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Ruido visual, como suena

Aquí donde me ven, estoy entusiasmado con el año que acabamos de estrenar. Todo parece distinto, pero todo es igual que siempre, un logro que más parece obra de un ilusionista, que saca de la chistera palomas y sombreros, que de una sociedad que dice ser racionalista porque queda mejor encomendarse a Descartes que a Nostradamus, pero que vemos que funciona a distintos niveles, barnizando con palabras de seda verdaderas atrocidades, o al revés, poniendo mucho hierro en asuntos nimios, tratando generar inquietud que juegue a favor. Por eso, como amante apasionado de la elasticidad de la lengua hablada, creo que pocas veces hemos estado en un escenario en el que se lleven al máximo las posibilidades infinitas de la lengua. Todo un festival desde el punto de vista de la técnica, que poquito tiene que ver con la ética.

 

 

Ya sabemos que en el lenguaje vale tanto el texto como el contexto, o tal vez este más. Después de que un taxi hiciera una maniobra peligrosa, un motorista gritó al conductor: «¡Taxista!», a lo que este respondió: «Sí, pero de padre reconocido». Es decir, el taxista entendió que la palabra que comúnmente lo denomina y que es completamente inocua, en aquella ocasión significaba otra cosa. El lenguaje es dinámico y polivalente. Tan es así, que un afamado director teatral decía que, usando el mismo texto, se podrían hacer dos obras distintas sin cambiar una sola palabra del mismo: «Si juegas con la entonación, con los silencios y con todo el aparataje humano y material de un escenario (contexto), puedes salvar a Don Juan Tenorio o mandarlo al infierno siguiendo en ambos casos al pie de la letra el texto de Zorrilla». Y es que las palabras son escurridizas, y encima el lector o el oyente interpreta según su propia historia, de tal forma que Borges decía que cada cual escribe su propio Quijote cuando lo lee, porque aplica al texto cervantino su perspectiva, que siempre es diferente en cada persona.

 

Antaño, al discapacitado psíquico se le llamaba bobo o tonto, y cada pueblo tenía su tonto particular. Tonto se convirtió en insulto, y en los años sesenta se creó la palabra subnormal para designar a estas personas. Era una variante técnica que describía al sujeto con facultades por debajo de lo normal. Pronto, subnormal fue un insulto, y se creó la palabra disminuido, y cuando esta empezó a usarse de forma ofensiva nació lo de discapacitado psíquico que es la que ahora está en vigor, y por eso van a mejorar la redacción del artículo 49 de la Constitución para eliminar el término “Disminuido”. Pero ya evolucionará, y habrá que buscar otra denominación, y otra, y otra… Eso ha pasado y pasará también con otras vertientes del lenguaje, en las que van dejando su impronta el machismo, la gordofobia, el racismo y todas las carencias discriminatorias que seguimos tratando de eliminar en una sociedad más justa.

 

Aparte de los extranjerismos que invaden nuestra lengua, que antes llamaban barbarismos y que, en los últimos años, proceden en su mayor parte del inglés, que sigue siendo un arma de penetración y dominio, parece que estamos empeñados en llevar las cosas a extremos. En las redes sociales se llega a lo peor, y los insultos, los calificativos y las infamias sonrojarían al famoso bolero “Rata de dos patas” de Paquita la del Barrio. Pero a la vez, se intenta dar lustre y adorar las apariencias en el uso casi cómico de palabras y expresiones, que unas provienen de otras lenguas y otras se construyen con un uso interesado y a menudo diabólico de la propia.

 

En los años setenta del siglo pasado, los modernos de entonces, tomaban del francés la palabra “Surmenage” para definir el cansancio mental. Como siempre, no se entiende que se busquen palabras en otra lengua para expresar algo que puede hacerse perfectamente en español. Pero somo así de papanatas; con el ya masivo bombardeo del inglés, estamos llenando nuestro vocabulario con innecesarias palabras inglesas (o norteamericanas, igual da), y eso que, cuando hay que hablar inglés de verdad, estamos a la cola del planeta. El listado de palabras inglesas que usamos en la construcción de nuestro español a veces asusta. La mayor parte tiene su correspondencia en nuestra lengua, y está muy de moda últimamente el término “coach” (entrenador o asesor, ambas también en femenino), que para colmo incluso hay quien lo escribe mal en inglés y se presenta como “couche”, que viene de una mala pronunciación en la lengua de Dickens, y que suena a papel couché. Hace años, un personaje de una de mis novelas mencionaba a Sigmund Freud. Cuando el editor me envió las galeradas (pruebas de imprenta) vi con horror que me había corregido el apellido del célebre psiquiatra vienés. Puso en rojo “Froid” y tan feliz. La discusión fue tan ardua (la ignorancia es atrevida) que finalmente quité a Freud del diálogo, ante el peligro de que su obcecación hiciera que apareciera de aquella manera en la publicación final.

