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Malos tiempos para la lírica

 

El poeta y dramaturgo alemán Bertol Brecht escribió un poema con el título de este artículo. En él decía que no gustaba que él dedicase sus versos a las mujeres campesinas que caminaban encorvadas por el trabajo, que lo que la gente quería es que le hablaran de quien es feliz. En la década de los 80, el grupo gallego Golpes Bajos popularizó una canción en la que la frase se repetía muchas veces, y la idea era la misma que la del escritor alemán. Escribir ahora es un trabajo de sorriba, porque cuesta centrarse, pero quien tiene un compromiso con el pensamiento y la razón debe que sacar fuerzas de donde sea porque el pensamiento se construye con palabras, y hay que hacerlo aunque se corra el riesgo de equivocarse, porque en un momento como el actual pensar es muy complicado porque los elementos con los que se arman los conceptos son inciertos.

Para seguir adelante, pienso en una escena de la película Casablanca en la que Rick (Humphrey Bogart) le dice a Ilsa (Ingrid Bergman): “El mundo se desmorona a nuestro alrededor y nosotros nos enamoramos”. Entonces era la II Guerra Mundial en el cénit de la incertidumbre, pero incluso en medio de ese horror se encendía una luz. Ahora pasa igual, al escribir y al vivir, porque en medio de una desgracia colectiva en la que nadie había pensado es necesario que se enciendan las luces. En Casablanca era el amor entre dos personas, ahora tiene que ser el de la creencia en la vida y la solidaridad por encima de cualquier cosa. Así trato de construir el andamiaje de mi pensamiento.

Los seres humanos tememos por la familia, por los amigos, por la gente desconocida y, por instinto de supervivencia, por uno mismo. Y es que hemos de sobrevivir como individuos, como sociedad y en última instancia como especie. Cuando todo eso está en riesgo, sería de inconscientes no tener miedo. Alguien ha dicho en estos días que quienes no tienen miedo son el mayor peligro. Pero hay que sacudirse ese miedo, porque la valentía consiste precisamente en eso, los temerarios no son valientes porque nunca tienen que vencer al miedo. Así que, si en estos días el miedo nos atenaza en algún momento, no debemos avergonzarnos, pero tampoco debemos dejarnos paralizar, porque hay quien sabe utilizar el miedo para conseguir propósitos que casi siempre son inconfesables.

Tampoco debemos cerrar los ojos. Lo que está ocurriendo en el mundo en estos momentos es tremendo, pero también debemos pensar que nuestro aliado más importante ahora mismo es el pensamiento científico. La política también es importante porque hay que generar respuestas y en estos momentos es una grave irresponsabilidad la de quienes anteponen otros intereses al problema principal, el sanitario. Es impresentable que haya quien siga jugando al ajedrez con la vida humana, porque si antes no están las personas todo carece de sentido. Vemos cómo se especula con las influencias, con el precio al alza o a la baja de materias primas y con asuntos que pueden ser importantes en otro contexto, pero que hoy pueden esperar. La ciencia y la política han de ir unidas, y esa es una forma de vencer el miedo. También es muy triste que sea ahora cuando nos demos cuenta de la tragedia de millones de personas en la pobreza de un África explotada y de la indiferencia hacia el drama de los refugiados que huyen de las guerras que llenan muchos bolsillos. Pero ese dolor sigue ahí, y nos sigue llegando en patera.

Estoy seguro de que al final la Humanidad superará este embate, pero hay que tratar de que sea de la forma menos dañina posible. Y esto se consigue confiando y primando la ciencia. Cuando pase todo esto, quedarán retratados los que trataron de hacer su juego de tronos. Siempre se ha dicho que la memoria de los pueblos es frágil, pero hay cosas que no se olvidan porque con la vida humana no se juega. Y aunque sean malos tiempos para la lírica, es necesario hablar y pensar en quienes más sufren. El dolor no es un tema muy atractivo, pero, como decía el mencionado Bertol Brecht, es lo que ahora mueve a escribir.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 24: Sofía también pide mi nombre. (07/04/2020).

