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Lo primero son las personas

En estas hora tan duras para Gran Canaria, solo hay dos asuntos prioritarios: aunar esfuerzos para detener el fuego y cuidar de las personas que se han visto afectadas. Por fortuna, la solidaridad está siendo enorme, pero la angustia y la incertidumbre de las personas desalojadas es un dolor añadido, porque dejarlo todo atrás sin saber qué va a pasar es un drama siempre, y lo es más cuando hay entre las personas desplazadas enfermos, ancianos y niños que no aciertan a entender qué está pasando. Por ello, todo lo demás se vuelve secundario, y ya habrá tiempo de analizarlo para que una desgracia de estas dimensiones no vuelva a repetirse.

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Arde la patria de nuestra niñez

El fuego nos quema el alma. Si, como dijo el gran poeta alemán Rainer Maria Rilke, la verdadera patria es la infancia, pasar los primeros años en una isla marca de una forma determinante. Haber nacido en un territorio continuo y amplio, sea en una aldea perdida o en una gran ciudad, crea una sensación de libertad inconsciente, aunque a veces sean humanamente inabarcables las posibilidades que ofrece un continente, porque es teóricamente posible echar a andar hacia cualquier lugar. Hoy podemos pensar en medios de transporte, pero esa posibilidad teórica de llegar muy lejos mientras nos aguanten las piernas es algo que nunca sentirá un ser humano que haya vivido su niñez en una isla en la que se tenga conciencia geográfica de la insularidad. No existe la misma sensación en una isla como Gran Bretaña, donde, además, está el centro de una sociedad fuerte, o en islas de gran extensión, que en una isla en la que al final de cualquier mirada está el mar. Nunca se pierde de vista esa gran masa de agua que nos separa del resto de la humanidad y que, paradójicamente, ha sido también el camino por el que llegar a los continentes y a otras islas. El hilo de nuestra cometa está sujeto a la isla, aunque vuele muy alto y muy lejos.

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Es más dura la ira de los mansos

Debo decir que pocas veces he tenido que hacer tanto esfuerzo de contención para controlar la furia que se me escapa por los poros al ver cómo arde Gran Canaria.  Es doloroso para todo el mundo, pero quienes hemos nacido a la sombra de esas montañas sentimos que este es un asunto personal, porque llevamos muchos años viendo cómo se descuida o se actúa en contra de nuestro patrimonio natural colectivo. Hace apenas un mes, con motivo de la alegría por el reconocimiento de las montañas centrales de Gran Canaria como Patrimonio de la Humanidad, escribí un artículo en el que dejaba algunas notas críticas, que en este día tan triste viene bien recordar, porque me parece que hay que insistir en la idea de aprovechar una sabiduría popular acumulada durante siglos. Así que, si no les apetece lo políticamente incorrecto, no sigan leyendo.

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