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Delibes, sello de garantía

 
Pocos escritores en nuestra lengua han conseguido el unánime reconocimiento de su talento como el vallisoletano Miguel Delibes, autor de una serie de novelas en las que retrata como nadie aquella España en blanco y negro, con un lenguaje muy directo, pero escarbando siempre en el doble fondo de los matices de una sociedad terrible. Su maestría en retratar la realidad a través de su imaginación destila una y otra vez novelas que suelen ser puntos de anclaje de muchos temas fundamentales. Tuvo algunos problemas con la censura en su primera etapa, pero desarrolló la habilidad de sortearla, porque se limitaba a contar y las deducciones saltaban a la vista, pero los censores eran tan torpes que no leían entre líneas. Sin aspavientos, fue uno de los más duros críticos de aquella vida oscura y terrible que lo rodeaba, y un maestro de la literatura siempre, desde su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, hasta su último aliento literario, El hereje.
 
Los santos inocentes es una más de sus magnificas novelas. Publicada en 1981 (posiblemente no habría pasado la censura antes de 1975 por la explicitud de su propuesta), fue, como siempre, un gran éxito de crítica y público. Luego, junto a Cinco horas con Mario (1966), se convirtió en su tarjeta de visita; una, por el arrollador éxito de su adaptación teatral dirigida por Josefina Molina e interpretada por Lola Herrera, esta porque en 1984 fue llevada al cine por el maestro Mario Camus, y arrasó en premios en el Festival de Cannes con los grandes actores Paco Rabal y Alfredo Landa, uno de los momentos mágicos de la historia del cine español.
 
Varias novelas de Delibes han sido llevadas al cine con resultados casi siempre interesantes, y el teatro también se ha nutrido de sus novelas en varias ocasiones. Sin embargo, Los santos inocentes ha tardado cuarenta años en pisar las tablas, seguramente por las dificultades escénicas que presenta el magnífico texto novelístico, más asequible al cine que al teatro. Por ello, adaptar al teatro una de las novelas más complejas de Delibes es un gran desafío, que al final han acometido Fernando Marías y Javier Hernández-Simón. A favor, esta historia tiene la vitalidad de cada uno de los personajes, que respiran casi por encima de su autor, es como si vivieran en la novela: Azarías, Paco el Bajo, el Señorito, Régula y todos los demás personajes escapan del papel en que fueron escritos, tiene alma propia, y eso supo captarlo Mario Camus y sus actores en la adaptación cinematográfica.
 
La gran curiosidad es cómo han resuelto esa adaptación en esta primera versión teatral. El talento y la trayectoria de quienes participan en el proyecto es una garantía indudable, y el cuadro de actores y actrices que encabeza el consagrado Javier Gutiérrez es otro aval. Es un gran reto, porque en la memoria de los espectadores están las inconmensurables interpretaciones en la pantalla de Rabal, Landa, Terele Pávez, Juan Diego, Agustín González o Mary Carrillo. Estoy convencido de que en esta versión teatral que vamos a disfrutar en el Cuyás veremos matices distintos, porque El Alfredo de La Traviatta tiene detalles especiales según lo encarne Carusso, Beniamino Gigli, Giuseppe Di Stefano o Alfredo Kraus. Aquí es igual, y ese es el gran atractivo de esta función, ahora de gira por toda España.
 
Y al fondo, siempre el gran Delibes, un novelista que supo como pocos indagar en las distintas vertientes de la vida, con la capacidad de observación del cazador que era, y el respeto que la naturaleza humana le despertaba porque para él ese contacto con nuestra esencia biológica era un santo y seña, no para justificar las acciones, sino para intentar comprender su proceso. En eso, como en casi todo, Delibes fue uno de los grandes del siglo XX, un buscador de detales en el comportamiento humano, sin el dramatismo de Dostoievski, pero sí con su agudeza. Estoy convencido de que merecerá la pena reencontrarse con estos personajes que representan las conductas de todos nosotros. Y don Miguel siempre es sello de garantía.
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(Publicado en la edición impresa de Canarias7)
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Ni corazón ni vergüenza

 

Las noticias que esta semana han aparecido sobre el ambiente que se vive en una zona concreta del Barrio de Arenales, en el que se producen incidentes que perturban la tranquilidad y la seguridad del vecindario, han vuelto a poner de manifiesto la habilidad de nuestros dirigentes para pasar la pelota o simplemente escabullirse de las responsabilidades que se suponen que tienen para con sus administrados. Ojalá fueran tan aplicados como cuando cobran impuestos, pues ya hemos visto cómo este mes ya han absorbido de nuestra cuenta corriente el recibo del IBI que tenemos domiciliado.

