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Todos seremos potencialmente viejos

 

Esta ha sido para mí una semana muy intensa y apasionante, porque hemos podido celebrar en familia el 97 cumpleaños de mi padre. Ya sé que es un tema personal, pero me ha tocado muy de cerca al repasar ese recorrido desde 1926, y he visto como en una película que ese camino fue recorrido por todos sus contemporáneos, aunque muchos ya no están; la cifra está muy por encima de la esperanza de vida. En este caso, prácticamente todos los que compartieron un buen tramo de la primera parte de su vida, ya no están, y casi empieza a faltar su generación y la siguiente, de manera que se encuentran en un mundo que muchas veces hay que traducirles, porque los cambios del último cuarto de siglo han sido tan profundos como vertiginosos, precisamente cuando ya estaban fuera del mundo laboral.

 

 

Pero aguantan, unos a duras penas, otros haciendo el cascarrabias porque están llenos de dolores y limitaciones, y otros, como mi padre, con un estado de salud razonable, atendiendo a su edad, porque poder ser autónomos en movimiento, vista y oído permite estar al menos en el día a día con la familia, leer un periódico, hacer una llamada telefónica, escuchar la radio y la música y ver una película o un noticiario de televisión. Pero siguen midiendo con los baremos de hace un cuarto de siglo. Y es importante la conversación, sobre todo cuando, como mi padre, sigue enfrentando la vida con una sonrisa y mucho sentido del humor. Por ello creo cada vez más que es fundamental que los ancianos se mantengan en su entorno, con su gente, aunque estén en malas condiciones de salud, pero estamos muy lejos de conseguir eso, porque en el mundo actual las políticas de atención a las personas mayores se limitan a llevar de viaje a Benidorm a “los viejos más jóvenes y saludables” y poco más. El asunto es otro, y las administraciones se pasan la pelota, mientras proliferan residencias privadas con precios prohibitivos, con lo que los menos pudientes quedan al albur de las residencias públicas en una cola de años y un laberinto de burocracia, o en privadas que rozan el horror de una novela de Dickens.

 

Cada generación tiene su tarea, pero la nacida hace alrededor de cien años lo tuvo muy duro. Pasaron una infancia tremenda, algunos sin padres presentes por la emigración a Cuba. Luego la infancia y adolescencia en la guerra; los más viejos incluso integraron la llamada quinta del biberón, porque los enviaron al frente con 18 años porque se decía que el que no sirve para matar, sirve para que lo maten. Luego una postguerra miserable, cuando no esclavista (dependía de en qué lista figuraba para la dictadura), que se mordía la lengua o se escapaba a Venezuela. Esa generación fue la que puso su trabajo (8 horas seis días a la semana) para armar un futuro más parecido al de los países desarrollados, y en Canarias están sus huellas digitales en los emporios turísticos que nos han dado de comer algunas décadas (ya veremos hasta cuándo), en las carreteras, las conducciones de agua o la construcción de obras hidráulicas como la presa de Soria, hoy en el candelero.

 

Sin esa generación, Canarias (y España, por supuesto) no sería la misma. Aparte de los afectos familiares que tendrá cada uno, la generación nacida alrededor del período 1915-1930, ya casi toda desaparecida, merece el mayor de los respetos, hombres y mujeres, pues entonces las mujeres fueron las que mantuvieron en gran medida la agricultura y la ganadería, porque los varones estaban en la construcción, se habían ido a Venezuela, Bélgica o Alemania, buscando un respiro económico, o en las pequeñas industrias conserveras, o tabaqueras, donde también ellas trabajaron (pequeños focos  industriales que han desaparecido en su mayoría). Y luego la aparcería de los tomateros. Es un listado enorme, y hoy la vejez es tratada casi con desprecio por la sociedad en general.

