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Pandemia, confusión y liderazgo

 

En tiempos de pandemia hay confusión, que se produce porque o no se explican bien las cosas o se miente. En Canarias éramos los más eficaces, hasta el punto de que algunas de nuestras islas entraron en las sucesivas fases de la desescalada mucho antes que cualquier otro territorio. Ahora, de repente, hemos multiplicado por 20 el número de contagios diarios, pero casi ni se dice en los medios estatales porque hay que mantener encendida la luz del turismo.

Apenas se avizora algo de dinero, las administraciones preparan proyectos que finalmente repiten el esquema que otros dicen que está agotado: turismo y construcción. ¿Qué se está haciendo para estimular y propiciar otros sectores, que en otro tiempo fueron importantes y pueden volver a serlo como la agricultura, la pesca y sus industrias derivadas? Pues nada, no vayan a incomodarse las grandes superficies ya implantadas en nuestro espacio. Y hay otros campos en los que trabajar, pero por lo visto esto es cosa solo de hostelería y construcción y a la usanza de siempre.

La gente se pasea sin mascarilla y nadie con autoridad pone coto, o nada se dice -ni en los medios- que está haciendo furor la nueva moda de llevar la mascarilla con la nariz al descubierto. Y eso se ve en personas de todas las edades, que no son solo los jóvenes. Y a ver cuándo los noticiarios olvidan esa coletilla de que determinados fallecidos por el covid-19 tenían patologías previas, como si eso fuese una disculpa. Patologías previas tenemos todos, porque para morirse solo hace falta estar vivos y que algo se complique.

Más confusión. Nadie sabe con certeza a estas alturas cómo se va a poner en funcionamiento el comienzo del curso escolar. ¿Dónde está el profesorado de refuerzo que anunciaron hace unos meses? ¿Van a nombrarlo el día anterior a su incorporación, sin preparación previa sobre los protocolos? ¿Qué sabe un Equipo Directivo de epidemiología para descargar sobre sus espaldas la responsabilidad última de la organización de cada centro? El 27 de agosto se reúnen responsables de ministerios del gobierno central y las comunidades autónomas, para tratar de coordinarse a cinco días del comienzo de un curso, que no es una sorpresa sobrevenida como la pandemia.

Por cierto, ahora vacaciones parlamentarias, con todo lo que hay que legislar, y hasta el mismísimo presidente Sánchez no tiene gestión gubernamental visible (la tendrá, pero la gente quiere ver quien conduce el tren). No necesitamos mesías esclarecidos que nos lleven a la Tierra Prometida, pero en situaciones complicadas hace falta liderazgo, y eso es lo que no se ve, porque si cada comunidad autónoma va a su bola y el estado central no pone coordinación, surgen las contradicciones. Los discursos interminables y somníferos de políticos o técnicos se diluyen en palabritas escogidas que generalmente huyen de la realidad.

Basta con que se note que hay alguien al timón, ser más claros y concretos. Y que se vea a quiénes velan por el cumplimiento de la ley, o algún vehículo que desinfecte espacios públicos. Todavía no he visto ninguno, y seguro que los habrá y que actúan. Entonces lo que falla es la comunicación, creo que más por exceso que por defecto. Las ruedas de prensa en las que se presumía de haber puesto en cuarentena todo un hotel de lujo en el Sur de Tenerife utilícenlas ahora para explicar a la gente qué pasa, qué están haciendo y qué tenemos que hacer. Pero no en abstracto. Nos interesa saber los detalles, y nos importan poco o nada las mociones de censura y las verborreas parlamentarias. Sus guerritas partidarias o internas deberían quedar al margen cuando toda una sociedad se está jugando el futuro.

