La marcha de la Lideresa
Tengo que decir que Esperanza Aguirre me cae muy bien, y supongo que ese empuje populista que la lleva con frecuencia a meter la pata también es una de su potencias a la hora de arrastrar votos. Le falta la gorra de franela de pata de gallo para imaginarla cantando el Pichi de Las Leandras, como una Celia Gámez en todo su esplendor (también María José Cantudo en el teatro y Rocío Dúrcal en el cine). O sea, que más chulapona madrileña no es posible, espejo de la rubia (había también una morena) de don Hilarión en La Verbena de La Paloma. Por asuntos de trabajo hablé con ella varias veces, y una de ellas, cuando visitaba nuestra ciudad como ministra de Educación, le hice de cicerone para visitar la ciudad y hacer algunas compras. Chistosa, simpática y echada «pa’alante», es una persona muy pizpireta, con un desparpajo admirable, que es capaz de aparecer cuando no toca con calcetines blancos sin sonrojarse. Desconozco las razones reales de su dimisión, pero en cualquier caso le deseo lo mejor en su vida personal, y espero sinceramente que en la trastienda no haya causas médicas.
Por el contrario, su ideología me hace temblar, porque representa lo más rancio de la derechona que dice ser liberal pero es carpetovetónica. Estoy en las antípodas de su línea política, y aunque a menudo me hacen gracia sus disparatadas declaraciones (o pifias traicionadas por un micrófono abierto a destiempo), pienso que sus ideas políticas son un peligro para la sociedad. Desde ese punto de vista, su retirada es una buena noticia, porque pierde una lideresa con mucho tirón el sector más reaccionario del PP, no el ultraderechista, sino el disfrazado de liberal, que es más temible porque usa la máscara del Zorro. ¡Larga y feliz vida a la mujer Esperanza Aguirre, y Aleluya porque ya no está en política!