Publicado el

Puentes y agoreros

 

El calendario laboral español lo hicieron un loco y un cura. A las fiestas religiosas, ancladas en nuestra cultura más allá de las creencias, se unen fiestas patrióticas, profesionales y de otra índole, que combinadas con los puentes, los saltos de Navidad-Año Nuevo-Reyes, Semana Santa y las fiestas populares (Carnavales aquí, Sanfermines allá, Rocío acullá) conforman un laberinto que pueden echarnos en cara en cualquier momento, y de hecho lo hacen, aunque luego, al contar, trabajemos más horas y más días que los perfectos alemanes o los eficientes suecos.

 

 

De todos los puentes que nos pueblan y repueblan, la palma se la lleva siempre este de primeros de diciembre, que hay que tener mala cabeza para mezclar la Constitución, la Concepción y los fines de semana. Este año es un despiporre, porque son laborales un día sí y uno no, de manera que hay un puente arrimado al lunes y otro al viernes, sin contar los que se han adjudicado directamente la semana. A efectos de productividad, este superpuente tiene tres lunes y tres viernes, como mejor convenga, que son reversibles. A mediados de semana no se sabe si se va o se viene. Hay un derecho al descanso del trabajador y unos intereses económicos sobre todo en el sector de la hostelería y la restauración, pero habría que poner un poco de orden. Tan disparatados somos, que al principio de la democracia había tres fiestas nacionales: el 12 de octubre, el 6 de diciembre y hasta hubo años en que fue festivo en todo el Estado el 24 de junio porque era la onomástica del Rey Juan Carlos. Aun así, quedan dos festivos estatales y otro por autonomía. Luego está la Iglesia, que mete El Pilar, la Virgen de Agosto y cada santo en su territorio. Bastaría con arrimar los festivos al viernes o al lunes, pero hasta en eso va a haber un debate bizantino, porque todavía no se sabe cuál de esos días es de izquierdas, derechas, unionista, separatista o qué sé yo.

 

El otro asunto estrella son las predicciones para 2023, que para eso es diciembre. Parece que la pandemia ha atenuado esa costumbre, tal vez porque se piense que el apocalipsis ya está aquí. Como sabemos, se ha decretado que ya no hay pandemia e ignoramos por qué se puede respirar sin mascarilla en cualquier recinto o aglomeración, salvo excepciones, porque da qué pensar que haya que protegerse en una guagua o una farmacia y no pasa nada en una discoteca o una tienda de zapatos. Son esos mensajes cuyo significado solo conocen los iluminados del poder; tiene contacto con la divinidad, que en vez de hablar a todos solo lo hace a unos pocos escogidos, como a Moisés en el Sinaí.

 

Aun así, por unos canales u otros se fomenta el ambiente apocalíptico en un batiburrillo de profecías, conspiraciones y cataclismos. Aunque los medios profesionales parece que han decidido no hincar el diente en lo fácil (sobre todo porque está en juego su credibilidad), Internet es un hervidero y hay mucha gente que está pasando miedo. Antes se decía que el papel aguanta todo lo que le pongan, y ahora hay que decir que Internet, que es un medio fantástico, también es un espacio en el que campan libremente todo tipo de supercherías. Algunas de ellas dicen basarse en documentos que vaya usted a saber si existen, pero tienen apariencia de reales. Otros documentos existen realmente, pero su interpretación puede hacerse de muchas maneras. El catastrofismo es muy atractivo, y es peligroso porque no todas les mentes están equilibradas, y ante la certeza (infundada, pero certeza) de un futuro inmediato terrible pueden reaccionar muy mal. De hecho, son cada vez más frecuentes los episodios de violencia extrema sin encaje racional posible, basados casi siempre en voces que resuenan en las cabezas de esos profetas de la barbarie.

 

Andan por ahí artículos que dicen, por ejemplo, que una carta escrita por un masón británico del siglo XIX planificaba las tres guerras mundiales de los siglos XX y XXI, o los conspiranoicos ajustes que relacionan hasta simbólicamente los atentados islamistas de Nueva York, Londres y Madrid con un plan que parece de cómic. Siguen en vigor las profecías de Nostradamus (todas interpretadas después del suceso), los Papas de San Malaquías (Benedicto XVI es el último antes de Pedro el Romano, que ha resultado ser Francisco, supuestamente ya se acabó la lista, y por lo tanto…) la Gran Pirámide o las estelas mayas, que anunciaron el fin del mundo para el 21 de diciembre de 2012. Nada pasó hace 10 años, pero sigue todo tipo de anuncios, se enarbolan hasta profecías supuestamente científicas, como la de la gran erupción del supervolcán de Yellowstone, que arrasaría el planeta.

 

Son ganas de amargarle la vida a la gente, porque ya ha habido días señalados para el final y nunca pasó. Es cierto que vivimos en un universo en evolución, y que La Tierra y el Sistema Solar son parte de un proceso que apenas entendemos, pero de eso a fijar una fecha del final del planeta va la misma distancia que entre la verdad y la charlatanería. Los agoreros debieron estar muy liados con lo del covid, porque nada se predijo sobre el fallecimiento de Isabel II (tema estrella hace unos años) o la guerra de Ucrania.

