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OCTUBRE

 

Octubre era el mes octavo del calendario romano y ahora es el décimo, porque oficialmente los años comienzan el uno de enero. Pero, de alguna manera, octubre es el mes del inicio de un nuevo ciclo, que llega una semana después del equinoccio de otoño. Los estudiantes, y más quienes hemos dedicado nuestra vida a la enseñanza, tenemos a octubre como el mes en que se entra de lleno en los cursos escolares, aunque ya en septiembre se hayan hecho pruebas y se materialice la burocracia. Todo empieza alrededor de octubre, sea el año judicial o la liga de fútbol, aunque ahora las fechas se fuerzan porque hacen falta más días que antes. El caso es que pocas son las cosas que inician su ciclo el uno de enero, aunque hay algunas. En el campesinado, los períodos de arrendamiento de tierras iban (no sé hoy) de octubre a octubre, porque se preparaban las cosechas, que tenían su final en las trillas de verano.

 

Es decir, octubre es un mes de anclaje de muchas cosas, y curiosamente pasa desapercibido, frente a otros más populares por distintas razones. Y estamos en octubre de 2020, un año que nos ha caído como un golpe sobre la mesa, en el que una pandemia ha sacado de su sitio casi todo. Sin embargo, a pesar de todo, me sigue cayendo bien octubre, el mes que simboliza el otoño, el de las primeras lluvias, en el que, a pesar de todo, se han iniciado nuevos ciclos que tienen que ver con ese calendario agrario y escolar. Yo espero que este octubre nos traiga algo más de esperanza y de ilusión que los meses anteriores, y también toneladas de responsabilidad, porque es muy importante que las cifras de la pandemia se achiquen para que se puede intentar la vida. Por desgracia, no hablamos de abstracciones, sino de personas enfermas y de gente que pierde la vida, y en este punto cualquier cifra es alta. Pero tengo la esperanza de que, a pesar de que no parecen los mejores tiempos, este octubre de 2020 sea lo que siempre fue: el inicio de un un ciclo en el que todo va a mejorar y veamos la salida de este laberinto. Bienvenido, octubre. Danos luz y fuerza.

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Incertidumbre

La incertidumbre es uno de los factores que inciden claramente en el comportamiento humano. Sabemos que nada es seguro, pero, en general, tenemos una visión aproximada de cómo van a ser las cosas, porque se sopesan elementos a favor y en contra y vemos qué herramientas tenemos para actuar. Luego puede ocurrir cualquier cosa, porque siempre están el azar, el destino o el hecho inesperado que lo cambia todo. Pero esas perspectivas futuras suelen cumplirse, o al menos esperar que se cumplan en porcentajes muy altos.

Cierto es que, según la manida frase de John Lennon, la vida es lo que nos pasa mientras hacemos otros proyectos. Pero un estado general de incertidumbre como el actual no es muy frecuente. Se puede aplicar a la vida personal de alguien, pero colectivamente solo se produce en las grandes tribulaciones sociales sostenidas en un tiempo largo. Pues estamos en uno de esos momentos de la historia en los que nadie puede predecir con ciertas garantías qué va a pasar con esta sociedad en los meses y años próximos. Se habla mucho, se toman decisiones aquí y allá, pero tratando de acertar en cómo deberíamos actuar. Hay una carrera con las vacunas y un debate paralelo sobre los detalles, pero nadie está en condiciones de vislumbrar qué es lo que va a pasar a unos meses vista.

Y esto incide en el comportamiento y en el bienestar mental de la gente. En estas condiciones, es lógico que las inseguridades, los miedos y la impotencia nos exijan un esfuerzo extra, cuando no un refuerzo del que mucho podrán decir las farmacias. Luego hay un sector de personas que parecen habitar otro planeta, y viven de la misma forma que antes de la pandemia (las que pueden), y no estoy seguro de que esa manera de quitar importancia a las cosas no sea un mecanismo de huida hacia adelante. Influye también el hecho de que no nos podamos comunicar como antes, que todo sea reglado y establecido por las autoridades sanitarias, y que siga habiendo mucha gente que, si bien sale a la calle con todas las precauciones, lo hace siempre con freno y solo cuando es necesario. Con la excepción de quienes se comportan irresponsablemente, porque su inconsciente les ha dictado que son inmunes, abunda una especie de confinamiento mental, que nada tiene que ver con  las restricciones que en algún momento han sido impuestas por las autoridades.

Esto que cuento es de una evidencia palmaria para cualquiera que mire a su alrededor, y es lo que define la incertidumbre. Lo que me resulta difícil de entender es que los dirigentes, sean autónomos o estatales, de este partido o de aquel, sigan metidos en una película que nada que tiene que ver con la realidad. Crean algarabías por asuntos que seguramente serían muy importantes en la vieja normalidad, pero que ahora se nos antojan estupideces de parvulario, y se pierden horas, energía y dinero en asuntos que pueden esperar, porque cuando arde la casa no es cuestión de discutir el color de las cortinas.