 

Nos comparan siempre con la Europa más desarrollada, pero estamos a años-luz de ella. Recuerdo que, en 2011, en un noticiario decía que en Coblenza (Koblenz), una ciudad alemana del tamaño de Telde o La Laguna, habían evacuado 45.000 persona en el posible radio de acción de una bomba de la II Guerra Mundial sin explotar, que había sido descubierta en el fondo del río Rhin. Entre las evacuaciones, mencionaban siete residencias públicas de ancianos, es decir, la mitad de la urbe, que determina que habría al menos 14 residencias en total. Indagué, y los ancianos vivían con todos los cuidados, con tranquilidad y sosiego. Hay sistemas que consiguen lo que debe ser un servicio público que no se convierta en un negocio, como sucede aquí con la sanidad, la dependencia o la enseñanza. ¿Se imaginan que en una ciudad como Telde hubiera 14 residencias como Dios manda? En la capital serían… Impensable en este sistema en el que solo vale el lucro. Así que no nos camparen con Alemania, Holanda o los países Nórdicos. Insultan nuestra inteligencia porque aquí se ha impuesto el sistema americano en el que todo tiene que ser negocio: hospitales, escuelas, cementerios, residencias de ancianos; hasta las cárceles se están privatizando. Y eso es lo que tenemos que cambiar.

 

Esta semana me ha emocionado ver que mi padre goza de un privilegio que debiera ser un derecho para todos pero que no lo es. Casi diría que es cuestión de suerte, porque el destino ha sido generoso en este asunto, siempre con su familia y donde no es un mueble molesto, sino una cima que nos guía, no con sus discursos, sino con su silencioso y sonriente ejemplo de buena persona. El mayor homenaje que podemos hacerle a las generaciones que nos precedieron es respetarlos y cuidarlos. Cada vez que recuerdo las muertes en soledad y abandono en las residencias durante la primera ola del covid, me pregunto cómo una sociedad supuestamente democrática no ha encausado a los responsables. Pero no pasa nada y sobre eso sigue circulando una cómplice cortina de humo.

 

Lo más curioso, es que la gente parece olvidarse de que el tiempo pasa para todos, y el futuro solo tiene dos caminos: la muerte o la ancianidad. Todos envejecemos cada minuto que pasa, y es que parece que el ser humano ha perdido conciencia de su pequeñez y durabilidad. Y aunque ya lo he hecho de mil maneras, vuelo a felicitar a mi padre, que junto con mi madre (siempre presente aunque ya no esté), son dos de los seres humanos de los que más he aprendido, y sigo aprendiendo.

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Desaliento esperanzado

 

Tenía un borrador muy pulcro y aparente para el artículo de hoy. Trataba sobre el significado de los colores y sus emanaciones que influyen en la psique, o en palos de la baraja española, alterando los simbolismos de siempre alusivos al mundo medieval. Cambiaba clero por alegría en las copas, o comercio y finanzas por poder en los oros. Era un artículo curioso que trataba de poner buena cara a un año que precisamente llega con las cartas muy mal repartidas, aunque los buenos jugadores con malas cartas consiguen sacar bazas adelante… A veces.

 

 

Quienes me conocen de cerca dicen que soy un optimista incurable, y que por muy mal dadas que vengan siempre trato de buscar por donde salir, aunque a veces no haya la más leve grieta. Recuerdo siempre que el incisivo Mingote decía que un pesimista es un optimista bien informado. Yo quiero pensar que Mingote, por una vez, se equivocó, porque toda la información nunca la tendremos sobre nada, pues casi ni nos conocemos a nosotros mismos. Por lo tanto, trato de agarrarme a la posibilidad de que siempre hay una manera de salvar una mala situación.

 

Haciendo correcciones andaba, cuando alguien me sacó de mi burbuja pseudofilosófica de borracho inminente. Ausentado durante casi todo el día de noticiarios, y embebido en mi esperanzado discurso de Año Nuevo, caí de golpe desde mi torre de marfil, porque si complicado es especular sobre el pasado, hacerlo sobre el futuro se me antojó de golpe una puerilidad. Contaba con todo, pues el pasado se agarra a la memoria y a la documentación y el futuro se deja llevar por la imaginación. Quien me hablaba era como el enviado del presente, que solo entiende de realidades tangibles y con el que no cabe ser pesimista ni optimista, es prosaico realismo.

