirse.
Todo esto viene porque ayer leí en el Canarias7 que detuvieron a unos salteadores de caminos a los que se les incautaron dos armas de fuego falsas. Traté de ironizar sobre los asaltos a las diligencias del Oeste o el bandolerismo de Sierra Morena, diciendo que lo de estos bandoleros actuales era una chapuza, pues ya ni los salteadores de caminos son lo que eran. Al leerlo, me di cuenta de que alguien podría entenderlo como apología de la violencia, y opté por dejarlo y aplicarle la misma receta que suelo usar sin excepción: no usar ni una brizna de ironía cuando hay dolor, abusos, discriminación o sufrimiento de cualquier clase, y creo que las víctimas de estos asaltos deben haberlo pasado muy mal, e incluso pueden tener secuelas en el tiempo.
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La foto pertenece al archivo de la Fedac.

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Nos hemos hecho unos blandos

Desde hace unos años, el clima se ha convertido en tema recurrente de conversación y de récords que sólo están en la mente de las personas: «Nunca había hecho tanto calor como este verano», «vaya un verano raro, es que ni ha hecho calor, esto no había sucedido nunca», «este es el invierno más frío del siglo», «nunca se ha visto un mes de febrero tan cálido/frío/seco/lluvioso».
nieve1.jpg Cada año me sorprendo al ver que la gente se queja de «lo calurosos que son este año» los meses de septiembre y octubre, y, que yo recuerde, esos dos meses son la etapa más cálida de la ciudad de Las Palmas, de toda la vida, pero cada año sorprende a sus ciudadano que porque han acabado las vacaciones oficiales de agosto han decidido que ya no debe haber calor.
Ahora ha entrado la calima por unos días, y tampoco es tan raro que ocurra en este tiempo. Yo recuerdo un febrero de hace años en el que hubo calima densa todos los días del mes. Antes la gente aguantaba el clima, pero ahora es indispensable el aire acondicionado o la calefacción, y los telediarios abren con una nevada en invierno o un termómetro a más de 35 grados si es verano. Esto sí que ante no pasaba. Nos hemos hecho unos blandos.
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La foto la tomé de Canarias7, que publicó una hermosa colección de las cumbres de Gran Canaria durante las recientes nevadas.