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LAS TRES ELES DE JUANCHO DE ARMAS

 

Hoy es un día nacido para dedicar a la memoria de los amigos escritores. El 17 de septiembre de 2020 se cumple -y se celebra- el Centenario del nacimiento de Pedro Lezcano, y coincide que en Los Llanos de Aridane, en el marco del III Festival Hispanoamericano de Escritores, se hace un homenaje al gran José Esteban y a Juancho Armas Marcelo. Todos merecen estos reconocimientos, Lezcano está siendo recordado con largueza y José Esteban es en sí mismo un homenaje a la historia de la literatura española del siglo XX y parte del XXI. Pero yo quiero centrarme más en mi amigo Juancho, que acaba de realizar una singladura -otra más- de diez años con la Cátedra Vargas Llosa, que él creó y cultivó, como en el símil evangélico, de grano de mostaza a enorme árbol de copa frondosa.

 

Juancho es uno de los grandes animadores y gestores culturales de nuestra lengua, y deja la Cátedra en alto, para dedicarse a sus novelas -porque es un gran novelista- y a sus memorias y a maquinar seguramente alguna aventura literaria colectiva; es su naturaleza. Pero para mí, lo más importante es que Juancho es mi amigo desde antes de que las cosas tuvieran nombre en Macondo, y por eso quiero unirme a este homenaje, como otros muchos a los que es acreedor desde las Academias Americanas y desde la amistad amazónica que derrama por todo el territorio de la lengua. Podría decir muchas cosas, llenar docenas de folios, pero todos sabemos quién y qué es Juancho, el inquieto instigador cultural, el gran novelista, el hacedor de amigos. Y es que Juancho de Armas es el de las tres eles, tal vez por la penúltima letra de su segundo apellido, Marcelo, que son frontis de palabras que lo definen: LENGUA, LIBERTAD y LEALTAD. ¡Felicidades, Juancho!

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¿Todo lo que se les ocurre es poner un tren?

 

Por lo general, el mapa de una gran catástrofe colectiva que siempre hemos tenido en nuestra mente es la de algo terrible que sucede de golpe, causa una enorme destrucción, se hace balance de los daños y se empieza la reconstrucción. Así son los terremotos, los volcanes, los huracanes o las inundaciones. Sucede, causa un daño vital o físico y hay que empezar a remontar. La excepción son las guerras, porque no son instantáneas, no tienen un tiempo previsto, sino una sucesión indeterminada de sufrimiento, miedo, muerte y destrucción sin calendario.

La pandemia generada por la Covid-19 no es una guerra, pero mentalmente funciona igual. Llevas una mascarilla como el que se calza un casco y un chaleco para que no te alcance una bala perdida. Es una forma de vida que nos mantiene todo el tiempo en tensión, salvo a aquellas personas que por razones diversas se empeñan en seguir haciendo el mismo tipo de vida que hace seis meses. Si no estaba claro que los humanos somos seres sociales, ha quedado demostrado en esta pandemia, porque dependemos unos de otros precisamente en un tiempo en el que se hace más complicada la comunicación.

Sabíamos que nuestra geografía insular y alejada no es ninguna ventaja, salvo, cuando en tiempos de bonanza se vende la imagen de Canarias como un paraíso. Pero en los paraísos también hay que comer tres veces al día, y si el territorio no es autosuficiente ya tenemos un problema. Pero de esos detalles hay una parte de la población que no parece darse cuenta. Canarias sigue siendo un paraíso, lo que pasa que hemos mordido la manzana de los monocultivos sucesivos y ahora resulta que, en tiempos de carencias, no podemos improvisar la diversificación económica. Desde hace años, se ha intentado un segundo aeropuerto, o el tren al sur de las dos islas capitalinas. Ahora, cuando vienen mal dadas, lo de los trenes parece que se les ha vuelto a meter en la cabeza a nuestros políticos. No lo entiendo, Canarias tienen que ir virando hacia una nueva economía, y poner trenes es seguir pensando en el turismo de masas, que es nuestra salida inmediata pero que no puede ser el futuro único posible.

Luego están las políticas del Gobierno Central, que es el responsable de un asunto tan delicado como el de las migraciones. Y mezclan churras con merinas al utilizar instalaciones turísticas como centros de inmigrantes. No es un problema de racismo, es imagen, que es el único que nos queda para los meses venideros. ¿Qué ha pasado con la promesa de que hay que repartir el peso de un fenómeno que afecta al Estado? Es verdad que, por humanidad, por pragmatismo y por eficacia todas las instituciones deben arrimar el hombro, pero lo que no puede ser es que Madrid se ponga de perfil cuando de verdad necesitamos que se pongan las pilas.

Ahora, cuando más restricciones y más normas hay, se expande el virus, sobre todo en Gran Canaria. Y esa es mala noticia sanitaria y económica, por lo ya expuesto. Vamos a ver si se materializa esa especie de promesa de hacer test a los viajeros, o lo de corredor sanitario que han mencionado los alemanes. Y la gente se ha quedado paralizada, sin respuesta social a tanto despropósito. Ojalá la vuelta a las clases presenciales en los centros educativos funciones de manera adecuada, porque ya no sabemos por dónde nos va a venir el siguiente problema.

