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En Nochebuena cenaré en casa

 

Francamente, cada vez está más claro que hay distintas fuerzas que echan un pulso para determinar que es lo que más conviene en esta segunda ola de la pandemia. Es cierto que el factor económico pesa mucho, y permiten que abran establecimientos hosteleros y el comercio en general, y hasta se hacen campañas para el Black Friday como si le gente no estuviese muriendo cada día a causa del Covid.

Ahora viene el puente de la Constitución y es otra prueba de fuego, lo mismo que el encendido de las iluminaciones navideñas. Por mucho que trates de controlar, cuando la gente se echa a la calle es muy complicado mantener las distancia y vigilar quien lleva o no mascarilla o si la usa como es debido. Hace unos días iba a sentarme en una terraza con un amigo a tomar un café, y lo primero que veo es al camarero con la nariz fuera. Es obvio que no fuimos a otro garito, aunque este otro tenía problemas de espacio. En fin, quienes traten de tomarse en serio las recomendaciones mínimas lo tienen muy duro.

Lo de la cena de Nochebuena (o comida de Navidad, que en todas partes las costumbres cambian), se empieza a repetir como un mantra en todos los medios de comunicación. Vivimos una situación muy peligrosa, hay cada día centenares de fallecimientos y miles de contagios. Cuando hay una catástrofe con centenares de muertos, se crea un estado de ansiedad social tremendo. Esto ocurre cada día y ya lo hemos normalizado. Que si pueden ser seis o diez comensales, o que si los niños cuentan, es de una insensatez que parece mentira que se trate en una reunión seria.

Que cada comunidad decida el número de comensales me da igual. En una situación como la actual, por muy arraigada que estén esas costumbres, lo lógico es que no haya reuniones familiares, y en todo caso, que cada grupo de convivientes haga una cena especial y brinde por no sé qué, porque a mí no se me ocurre que haya mucho por lo que brindar. Y ahí está detrás otra vez la economía, que si es la buena época del mercado del marisco, el cordero o lo que sea que se lleve a la mesa de Nochebuena.

En una cena de diez que cumpla con los protocolos sanitarios, se necesita un espacio del que muy pocas viviendas disponen; y aunque así fuera, a ver quién controla al primo Basilio después de la tercera copa, cuando empiece a abrazar a la familia y a repetir que los quiere mucho. Si este fuese un país serio, lo que habría que hacer es reducir las comidas navideñas a comidas normales de los que siempre se sientan a la misma mesa, que nos estamos jugando la vida, pero eso tampoco parece importar.

Si se sabe que, buena parte de los contagios se producen en las reuniones familiares, ¿cómo es posible que se considere normal una cena navideña, con al menos tres grupos de convivientes? No lo entiendo, y me da mucha tristeza que esa costumbre (muy hermosa y arraigada, lo sé) esté por encima del panorama sanitario actual, que no es desde luego para tirar voladores.  Y está la esperanza de la vacuna, ya celebraremos reuniones familiares y de amigos cuando todo haya pasado, pero hay que sobrevivir a estos meses. Siento parecer un aguafiestas, pero esas comidas navideñas al uso de siempre (aunque reduzcan el número de comensales) me parecen una temeridad. ¿Quién no ha faltado, por lo que sea, a una cena de Nochebuena? Pues este año faltamos todos, y no por lo que sea, sino porque nos estamos jugando la tercera ola de la pandemia. Los médicos se desgañitan advirtiendo que eso puede llevar al bloqueo sanitario, pero tiran más los guisos de la abuela. Inconcebible.

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LA LUZ

 

 

Cada vez que intento escribir,

se me llenan los versos de oscuridad,

tristeza, ansiedad y muerte.

Ahora me pides un poema,

y, al verte tan luminosa,

empiezan a entrar la paz y la alegría.

No permites que cruce la puerta

lo negativo.

He conseguido escribir con alegría y esperanza,

porque tu resplandor disipa la oscuridad.

Eres la luz, la vida.

(28/11/2020)

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25N: Libre te quiero.

 DIA CONTRA LA VIOLENCIA MACHISTA

Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mía.

Buena te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

Alta te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía.

Blanca te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.

Agustín García Calvo