 

Cuando aterricé en mi sala de estar, el noticiario abría con dos bombas, cuya explosión hacían zumbar los oídos: el intento de derrocar a Lula da Silva en Brasil y el asesinato de tres mujeres en un solo día a causa de la irracional violencia machista. Al instante, mi castillo de naipes con pretensiones literarias se vino abajo, y entonces los colores, las sotas, los bastos, los ases y toda su mitología de siglos perdieron su carácter alegórico porque el duro presente los había borrado del mapa. Fui incapaz se seguir trabajando, porque no podía volver a mis ficciones, y al mismo tiempo la realidad me sobrepasaba. Me ocurrió lo peor que puede sucederle a alguien que trafica con ideas y opiniones: me quedé sin palabras. Ahora, al atardecer del lunes, obligado por el calendario, tuve que enfrentarme a una pantalla en blanco, cuando la dureza de la noche anterior era remachada por un nuevo y horrendo feminicidio en Adeje, Tenerife.

 

Sobre lo que aún sigue ocurriendo en Brasil, solo me cabe la enorme tristeza al comprobar, una vez más, cuán frágil es la democracia cuando se confabulan contra ella los populismos y la irracionalidad de quienes solo persiguen al caos, seguramente porque les conviene. Los acontecimientos de Brasilia (y todo Brasil) son muy alarmantes, porque no se trata del típico golpe de estado bananero, o de la locura por el poder de unos cuantos, como también sigue sucediendo en Perú. Lo de Brasil se enmarca en una corriente mundial que no deja fuera a Estados Unidos. Se lamentaba Stefan Zweig hace casi cien años de que el fantasma de los nacionalismos sobrevolaba Europa y sabemos lo que pasó después.

 

El fanatismo y la locura no pueden estar nunca por encima de la convivencia democrática, y algunos (muchos) debieran aprender las lecciones del presente y de la historia, aunque dirán, como suelen hacer algunos jóvenes, que esas cosas pasaron cuando ellos no habían nacido. Mucha tarea tienen por delante Lula, Biden y quienes creen en la democracia, en sociedades partidas casi matemáticamente en dos. Si pasamos por encima de las instituciones, va a resultar muy fácil imaginar el futuro, por muy optimistas que seamos.

 

Lo de los crímenes machistas ya es una orgía de sangre para la que nadie tiene explicación. Posiblemente se cometen errores políticos, no soy jurista ni adivino. Pero es obvio que, como sociedad democrática algo o mucho estamos haciendo mal. Aquí cabría aplicar aquello de unos por otros y la casa sin barrer. Hay otro refrán más claro y contundente, pero hoy no cabe, por respeto a las víctimas y sus familias. El caso es que se trataría de parar el baile y sentarse a ver qué demonios pasa, porque lo que está sucediendo con la violencia machista es algo que tiene mucha urgencia, porque se trata de la vida y de la muerte. Y ambas cosas, como otras muchas, tienen que ver con esa democracia que muchos quieren derribar. Hoy, me temo, no puedo ser optimista, hay demasiadas nubes en el horizonte, pero la gente sigue en verano como si nada estuviera pasando. Y ahora, una buena dosis de carnavales tempraneros. Pues vale.

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Calimas y otras predicciones

 

No tengo datos específicos para determinar el lugar del ranquin que ocupa Ángel Víctor Torres entre los presidentes de Canarias, ni tampoco el de los demás, porque probablemente nunca sepamos cuántos y cuáles sapos ha tenido que tragarse cada uno y cuántas veces se la han jugado. Además, las circunstancias siempre son distintas, y hay que reconocer que las que ha tenido que lidiar el actual presidente se llevan la palma, hasta el punto de que ya es chiste viejo lo de esperar qué otra catástrofe nos espera antes de las elecciones de mayo.

 

 

Hay tres cosas en Torres que son indiscutibles: una es que no hay en este planeta antídoto contra su optimismo y su apostolado por la esperanza; otra es que, si los extraterrestres celebran un cara a cara con los terrícolas, no será con un presidente norteamericano, como (cuentan que pasó en una base militar californiana) la que, aseguran los creyentes en tales teorías, tuvo que afrontar Ike Eisenhower; esta vez sería con Torres, eso seguro, nadie más dotado. La tercera cualidad de nuestro presidente es que podría ser actor, presentador o conferenciante “sin papeles”. No sé si es que tiene una memoria descomunal, o que controla como nadie el cue, promter o como se llame, porque nunca lo ves mirar hacia un lado u otro; se diría que improvisa, que no lee, y eso le da un plus de credibilidad enorme, porque cuesta creer a alguien que cada dos por tres tiene que mirar un papel, descubrimos que está leyendo una pantallita o que directamente nos endilga un discurso con los papeles en la mano. Eso a nuestro Ángel Víctor nunca la pasa, y la muestra es el reciente mensaje de fin de año, que pronunció sin un error, de pie en un escenario y hasta sin atril. Eso no se ha visto nunca.