Cruzo los deseos porque estoy convencido de que los niños pueden darnos buenas lecciones sobre disciplina social, y en este envite tenemos que implicarnos todos remando a favor, porque es muy fácil poner el grito en el cielo después de no mover un dedo para que esto arranque. Y de los políticos ya no sé qué decir, mueven ficha siempre tarde, y en las circunstancias actuales lo que se necesita es anticipación. Pero, claro, no hay más cera que la que arde, y es muy decepcionante.

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Pedro Lezcano, poeta, pero no sólo

 

Cuando nombramos a Pedro Lezcano salta inmediatamente su condición de poeta. Y lo era, de los más grandes que dio el siglo XX en Canarias, un poeta aparentemente sencillo, pero de una profundidad machadiana. Su obra poética es esencial en la historia de nuestra literatura, aunque se da la paradoja de que la obra que se hizo más popular fue el archiconocido Poema de la maleta, que académicamente no es exactamente un poema, aunque tenga rimas y ritmos poéticos. Se trata de un monólogo teatral cuyo mejor actor y director fue él mismo, levantando a las masas cuando lo interpretaba. Porque hay que interpretarlo, como toda obra dramática. Luego hay opiniones sobre a quién iba dirigido ese discurso, pues aparenta una cosa y puede ser otra u otras, porque ya dije que en la sencillez de Lezcano se colaba esa doble y triple lectura de su obra.

Está claro, Pero Lezcano era un gran poeta, y esa vertiente de su vida hizo que quedaran en segundo plano otros talentos que también desarrolló, pero ya tenía la etiqueta, “poeta y solo poeta”. Sin salir del mundo de la literatura nos dio obras dramáticas del peso de La Ruleta del Sur, y un corpus cuentístico donde están algunos de los mejores cuentos escritos en esta islas. Perfectamente podría estar en la historia de la Literatura Canaria con grandes letras solo por sus cuentos, como Antonio Bermejo o el primer Víctor Ramírez. Pero no, es poeta.

 

También se internó en distancias más dilatadas, novelas cortas que se mueven entre la didáctica, la ecología, el futurismo y una imaginación desbordada; y al fondo, como siempre, una filosofía de vida que está presente en todas las cosas que hacía. Me refiero a dos títulos tan luminosos como Diario de una mosca y La rebelión de los vegetales. Con esto dos textos tengo una historia personal, que vuelve a ser paradójica. Por distintos avatares, fui el editor de estas obras, en una situación curiosa, donde el impresor era él, pero yo controlaba la edición. Verme en esta tesitura me impuso mucho respeto, porque iba a editar a uno de los editores más experimentados de la isla, pues por su imprenta pasó buena parte de la mejor literatura que se escribió durante décadas. La sorpresa es que jamás puso la menor objeción, ni siquiera usando esa sutil ironía en la que era, una vez más, un maestro. Supongo que lo suyo, en este caso, fue generosidad.

 

Fuera de las letras y valiéndose de ellas, compuso un manual de ajedrez que sirvió para que miles de niños y niñas -no solo de Canarias- aprendieran los rudimentos básicos del juego-ciencia, que él practicaba al nivel de Maestro de Ajedrez que era, por lo que, aparte de la literatura, alcanzó  la excelencia en muchas disciplinas, sin olvidar sus grandes conocimientos como micólogo y naturalista. Es decir, Pedro Lezcano fue un hombre diverso que alcanzó el primer nivel en cuando emprendía, pues fue un gran deportista en la práctica de la pesca submarina y no podemos obviar su gran actividad teatral como actor, director y adaptador, que permitió que en las tablas canarias se pusieran de pie obras contemporáneas de gran relieve, labor en la que contó con la colaboración y la entrega de familiares y amigos, dando luz a una época en la que había que navegar contra corriente.

 

Luego está el Pedro Lezcano político, que ejerció intensamente durante un largo período, desde posiciones que rimaban con su manera de ver el mundo, aunque la realidad política es complicada y a veces no pudo hacer todo lo que hubiera deseado. Pedro Lezcano, llamado solo poeta, fue un hombre del Renacimiento, pues también se acercó a las artes plásticas o la música, que alrededor de sus poemas merodeó con el grupo Mestisay; había pocas cosas que no despertaran su curiosidad y en las que entró con niveles muy por encima de mero aficionado, aunque su manera de ganarse el sustento la mayor parte de su vida fue la de impresor, en tiempos de cajas, linotipias y elementos que nada tienen que ver con las actuales formas de imprimir.

 

Mi relación con él fue un Guadiana, siempre con intensidad, y como debía saber que la ironía es un territorio que no me es ajeno, la utilizaba conmigo a fondo, siempre con esa media sonrisa y esa voz de seda pero muy poderosa que tanto admiraron quienes lo vieron actuar, lo escucharon recitar o simplemente hablaron con él. Pedro Lezcano, poeta, sí, pero no solo poeta. Cien años después de su nacimiento es importante que se vaya sabiendo.