 

El último logro de la estupidez es la nueva expresión “ruido visual”, que es la incomodidad que nos produce el desorden de las cosas que nos rodean. Es decir, cuando se encuentren una habitación hecha una leonera, digan que hay mucho ruido visual. Yo para esto no tengo tragaderas, porque nuestra lengua tiene expresiones más precisas para eso; en lugar de ruido visual, lo que yo siento es que estoy en un espacio desastrado, desordenado y hasta sucio.  Es lo mismo que, cuando alguien aplaza algo que podría hacer ahora mismo, se dice que es un procrastinador, porque procrastinar es sinónimo de postergar, diferir, dilatar, y se supone que finalmente se hará, aunque eso ya no es seguro. Nunca se me ocurriría definir a nadie como procrastinador, iría al grano y usaría una palabra que se ajusta más a la realidad: gandul. Como me ven, mi entusiasmo no tiene límites. Claro que hay demasiado ruido visual (Don Emilio Lledó nos asista). Y eso (¡?)

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Insisto en lo mismo, Magos de Oriente

 

Señores magos, reyes, sabios o lo que sea de Oriente: Llevo años pidiendo que traigan armonía, que paren las guerras, que dejen en esta sociedad algo de justicia. Y, la verdad, me he cansado, porque siempre lo dejan todo perdido de carbón, seguramente porque debe habérseles acabado la magia, y a estas alturas sabemos que no son reyes, y se discute sobre si son sabios, magos o meros charlatanes de feria. El caso es que estoy convencido de que son incapaces de regalar algo que valga la pena, y lo de la estrella es un cuento chino, porque ya nos cobran hasta por la luz del Sol.

 

 

Como veo que no tienen poderes para traer cosa alguna de cierto valor, no les pido que traigan esto o lo otro, sino que se lleven a los inútiles que nos gobiernan, porque están ahí haciendo el paripé y dejando que se vaya conformando una sociedad infame, porque hay enfermos en lista de espera, cuyo retraso significa la muerte, porque se muere la gente a causa de los recortes en sanidad y políticas sociales. Y cuando alguien causa deliberadamente la muerte de otro es un criminal, así de claro.

 

No quiero alargarme con los desmanes en justicia, educación o energía, y la tremenda tragedia de los inmigrantes en la letal ruta de Canarias.  Por no hablar del genocidio de Gaza, o la muerte de inocentes en Ucrania, Sudán, Yemen y cualquier parte del planeta en el que los vampiros del capital hincan el pie. Así, que, señores magos, reyes, sabios o lo que sea, llévense a estos conspiradores de la miseria, creadores de la injusticia, vergüenza de una sociedad que se autoproclama democrática. Y disculpen que no les deje comida para los camellos, la que tenía se la he dado al Banco de Alimentos y a la Casa de Galicia. Llévenselos a la quinta puñeta, o mejor a la sexta, que está más lejos; pero llévenselos, por favor.

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2024, ¡uf! una oda al optimismo

Dos días después del comienzo del nuevo año, se supone que lo políticamente correcto es desee a quien se acerque a esta lectura que pase un año muy venturoso. Y de verdad que, sinceramente, no deseo mal a nadie, y me gustaría que todo fuese muy bien urbi et orbi, pero como no me he caído de un guindo, sé con seguridad que no va a ser así para todo el mundo, especialmente para quienes están en la parte baja de la tabla económica, que es la mayoría de la población, aquí en Managua y en Sebastopol. Por eso, quiero ser más ajustado a la realidad, y espero y deseo que la deriva que está tomando todo (Canarias, España, Europa y el planeta Tierra) amaine un poco y que nos haga el menor daño posible, porque hasta la incontrolable Naturaleza hace la guerra por su cuenta, y, por si ya no hubiera bastante con lo que cerramos 2023, inaugura el 2024 un terremoto de gran intensidad en Japón.