 

En este cuarto creciente, casi llegando a la Luna llena del Viernes Santo, vienen los recuerdos de años pasados en los que la Semana Santa era una ocasión para realizar algún viaje corto, acercarse a la playa (muchas veces era el bautismo de sal de cada año) o simplemente pasear por las ciudades que quedaban como en ralentí, aunque nada que ver con el silencio total de este año. Estoy seguro de que habrá quien tire de archivo fotográfico y rememore algunos de estos episodios, o el tradicional sancocho familiar o entre amigos del Viernes Santo, que en el futuro tendrá rango de gran fiesta, porque será la certificación de que habremos superado esta crisis sanitaria.

Luego está la tradición religiosa, que para mucha gente es muy importante, y que es, junto con la Navidad, una de las mayores manifestaciones externas del Cristianismo. En nuestra cultura, la Semana Santa no es solo patrimonio de los creyentes, porque hay vertientes que tienen que ver con el arte y con la conformación de la historia de nuestra sociedad. Por eso estos días pasados en confinamiento tienen una especial dureza para muchas personas, que vivían estas fechas como algo fundamental en sus vidas. Como en todo lo demás, tendrán que sacar fuerzas y vivirlas de una manera distinta.

Sofía quiere abarcar como es debido lo que ven sus ojos. Si anteayer se empeñó en conocer el nombre de mi compañera, ayer quiso saber también el mío, porque tal vez quiera tener los nombres de las nuevas personas conocidas como enganche con el que conectar cada tarde con el mundo exterior, que en su caso, como en el nuestro, se limita al frontis del edificio de enfrente. Ya tenemos una nueva amiga, con todas las presentaciones y los protocolos, y esperamos que en un futuro cercano podamos  cruzarnos con ella por la acera de nuestra calle. Así que en este martes de Semana Santa esperamos a las siete de la tarde para ver de nuevo a nuestra nueva amiga Sofía. Buen día.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 23: Un día de crepes y peluquería (06/04/2020).

 

Tocaba ayer restaurar la melena de mi compañera de confinamiento. Ya se había alargado demasiado el plazo de renovación y tocaba jugársela con una marca distinta porque era la única que se pudo conseguir en el color deseado. Todo trabajo necesita un conocimiento previo, y hubo que leer con cuidado el prospecto que acompaña al producto para no meter la pata. Después de revisar cuidadosamente el plan de trabajo, la ejecución resultó menos complicada de lo que nos temíamos, y todo fue muy bien, aunque creo que la próxima vez habrá que no ser tan estrictos en el tiempo y alargar diez minutos, para que oscurezca más. El resultado final fue el esperado, aunque está claro que la profesionalidad es siempre una garantía. Pero es lo que hay.

Y como el día iba de atrevimientos, por la noche hicimos crepes sin gluten, esto es, con harina de arroz y de maíz (ya sé, ya sé, millo). Es una receta muy sencilla, y luego le pusimos aguacate a unos, mermelada a otros y así hay más variedad. Eso sí, hay que comerlos calentitos, recién hechos. Y, la verdad, nos pasó como con el tinte, pensábamos que meternos en harina (nunca mejor dicho) distinta a la de siempre iba a ser más complicado, pero resultó muy fácil.

Por la tarde volvimos a ver a Sofía en su ventana, a hurtadillas por los espacios que nos permite el andamio que está delante. El nombre de las personas es muy importante, indica comunicación, cercanía. Nosotros conocíamos hace varios días el de la niña, pero ayer veíamos que nos solicitaba algo. La mamá nos transmitió por señas que la niña quería saber el nombre de mi compañera. Se lo gritamos y ya ella se quedó contenta porque conoce el nombre de su nueva amiga.

Así que enfilamos esta semana con el cabello restaurado debidamente y un nexo más fuerte con Sofía, ya no son unas extrañas, saben sus nombres y se saludan con él aunque a veces no se oigan muy bien por la distancia. Y seguimos con la luz de la esperanza encendida en este primer lunes de abril, ya en plena Semana Santa.  Buen día.