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Los mismos perros y los mismos collares

 

Cuando los españoles salen al extranjero, sea como emigrantes hambrientos a hacer las Américas, o como profesionales que trabajan en otro país, destacan siempre por su preparación, su capacidad de trabajo y su iniciativa. Muchas son las historias que conocemos de emigrantes que destacaron en distintos lugares y épocas, los hospitales y las empresas de muchos países, algunos potencias de primer orden, se rifan a nuestros profesionales de la sanidad, la ingeniería o cualquier otra actividad especializada. Aunque por desgracia las inversiones en investigación rozan el ridículo comparadas con nuestro entorno, vemos una y otra vez cómo aparecen españoles y españolas en equipos que realizan trabajos muy importantes en países donde se apoyan estas investigaciones, e incluso, con los escasos medios que tenemos es frecuente que se alcancen logros importantísimos. El paradigma es Ramón y Cajal.

 

España está a la cabeza mundial en transplantes y donaciones de órganos, lo que supone que entre el 6 y el 7 por ciento de operaciones de este tipo tienen lugar en nuestro país. Destaca también por el número de personas que se hacen donantes y por la generosidad de los familiares cuando se trata de órganos de personas recién fallecidas. Vemos cómo hay mujeres y hombres con pasaporte español realizando actividades pioneras o de gran nivel en Estados Unidos, la Unión Europea o Japón, sea en el campo de la ciencia, de las ingenierías, las artes plásticas, el cine, la arquitectura, la moda y otros campos, mientras en España casi nada de esto se valora, y al final tenemos que comprar fuera lo que nuestra gente ha ayudado a crear. La cocina española ha dado un salto en las últimas décadas, y su calidad está ampliamente reconocida, lo mismo que la ópera, la música clásica o el diseño industrial. Es decir, talento hay por arrobas, pero casi siempre tiene que irse fuera.

 

Si hablamos de deporte, la mayor parte de los países tiene que ponerse de pie. Valoramos que la selección masculina de fútbol haya ganado desde 2008 dos Eurocopas y un Mundial, pero es que España también está en la élite del baloncesto, el balonmano, las selecciones femeninas disputan los primeros puestos europeos y mundiales en distintas modalidades, deportes acuáticos, patinaje… A veces da vergüenza escuchar cómo campeonas olímpicas de natación o atletismo tienen dificultades para seguir adelante. Y así y todo consiguen medallas. Podríamos seguir enumerando cualidades y virtudes de nuestra gente, que se manifiestan también colectivamente. Hemos visto la generosidad para ayudar en momentos complicados, la misma solidaridad en las recientes trombas de agua y granizo. Como sociedad nos movemos a una sola voz en los momentos difíciles, y siempre hay individualidades que destacan y alumbran el camino.

 

¿Por qué  entonces España no está en el pelotón de cabeza de los grandes países del mundo? ¿Por qué sigue pesando la idea tan reaccionaria “que inventen ellos”, que enfrentó duramente a Unamuno y Ortega y Gasset? ¿Por qué seguimos anclados en tiempos anteriores al regeneracionismo de Giner de los Ríos, Galdós y Joaquín Costa? Este último pedía “despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid”. Pues hay quien se empeña en que el de Vivar siga cabalgando después de muerto. Si tenemos a gigantes como el doctor Mariano Barbacid, Rafa Nadal, Mireya Belmonte, a medio elenco de las primeras figuras de la ópera, a un pueblo solidario y generoso que trabaja más horas que nadie en la Unión Europea; si la gente de España es creativa, laboriosa y alegre, se une contra la adversidad y es desprendida, ¿por qué cuando desaparece el motivo solidario siempre hay alguien que arma bronca, creando dos bandos irreconciliables que ahogan la alegría y alimentan el odio?

 

Cuando uno ve los valores positivos que se desperdician en España, da mucha tristeza, porque todo ese potencial bien organizado nos haría llegar muy lejos, pero llevamos más de dos siglos paralizados por lo que antaño llamaban caciquismo y que ahora toma formas actualizadas, pero funciona igual. A decir verdad, algunos elementos de ese caciquismo contemporáneo sigue vistiendo los mismos hábitos. Si no es eso, no hay una explicación humana para que sigamos empantanados y sembrando odio. Nuestros políticos debieran saber que han sido elegidos por un pueblo optimista, trabajador, creativo y generoso, y es a él a quien se deben. Con una torpeza y una marrullería que no son reflejo del pueblo alegre y solidario que representan, hacen el juego a quienes les interesa que sigamos en el siglo XIX. Son los mismos perros con los mismos collares.