Publicado el

Mejor colorado que amarillo

 

Llevamos más de cuatro décadas de democracia teórica y acomplejada. Uno de nuestros miedos es el de llamar a las cosas por su nombre. Vaya por delante que uno de los pilares de una constitución democrática y la esencia del pensamiento de la gente que ama y respeta la libertad individual y colectiva es estar siempre contra la xenofobia, el machismo, la homofobia, el racismo y cualquier tipo de exclusión o discriminación religiosa o de cualquier otra índole. Ahora bien, muchas veces callamos verdades como puños porque en ello está implicada una persona de otra raza, una mujer o alguien que tiene una opción sexual distinta a la que se considera la norma.

 

 

Uno de los puntos flacos de este debate es la inmigración, sea legal, ilegal o irregular. Cuando se habla de limitar la entrada de personas en un territorio pequeño como Canarias, surgen por un lado las voces que claman por el derecho a la libre circulación de personas, consagrado en la Declaración de los Derechos Humanos, y por otro los que proclaman la continuidad de un Estado que no es continuo por razones meramente geográficas. Cuando hablamos de inmigrantes pensamos enseguida en las pateras, y como mucho en los latinoamericanos y los asiáticos. Nadie menciona a los europeos, de dentro o de fuera de la UE. Creo que los seres humanos deben tener la libertad de vivir donde les plazca. Eso sí, siempre que haya sitio. Canarias está a tope de su desarrollo demográfico, pero hablar abiertamente de este tema es tabú.

 

Canarias debe regular su demografía, más temprano que tarde, o avanzará hacia el caos, porque la gente necesita espacio, no sólo para dormir, sino que habrá que ampliar servicios, sean hospitales, escuelas o parques de bomberos. Y eso es espacio, justo lo que no tenemos. Y no es cuestión de que los que llegan sean blancos, amarillos o verdes, es que no hay espacio vital para mantener una calidad de vida social aceptable. Pero nadie quiere poner el cascabel al gato porque no suena políticamente correcto ni para progresistas ni para conservadores.

 

Mientras tanto, el Gobierno central no hace nada con respecto a Marruecos, desde donde cada día nos llegan pateras atiborradas de personas que ya han sido explotadas antes de salir, y que aquí son un problema político y económico, aparte del drama de cada uno de ellos, que debe ser aterrador. Pero Madrid y Rabat como si oyeran llover. El Gobierno no se impone, no defiende los derechos de Canarias y parece importarle un pito el destino de tantas personas que son objeto de los traficantes de la miseria. Todo se va en rimbombantes declaraciones y el problema sigue.

 

La xenofobia, que nunca había existido en Canarias, empieza a notarse. Por otra parte, los nacionalismos radicales se suben a la ola, hay incomodidad ambiental, pero el discurso de la gran patria española sigue en pie y arrincona las soluciones. Un día se harán la pregunta de quién ha creado y engordado la xenofobia, el racismo y el separatismo. No hace falta esperar, yo se lo digo ahora: Los gobiernos centrales, que tienen pánico a las urnas, lo que ocasiona lo que yo creo que es una perversión de la democracia. Con su desidia y su falta de eficacia en el planteamiento de los problemas (planteamiento es comienzo de solución), echan leña al fuego. Ha pasado y pasa con todos los gobiernos de cualquier color y ahora con la coalición gobernante. Sé que a muchos les parecerá alarmista lo que digo, pero, por si acaso, voy a imprimir esta hoja y ojalá nunca tenga que sacarla para recordar que yo lo dije. Si es así, será porque no hemos cogido el toro por los cuernos. Si no, aquí queda. El que avisa no es traidor. Para terminar, hagámonos la pregunta: ¿a qué estado le convendría sostener económicamente un movimiento radical independentista en Canarias? Mimbres hay, falta el inversor que ponga el dinero, y a todo esto estamos expuestos mientras se siga haciendo política de entretenimiento.

 

En mi pueblo dicen que vale más ponerse un día colorado que ciento amarillo. Y eso es lo que hacen los gobiernos de aquí y de allá, dejando pasar realidades que habría que regular, cuando no haciendo leyes que empeoran la situación. Como ejemplos, el libérrimo mercado inmobiliario, que hace que muchas de las viviendas vayan a parar a manos extranjeras y hacen subir los precios porque tienen un mayor poder adquisitivo; esto se une a esa modalidad nueva de turismo que reduce la disponibilidad de alquileres para vivienda, porque los pisos se usan como mina de oro en el mercado turístico. Conseguir viviendas en alquiler en Canarias está resultando, aparte de difícil por la escasez, imposible porque los precios se han disparado, no solo por la inflación, sino porque la oferta es pequeña. Y este, más que un toro, es un bisonte gigantesco, que sigue creciendo, y nadie toma medidas serias y efectivas ante un problema que nos ahoga y que, al aumentar la población, hace más grande nuestra dependencia del exterior. Una vez más, me remito al ejemplo de Holanda.