Y en esas sigo, perplejo por tanta desfachatez, mientras que eso que llaman interés general queda en un segundo plano, y nunca ha estado tan claro, es la supervivencia física, la solidaridad entre humanos para salir de este laberinto y la colaboración política ante un problema común. Pero no, siguen con esos debates mil veces repetidos que solo aportan más incertidumbre. Todos tendríamos que caminar en la misma dirección, y hasta es posible que nos vayamos equivocando y corrigiendo, y así hasta llegar a la otra orilla, pero si cada cual tira hacia lo suyo (no lo nuestro) y se agotan en sandeces, no vamos a llegar a ninguna parte. Ellos, los políticos, son los causantes de una gran parte de esa incertidumbre que nos rodea.

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Apoyo material y moral al profesorado

 

La Educación ha sido durante décadas la pelota que se lanzaban los dos partidos mayoritarios, con cambios cada vez que había relevo en el poder. La democracia española surgida de la Constitución de 1978 siempre fue medrosa, y la tónica fue la de imponer criterios educativos con la obsesión de tener de su parte a las familias, de un lado o de otro, porque se suponía que la escuela era una delegación de la sociedad para educar a las nuevas generaciones. Las veces que se contó con el profesorado para cualquier cambio fue a título de curiosidad, porque las cosas venían de arriba abajo, programas, proyectos y líneas educativas diseñadas por eminentes cátedras universitarias que poco sabían del día a día de lo que es un colegio, de cómo hay que integrarse en la vida de los barrios donde se ubican y de las características sociales de cada lugar.

A medida que se gritaba que las familias tenían mucho que decir, se iba quitando autoridad moral al profesorado, y de esa manera los profesionales se han visto inermes para afrontar los problemas, porque la democracia es una cosa y la democratitis otra. He visto cómo, por asuntos personales, se echaban abajo en un Consejo Escolar proyectos pedagógico muy necesarios, surgidos desde los docentes, y esos vetos se daban con votos de los representantes de las familias, que podrían ser eminencias en lo suyo pero que poco sabían de los comportamientos y las necesidades de un aula.

Hubo una época en la que en los centros educativos todas las voces tenían más peso que las de los docentes, que son la fuerza motriz de cualquier proyecto educativo, vaya en la dirección que vaya. No se trata de que el profesorado tenga siempre la última palabra, pero alguna vez tendría que haber sido escuchado. Se ha confundido autoridad con autoritarismo, y cuando a la docencia se le ha querido dotar del peso que debe tener han saltado voces hablando de escuela autoritaria. Ese ha sido el error, y ahora hasta los humoristas hacen chistes sobre la enseñanza. El resultado es que la voz docente ha dejado de ser oída y respetada. Todo el mundo cree saber sobre educación, y el liderazgo de la escuela, como en cualquier otra actividad humana, debiera estar en manos de los profesionales que la materializan cada día.

Ahora estamos en una situación muy especial. No solo hay problemas educativos sino que la asistencia presencial a las aulas es todo un desafío que el profesorado trata de sacar adelante con la mejor voluntad. Pero no olvidemos que los docentes no son epidemiólogos, y que tienen que liderar grupos con los mismos conocimientos que cualquier ciudadano, que ya verán qué pronto se vuelven críticas en cuanto aparezca algún contratiempo, cuando han tenido que ingeniárselas casi por su cuenta en un reto de esta envergadura.

En los niveles de Infantil y Primaria, el mayor aliado del profesorado es el alumnado, que suele ser muy disciplinado y es capaz de seguir las instrucciones al pie de la letra. Entiendo la preocupación de los padres, pero en todo este debate siempre se habla de contagio del alumnado, de grupos burbuja o de medidas para guardar la distancia, pero poco se dice del profesorado, que también son seres humanos que ahora mismo están sometidos a una presión añadida a la normal de sacar a delante un proyecto educativo. Lo mismo que los sanitarios son la fuerza de choque en la Sanidad, el profesorado lo es en la Educación.

Soy un optimista y tengo la convicción de que en las escuelas las cosas van a ir mejor de lo que muchos temen. Y habrá aplausos y parabienes, pero no olvidemos que el peso de este desafío está en las espaldas de profesorado, que necesita más que nunca apoyo moral de las instituciones y de la sociedad en general. También habrá quienes pongan el grito en el cielo cuando haya algunos contagios o clases en cuarentena, hecho que sin duda ocurrirá porque estadísticamente nada es el cien por cien. En todo caso, el profesorado es digno de reconocimiento y apoyo siempre, pero más en tiempos de pandemia. Y sobre todo, respeto a su complicada labor.