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La comodidad de la ignorancia

 

Creo que ya ha hablado de esto, pero es que la estupidez humana, como el Universo, no tiene límites, en palabras de Einstein. Charles Darwin es uno de los exponentes más claros del enfrentamiento entre lo real y lo fantástico, puesto que las ideas milenarias sobre el ser humano nacen de ideas fantasiosas, indemostrables y fanatizadas.  Nació el 12 de febrero de 1809, hace más de dos siglos, justamente el mismo día que Abraham Lincoln, hecho curioso que se da a veces en la historia, y finalmente ambos preconizaron la dignidad de todo ser vivo –humano o no- por ser fruto de millones de años de trabajo de la naturaleza.

Desde la publicación de El origen de las especies, en 1859, la obra en que Darwin proponía sus tesis debidamente contrastadas científicamente tras varias décadas de viajes e investigaciones, hasta hoy, la ciencia ha chocado frontalmente con la religión, pues unos han defendido el creacionismo y otros la evolución. Lo cierto es que, por muchas vueltas que les hayan dado, las teorías de Darwin se fijan cada día más, puesto que los avances científicos sólo vienen a corroborar lo que  dijo.

Desde hace unos años, en medio de una gran ola de conservadurismo, ha surgido un movimiento que denominan Diseño inteligente, que va más allá que el creacionismo, porque este admite que, después de la creación, pudo producirse una evolución (creacionismo evolutivo). Por su parte, el Diseño inteligente viene a decir que todo en el universo es una obra pensada, que si las hojas del álamo son como son es porque así se decidió, y sus cambios evolutivos también estaban previstos. Y esto vale para todo lo demás.

Hasta Bob Dylan ha entrado en ese asunto, cuando publicó la canción Man gave name to all the animals (el hombre le puso nombres a todos los animales). Esta canción ha sido interpretada ideológicamente desde ambos puntos de vista, y Dylan no se ha pronunciado. El caso es que todo viene de Darwin y, por supuesto, choca con la religión, como en otros tiempos chocaron Galileo, Copérnico o Miguel Servet. El Diseño inteligente pretende que los tigres, los limoneros y, por supuesto, los seres humanos fueron creados tal cual hoy los conocemos, despreciando toda la arqueología que demuestra lo contrario y las lecciones que nos da el gran avance del desciframiento del genoma.

Es el empecinamiento de siempre (sabe a jabón, pero es queso). Basta con echar una mirada cotidiana al mundo para darse cuenta de que los osos polares son blancos para confundirse con la nieve y los osos pirenaicos son de un color entre gris y marrón para mimetizarse con el paisaje de Los Pirineos. Y así todo, porque en verano se nos aclara el pelo con el sol, la playa y el salitre. Pero hacen oídos sordos, y en Roma se han rearmado para aliarse con los protestantes, episcopalianos y evangelistas ultraconservadores, porque lo que interesa finalmente es decir que Dios existe. Y digo yo: ¿Es incompatible la existencia de Dios con la evolución? Con lo que es incompatible el darwinismo es con el relato del Génesis, pero al fin y al cabo el libro atribuido a Moisés es sólo literatura fantástica. Debe ser que la ignorancia es muy cómoda porque no invita a pensar.

Por ello, a estas alturas de la pandemia, con la evidencia del número de muertos, enfermos con secuelas, y un desastre económico y social, no consigo entender las negligencias y la torpeza de quienes tienen responsabilidades y los comportamientos irracionales de buena parte de la población, que como no ve el virus, debe creer que no existe, aparte de las teorías conspiranoicas que rebasan la imaginación de cualquier ficción futurista. Pero, claro, debe ser más cómodo creer que La Tierra es plana.