 

Como siempre, ya veremos a fin de año en qué acertó Nostradamus, que se interpreta muy bien a toro pasado. Pero, leído con mi precario latín o en traducciones, la verdad es que el francés se lo montó muy bien, porque la culpa siempre la tiene el intérprete, ya que directamente no te dice lo que predice; quien lo hacía con todas las letras fue un portugués, Gonzalo Anes de Bandarra, que era un humilde zapatero del pueblo de Troncoso, cercano a Lisboa, y se arriesgó a predecir hechos concretos, con fechas y datos, como la desaparición del rey don Sebastián I, y como consecuencia de ello, la pertenencia de Portugal al trono de España durante seis décadas. Y estos hechos sucederían cien años después de la muerte del zapatero adivino. Por eso me fío poco de Nostradamus y menos de sus intérpretes. Llevaban prediciendo desde hace tres o cuatro años la muerte de Isabel II y la de un personaje importante de la Iglesia Católica. Claro, una señora nonagenaria y dos Papas ancianos y enfermos son claros candidatos. Pues durante cuatro años fallaron las predicciones, y al final, claro, se murieron la reina y Benedicto XVI.

 

Y es que son tiempos de calima, que el diccionario de la RAE define como cualquier fenómeno que llena el aire de partículas, dificulta su respiración y enturbia la visibilidad. La palabra «calina» es su sinónimo más usado, casi parejo con «calima», y suele aplicarse al enrarecimiento del aire por diversas causas, sea el vapor de agua en tierra (niebla, neblina), sobre el mar (bruma) o incluso por la contaminación industrial (calígine). Pero para los canarios, la calima es exclusivamente la procedente del vecino Sahara en forma de polvo en suspensión cuando sopla el viento del este o del sureste y hay restos de las grandes tormentas de arena en nuestro muladar, el desierto más grande del mundo. Cuando el viento del nordeste nos trae el alisio, cesa la calima, y no son raros en invierno unos días con este fenómeno; suele hacerse acompañar de aire muy frío, al contrario que las calimas de verano, microscópica metralla abrasadora entre el bochorno. Aunque esta vez tampoco tan frío.

 

Cuando se respira mal y la visibilidad es reducida, se siente una especie de sensación claustrofóbica, y es como si todo funcionara a cámara lenta. De noche, las farolas proyectan haces espectaculares que rompen la oscuridad, pero todo se vuelve fantasmagórico y tenue, como en el poema de Tomás Morales «Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico, / con sus faroles rojos en la noche calina…», que acaba con esa sensación de vivir un sueño/pesadilla, como queda expresado en distintos versos del famoso soneto de nuestro poeta modernista: «silencio de los muelles en la paz bochornosa», «brillando entre las ondas muertas de la bahía», «vierte en la noche el dejo de su melancolía».

 

También tiene ese aire confuso y cansino el ambiente que recrea JJ Armas Marcelo en su novela Calima, esta vez en medio de una calima de verano, pues se me antoja que la de Tomás Morales es invernal. La calima, calina o como quieran llamarla, el viento este-sureste, está presente en nuestra literatura, sea en los textos de Agustín Espinosa (Lancelot 28º-7º), en la polvorienta Mararía de Arozarena y en docenas de narraciones y poemas. Y siempre es lenta, con un toque melancólico y una sentencia del tribunal supremos de la Naturaleza, en la que consta en qué lugar estamos en el mapa, que muchos constatamos como un hecho geográfico y otros tratan de ocultar porque lo siente como una tragedia. Y esta es la calima que estuvo en Navidad, recibió el Año Nuevo y sigue en enero, pues tal vez sea el polvo de una inexistente comitiva regia en viaje desde Oriente. Y metido a Nostradamus interino, espero que de ahora a mayo la caja de Pandora amaine y deje pasar a Ángel Víctor una temporada tranquila mientras disfruta viendo cómo alcanza la UD Las Palmas el ascenso directo.