Publicado el

Parece que se ha quedado buena tarde

 

El mundo está tan complicado, las pieles están tan finas y a la vez los cuchillos tan afilados, que casi mejor callarse porque, aunque opines lo mismo que alguien sobre un asunto, te pueden crucificar porque una de las palabras de tu discurso le ha parecido a alguien que es homófoba, sexista, xenófoba o simplemente al nombrar dos ejemplos de algo has colocado uno antes que el otro y ahí se choca con la diversidad de criterios, porque se puede pensar que el más importante debe ser el primero, o, por el contrario, que debe ser el último y el otro va antes, de telonero. Por lo tanto, aunque uno vea disparates gigantescos o dé datos comprobados sobre algo, que no convengan al otro, lo mejor es hablar del tiempo, y eso con cuidado, porque nunca se sabe si los calores de este otoño alguien los achaca al cambio climático o a ciclos, porque en no sé qué año por lo visto también hizo calor.

 

 

Uno opina sobre lo que cree conocer, pero nunca acabamos de saberlo todo sobre nada. Diciendo o rebatiendo se van formando opiniones que pueden desembocar en ideas provechosas. Así fue siempre (salvo en sociedades tiránicas), pero, por lo visto, hasta aquí hemos llegado. De modo que, hoy, pensando que estamos a un mes del sorteo de lotería de Navidad, tampoco hablaré de él porque, aunque no es debatible que sea el 22 de diciembre (es un dato), tienes muchas posibilidades de que te corran a gorrazos, bajo la argumentación de que es una incautación del fisco en los bolsillos de la ciudadanía, porque jugar con el azar es de supersticiosos, pues lo que vale es el fruto del trabajo de cada persona, o yo qué sé con qué pueden salir. Atrincherado en que no quiero entrar en ese juego, he decidido que voy a tomarme una cerveza, yo solo, en una terraza, mientras veo pasar a la gente.

 

Pido una cerveza fresquita para contrarrestar el sofoco del camino, y “algo para acompañar”; dejo la elección en manos de la camarera, porque no sé si es defensora de los anacardos, opositora acérrima de las papas fritas de bolsa, teórica de las propiedades de las nueces, y a saber qué relación apacible o tormentosa habrá tenido con los pistachos, las aceitunas o las almendras. Pues que escoja ella y así no hay posibilidad de encontronazo. Se va la camarera a buscar la comanda y yo me relajo viendo pasar a parejas de compras, otras con bebé en un carrito, caballeros hablando a gritos por el móvil, señora paseando un perro de pedigrí rarísimo, y mujeres solas, pero sin fijar la vista para que no haya malentendidos.

 

Llega la camarera con la cerveza, tomo un sorbo y detecto que está tan fría y apetecible como esperaba. Se ha olvidado del acompañamiento y vuelve a buscarlo. Aparecen en ese intervalo dos conocidos, que se dan por invitados a la mesa y se sientan. Mi gozo en un pozo. Vuelve la camarera con una bolsa de papas fritas (yo me lo busqué), y mis conocidos piden sendas cervezas y aplauden mi elección de la marca que yo tenía casi intacta. Piden frutos secos variados para picar, mientras estrenan sin compasión mi paquete de papas. Cuando, unos minutos más tarde llega su pedido, entiendo que mi propósito se ha truncado; uno de ellos se muestra muy molesto porque por lo visto las nueces le producen no sé que malestar, y menos mal que en el popurrí no hay pipas de girasol, lo que sin duda desataría una oda a la valentía ucraniana, una crítica severa a Putin, un cabreo por el papel de Europa, lo bien que le está viniendo a Biden en su reflotamiento de la OTAN o un mitin poniendo a caldo a Zelenski, que todo puede ser.

 

Aunque no soy aficionado a la tauromaquia, tengo que hacer uso una y otra vez del capote para desviar conversaciones que llevan directamente al barrizal: que mira tú qué ley hizo la ministra esa (se expresa como si la ministra de Igualdad se hubiera levantado un fin de semana aburrida, y se puso a redactar una ley en una libreta, se la llevó el lunes al ministerio y ya está hecha la ley, ella solita).  El otro no lo desmiente, pero alega que la ley es buena pero que, según su cuñado que es un lince, los jueces están haciendo lawfare (¡toma ya!). Y capotear tanto agota.

 

El momento crítico llega cuando me aconsejan que el artículo que yo debería escribir tendría ser sobre lo que hablaban (dos artículos claro, y contradictorios), y es cuando digo que mejor hablábamos de fútbol, y ahí arruino definitivamente la tarde, porque sale lo del Mundial de Catar, los cantantes que iban a cantar, pero no fueron, los estadios llenos a la fuerza, como una representación teatral retransmitida al mundo. No opino sobre nada, y cuando digo aquello de “pues parece que se ha quedado buena tarde”, se quejan de que hace viento y se van sin pagar. Pido la cuenta y me voy a casa. Me encierro en la cocina, desconecto el móvil y me sirvo una cerveza helada, porque la de la terraza perdió el frío, ocupado en hablar sin decir. Se me ha despertado el reptil individualista, pero les juro que en legítima defensa. Ha costado, pero al final sí que ha quedado buena tarde. Solo.