 

 

 

Ojalá que este terremoto, aquel tornado o el más reciente volcán de Islandia no se pongan bravos, que ya se encarga el ser humano de hacer irrespirable la deseable concordia universal, que ya perece el chiste del deseo de las aspirantes a Mis América (Paz en el Mundo). Y es que estafadores y vendemantas abundan cuando el río baja revuelto. Siempre ha habido teorías conspiranoicas, mensajería esotérica, pseudociencia, historiadores de otra dimensión y otros debates paralelos que, sin mayor preparación ni prueba tangible, suelen mezclar la física cuántica con la religión, la ufología con el creacionismo, la ley de la relatividad con la astrología y con fantasmas, espectros y presencias (por lo visto no son la misma cosa). Todo este batiburrillo se ha disparado en los últimos años, y ahora mismo es una catarata de libros, programas audiovisuales, documentales e incluso series de televisión. Internet es un festival.

 

Dicen que este fenómeno se produce en tiempos de crisis, pero no de una crisis económica puntual, aunque también, sino en momentos en los que hay profundos cambios de sistema o incluso de civilización. Unos afirman que surge de una manera espontánea, porque sí, otros aseguran que se alienta desde los centros de poder para tener entretenida a la gente, lo que no deja de ser otra teoría de la conspiración. Mueves el dial, zapeas, navegas por Internet o entras en un canal de documentales supuestamente serio, y te inundan de alienígenas, hechos inexplicables y civilizaciones antiguas que estaban más avanzadas que nosotros. Y los escaparates de las librerías por el estilo. Nos cuentan que del espacio vinieron los anunakis y crearon al ser humano combinando sus genes con alguna especie de homínido. Es decir, no hubo un dios creador, fueron los extraterrestres. Vaya, ahora no hay dios, pero tampoco Darwin, lo que no nos resuelve la gran pregunta, porque ¿de dónde salieron los visitantes que nos crearon a nosotros? Y como esta, centenares de historias sobre civilizaciones, muertos y aparecidos, gente que levita o sociedades secretas que manejan el mundo desde el silencio. No sé muy bien si provocan risa o miedo. Más bien lo segundo, porque cada día se hace más difícil razonar con lógica, aunque eso no es nuevo, siempre ha habido fanatismos de distinto nivel.

 

En este mundo tan confuso, nos enfrentamos a la dicotomía del paganismo consumista o los fundamentalismos religiosos, y parece no haber término medio (tendré que meditar también sobre qué significa cada una de estas cosas). Algunos autores afirman que la religiosidad es inherente al ser humano y que por lo tanto este tiene la necesidad de adorar a un ser superior e intangible. Esto es, por supuesto, muy discutible, pero es evidente que los comportamientos sociales indican que, cuando faltan elementos religiosos, se buscan sustitutos paganos, como el becerro de oro que adoraron los israelitas mientras Moisés estaba en el Sinaí recibiendo las tablas de La Ley. Así al menos nos lo contó Cecil B. De Mille cuando Charlton Heston se convirtió en profeta y guía, no sé si antes o después de ser el jefe de la Asociación Nacional del Rifle.

 

Hemos sustituido Fátima por una explanada donde actúan Alejandro Sanz o Rosalía, y Lourdes por cualquier estadio de fútbol, aunque Fátima y Lourdes siguen teniendo tirón. Como vemos, no hay demasiadas razones para esperar mucho del nuevo año. En realidad, los años no dan ni quitan, son un mera medida basada en el tiempo astronómico, y los años son buenos a malos según le vaya a cada cual. Espero que en este próximo período de 366 días (este año nos dan uno más) todo vaya mejor, aunque eso es un modo de hablar, porque seguirán pasando cosas, buenas y malas, es la vida. Me contó un patricio que murió centenario (seguramente puso bastante de su cosecha) que, al terminar la misa del 31 de diciembre del año final del siglo XIX, don José Cueto, a la sazón obispo de la diócesis de Canarias, entonó una oración por las almas de todos los fieles presentes. Los canónigos le expresaron su sorpresa, porque en vísperas de año y siglo nuevos se esperaba de él algo más esperanzador y alegre. “¿Alegre?” Argumentó el obispo, “he rezado porque entramos en un siglo del que no vamos a salir vivos los que estamos en edad de pecar, y a nadie le viene mal una oración por su alma”. No sé si el obispo, además de solidario hasta el punto de que el pueblo lo llamaba cariñosamente Padre Cueto, era un hombre previsor, un aguafiestas o tenía un gran sentido de humor. Yo me quedo con lo último. Seamos, pues optimistas, aunque las grandes palabras empiecen a necesitar una urgente mano de pintura. Como suelo repetir, elijan qué mentira creer.