 

 

Ante la situación que se vive en la zona, lo único que se le ocurre al concejal que se supone entiende en el asunto es instar a los vecinos de a denunciar. Imagino que con eso pasan la pelota a la policía del estado, a la Guardia Civil. Me pregunto si la Policía Local nada tiene que ver con el orden público y está solamente para poner multas de aparcamiento, cosa que por cierto hacen muy bien los empleados de la empresa adjudicataria de las maquinitas de aparcamiento.  A ver si un día consigo descifrar las prioridades de la policía del municipio, que ya supe, por fin, el pasado 12 de octubre la sagrada función de la Policía Autonómica Canaria, que consiste en desfilar, mano al cinturón, el Día de la Fiesta Nacional (del Estado, cosa extraña) por el madrileño Paseo de La Castellana.

 

Nuestros próceres superan en el arte de pasarse la pelota a la legendaria UD Las Palmas de hace medio siglo. Es tal mi perplejidad que solo se me ocurre afear su ineptidud, y mi obligación moral es decirles con todas las letras que ellos no están cumpliendo sus cometidos, no solo morales, sino también legales y administrativos a quienes a sabiendas comenten terribles injusticias es una obligación moral para todo el que tenga una ventana para gritar, por pequeña que esta sea. Recuerdo al expresidente Clavijo, cuando, siendo alcalde de La Laguna, criticó la tardanza en la aplicación de la Ley de Dependencia en Canarias. Entonces era una verdad incontestable y sigue siéndolo, y eso que aquel alcalde lagunero presidió el Gobierno de Canarias. Pero claro, esa maestría para el regate es proverbial en nuestros políticos.

 

No sé cómo unos y otros tienen cuajo para presumir sin despeinarse de lo bien que funcionan los servicios sociales; da igual el nivel administrativo que tenía, debía o le procedía actuar, porque tristemente en este caso se hace espantosa verdad el dicho de que «entre todos la mataron y ella sola se murió». Hay responsabilidad (como mínimo ética y tal vez de ahí hacia arriba) porque se ha suprimido personal, materiales y servicios, y quienes están no dan abasto, pero también porque las instituciones emulan continuamente a Juanito Guedes lanzando pases en profundidad. Son unos pasadores magníficos, mientras se les llena la boca pintando paraísos que no existen o haciéndose fotos en ferias, eventos y actos que son meras machangadas que solo sirven para alimentar el diálogo para besugos de políticos que se mueven en otra dimensión: la dimensión de la mentira.

 

Por otra parte, de las últimas décadas guardo muy buena memoria. A finales del siglo pasado, hablaban empresarios, que trataban de arrimar la brasa a su sardina, pero siempre sin pasar los límites de las relaciones justas con los trabajadores; se debatía en las tertulias mañaneras y había disparidad de opiniones, pero nunca se traspasaba la frontera de lo razonable, entendiendo que cada cual tiraba por sus intereses o su ideología. Hablaban políticos del gobierno central o de la oposición, de los ayuntamientos o las autonomías, y siempre se mantenía la idea del estado social. Hasta La Iglesia, que no pierde oportunidad en los púlpitos para adoctrinar no solo en el campo religioso, lo hacía con moderación, incluso en los medios de su propiedad.

 

Todo ha cambiado. De unos años a esta parte todo el mundo parece haberse quitado la careta, y se despachan con un desparpajo y un cinismo que da escalofríos. Me impresionó hace unos años ya, que la entonces presidenta del Círculo de Empresarios, siendo mujer, hablara de las mujeres trabajadoras como si fuesen instrumentos desechables; o más recientemente al Presidente de una compañía eléctrica derrapar sin freno. Lo que dicen ahora cargos políticos, periodistas paniaguados o dirigentes económicos lo habríamos tomado hace diez años como una parodia del poder tiránico. Hablan como voceros esclavistas de una desigualdad económica brutal, son en su mayor parte maduritos, que trabajaban en medios de comunicación con supuesta aura progresista o al menos conservadora moderada. ¿Pensaban hace diez o veinte años lo mismo que hoy vomitan, o es que han sido abducidos por una locura explotadora, discriminatoria y cruel? ¿De dónde han salido esos iluminados que pueblan radios varias, televisiones que curiosamente son deficitarias y periódicos que apenas se venden pero que se leen en Internet? Si siempre pensaron lo mismo, es que hemos vivido durante más de un cuarto de siglo en un océano de hipocresía, en el que los tiburones se hacían pasar por delfines esperando el momento de atacar.

 

Sucede como consecuencia de un reparto injusto de la riqueza y de la ineptitud y el entreguismo de quienes rigen las instituciones. Yo denuncio de que contra esta sociedad se está cometiendo un crimen de lesa majestad, porque están malviviendo, sufriendo y a menudo muriendo seres humanos por su avaricia. Putin tendrá muchas culpas, pero no todas; y si tratan de justificar ese abandono a los más débiles es que, además de no tener corazón, tampoco tienen vergüenza.

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Ve en paz, Domingo, MAESTRO

 

Siempre que se hace una historia,

se habla de un viejo, de un niño o de sí,

pero mi historia es difícil,

no voy a hablarles de un hombre común…

(Canción del elegido. Silvio Rodríguez).

 

Siguiendo la senda elegíaca de Miguel Hernández, me sale decir que se me ha muerto como del rayo Domingo Socorro Cabrera, Domingo el Nuestro, con quien tanto quería. Y es verdad, pero realmente tendría que decir que se NOS ha muerto, porque sé que la ingente lista de personas que entran en ese plural también lo sienten como algo personal, que les afecta, porque son miles las personas que deben mucho a Domingo, y la deuda más grande es que siempre fue él mismo, sereno y apasionado, generoso y combativo, leal sin fisuras y con una sabiduría que no estoy seguro de que él supiera que tenía. Un hombre grande, muy grande, porque en su abrazo sonriente cabían familia, amistad y complicidad con toda la humanidad, especialmente la que más sufre.

 

 

Me considero su amigo porque era imposible no serlo si lo conocías. Se marchó demasiado pronto, pero dejó un rastro muy ancho y profundo en el que nos consolamos. Lo conocí en un aula. Yo era un jovencísimo profesor novato (no digo maestro de escuela porque entonces esa denominación me quedaba grande), que estaba destinado en el colegio anexo a la Escuela de Magisterio, cuya misión era servir de campo de prácticas a las nuevas hornadas de estudiantes. Entró en mi aula como aprendiz, y aun con mi poca experiencia, supe que iba a ser un grande). Su empatía, su capacidad de comunicación y su manera de ganarse la confianza del alumnado es algo que no se aprende, viene de serie, se tiene o no se tiene, y a él se le escapaba por los poros.  Ese don puede ser mal utilizado, pero, como era el caso, si quien lo porta es una persona entregada, generosa y buena en el sentido machadiano, estamos ante una de esas personas imprescindibles, de las que hablaba Bertol Brecht.

 

Ese era Domingo, una catarata de bonhomía con un talento excepcional. Nada le era ajeno, y aprendía y enseñaba hasta sin querer, simplemente con sus actitudes y su influjo iba creando complicidades que no tenían más objetivo que convertirnos en lo más humanos posible. Nunca fue una estrella de la docencia, ni de nada, porque justamente le gustaba mimetizarse, ser sencillamente un buen docente, cosa que consiguió con creces, porque para él la escuela no tenía límites, y por ello estuvo siempre comprometido con todo lo que duele, creando lazos solidarios y repartiendo alegría y esperanza.

 

Compartimos con otras muchas personas queridas aquellos años entre finales de los 70 y principios de los 80, en los que íbamos codo con codo haciendo que la calle de Agustín Millares fuese la calle de todos. Fue un tiempo intenso, en el que queríamos llegar a la convivencia a través de la cultura, una batalla que entonces creíamos poder ganar, pero que el tiempo se ha encargado de que realmente nos hicieron creer que ganamos. Domingo nunca se rindió, siguió siempre en la brecha, como hacen los imprescindibles. Nunca fue un líder sindical que encendía a las masas, ni un iluminado que proponía para problemas complejos soluciones sencillas, como está volviendo a ocurrir ahora. Siempre quiso ser una más, pero no lo consiguió. Su foto no salía en los medios haciendo declaraciones, ni arengaba a las masas sobre nada. Sin embargo, se convirtió en un referente para cientos de compañeros y compañeras y para los miles de alumnos que hoy lo lloran. Era como una columna que siempre estaba en su sitio, buscando la verdad y la justicia, pero sabiendo que nunca se puede ser categórico en nada. En su partida, nos recuerda que a los pueblos les van poniendo miguitas de pan con su ejemplo algunas personas que muchas veces valoramos en su grandeza cuando ya no ocupan el necesario espacio que abarcaban, sin hacer nada especial, siendo generosos y, por supuesto teniendo el don que él tenía.

 

Sus pasiones eran la docencia, el teatro, la música, cualquier expresión artística, la lucha contra las desigualdades, la entrega a la gente y especialmente las artes plásticas, que divulgaba sin cesar. También fue un viajero sin tregua, quería saber del mundo. Él era así, solo quiso ser un buen profesor, pero su onda alcanzó mucho más lejos, porque, como dije quería saber más. Pertenece a esa estirpe de personas cuya palabra vale mucho, pero su ejemplo vale más, y ahora está en la paz, por la que siempre luchó, y se da la paradoja que quiso es uno más, pero, como en el verso de Silvio Rodríguez, fracasó en su intento y no pudo evitar no ser un hombre común, era Domingo Socorro, “El Nuestro”. El mayor homenaje que podemos hacerle es fijarnos en esas personas que aportan desinteresadamente para tratar de construir o al menos aliviar.  Trató de que las artes indujeran a crear personas sensibles y solidarias, y, aunque parezca mentira en estos tiempos de grosería y desidia, lo consiguió. Ha muerto un canario, un hombre muy muy grande. Navegas en esa barca de Caronte hacia la serenidad que transmitías. Estoy seguro que ya estás en ese Cielo estrellado con tu admirado Vincent Van Gogh; aquí te recordaremos siguiendo la dirección del hermoso camino que, con esfuerzo incesante, nos señalaste.